XIV. Intercepción

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160 horas para El Renacer.

La propiedad de Inval en Sabana Central era un simple departamento en un edificio exactamente igual a los otros tres cercanos del complejo. La torre A, que era donde debían buscar, era una edificación de quince pisos más el pent-house, de un blanco hospital por fuera, y con baldosas crema por dentro. Debían ir al quinto piso solos, ya que la orden que tenían no obligaba al conserje a que les diera las llaves del departamento, sumado a que existía la posibilidad de que no las tuviera, y como si eso fuera poco, el conserje, un armadillo de unos cincuenta años, pudo apuntar Dan, era el ser más quejumbroso que hubiera conocido.

—¿Tienes idea de cómo entraremos? —le preguntó a Lune, quien estaba con la mente en otro lado—. Hey... ¡Hey! —Ella pegó un respingo al volver en sí; Dan ladeó la cabeza, sin entender. Todo el tiempo que hubo trabajado con Lune, ella había sido la más centrada de los dos, nunca se quedaba así, en el aire, pero desde lo de Inval para acá...—. ¿Sucede algo?

—No. —Corto y claro... y sospechoso, porque ni siquiera lo miró a los ojos.

—Lune...

—Estaba pensando.

—¿En qué? —quiso saber—. ¿En el caso?

—Eh... sí. Sí, en el caso. —Asintió para darle más credibilidad a sus palabras, aunque su expresión no era esa, parecía más bien ocultar algo.

—¿Y bien?

—¿Y bien, qué?

—¿Cómo abrimos la puerta? —preguntó, impaciente—. Lune, ¿en donde tienes la mente? —El ascensor llegó al piso y las puertas se abrieron sin ningún sonido.

El suelo era igual al corredor de la planta baja, mismas baldosas crema y mismas paredes blanco hospital, y el departamento en cuestión, el 502, difería un poco de los otros tres del mismo piso: mientras los otros tres tenían una reja precediendo a la puerta de entrada, este tenía solo la puerta. ¿Inval le quitó la reja? ¿Eso no es peligroso? Podrían haberlo robado.

Lune, quien notó esto, lo miró a los ojos, y luego asintió con firmeza; el mensaje era claro: Inval no habría hecho eso por pura coincidencia. Se acercaron a la puerta y Dan se agachó, analizando la cerradura. «Sencilla.»

—¿Para qué estabas preguntando cómo abrirla si parece que puedes? —dijo Lune.

—Lo dije por la reja —repuso Dan, agachado y sin volverla a ver mientras sacaba sus llaves y retiraba un fino alambre que sostenía el llavero que Isa le había hecho para el día del padre, lo giró como un garfio y lo introdujo en la cerradura—. Puertas es harina de otro costal. Son más sencillas.

Una vez que se desbloqueó con un chasquido, con un empujón bastó para abrirla. Entraron. El departamento era un poco más grande que el que tenía Jeannette, al cual lo había llevado cuando tuvo el nombre limpio: en el suelo había azulejos blancos con motas negras que lo hacían parecer mármol, en el centro de la sala un comedor de vidrio reforzado con madera y más alejados, varios sofás orejones y mullidos, puestos de tal forma que hacían una media luna mirando a un televisor de plasma.

Decidieron separarse y cada uno revisar una habitación distinta, por lo que mientras Lune se quedaba revisando al dedo la sala, Dan iría a la habitación principal, y si terminaba, revisaría la segunda, que era más bien de huéspedes.

La habitación principal era impresionante, y denotaba el lujo que debió tener Inval: un somier matrimonial con una cabecera de madera labrada, con el diseño de un sol, un televisor de plasma igual que el de la sala, un aire acondicionado anexado a una de las esquinas y, lo que le llamó más la atención, un armario de pared completa. Empezó a escudriñar el cuarto, moviendo la cama, revisando bajo esta, dentro del mismo colchón, los gabinetes de la cómoda, pero su sorpresa fue cuando abrió la puerta corrediza del armario.

Zootopia: Osiris (SEPT 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora