En el sofá de una vasta habitación de toque aristocrático se hallaba tumbada Hungría, la cual bostezaba incesantemente una y otra vez mientras su mirada se perdía en el insondable espacio que la rodeaba. Parpadeaba continuamente, queriendo evitar la incesante luz que se colaba por los ventanales de la habitación, junto con el viento que mecía delicadamente las aterciopeladas cortinas rojas.
Dejando escapar un último suspiro de resignación, se incorporó bruscamente y empezó a deambular arriba y abajo. La expresión de su rostro decía que algo no iba bien. Sus cejas se enarcaban de manera exagerada dejando al descubierto su belicosa mirada mientras sus labios se torcían disgustados.
-¡Porque me aburro tanto!- gritó por fin desahogando todas sus emociones en una sola frase.- ¡¿Como puede ser! Tengo amigas, maldita sea. ¿Dónde se han metido todas?
Elizabeta había intentado contactar con ellas a primera hora de la mañana, con el resultado de que ninguna había respondido a su llamada telefónica. No es que quisieran huir de ella, pero sí de su diabólica sartén.
Aún más aburrida se acercó al piano de cola que se alzaba voluptuoso en el centro de la sala. Presionó con el índice una tecla que pronto fue precedida de un suave sonido callando después. Hungría, a diferencia de su marido no tenía la menor idea de hacer que aquel trasto recreara hermosas melodías. Si por ella fuera, no estaría ocupando tanto espacio sin proporcionarle ninguna utilidad.
Decepcionada, cerró la tapa de las teclas y apoyó los codos firmemente sobre ellas.
-¿Dónde se ha metido Rode?-se preguntó a sí misma- mira que dejarme aquí sola… I encima internet hoy no funciona y no puedo mirar yaoi.
La húngara era fanática del yaoi. En su ordenador se ocultaba una cuenta secreta cargada de todo tipo de cosas relacionadas con su afición por las parejas masculinas. Ella siempre había soñado con el día en que su marido la deleitaría con un espectáculo yaoi ante sus ojos. Esperó cientos de cumpleaños ese regalo, pero nunca llegó. Realmente el austriaco no estaba dispuesto a aguantar que otro hombre le diera por culo literalmente, desilusionando así a su esposa húngara. Pero ella aguardaba fervientemente el día en que eso sucediera intentado en más de una ocasión emborrachar a todos los países en plena reunión. Pensó que una vez ebrios sentirían el deseo irremediable de ser más cariñosos entre ellos, pero la realidad es que algunos cantaban en algún extraño idioma seseante y otros se dedicaban a vomitarle en la tapicería más cara de toda la mansión.
Como ese plan no le funcionó como debía, intentó encerrarlos a todos en una habitación oscura, donde una cámara nocturna se camuflaba entre los "invitados". Cuando los dejó salir fue directamente a recuperar su valiosa cámara posiblemente llena de momentos románticos, pero esta se encontraba hecha añicos.
Probó varios métodos más que no resultaron como a ella le hubiese gustado, hasta que finalmente se rindió y pensó que sería mucho más tranquilo seguir descargando videos yaoi entre su marido y cualquiera. Realmente no le importaba con quien liasen a Rode los cibernautas mientras se tratara de un hombre, incluso a veces maldecía a gritos cuando encontraba una imagen donde saliese ella compartiendo cama con el austriaco, y eso que estaban casados. Pero tenía preferencias, las combinaciones que más le gustaban eran con Suiza y Prusia, sobre todo con este último.
Odiaba a ese cretino, egocéntrico y simplón que se asemejaba más a un conejo que a un país. Pero por alguna extraña razón que no llegaba a comprender cuando se lo imaginaba intercambiando algo más que simples palabras con Austria podía sentir como la invadía la lujuria más perversa. Había que reconocer que sentía curiosidad por descubrir si era tan genial como él solía decir…
-Ya estoy imaginándome cosas raras de nuevo- Dijo secándose la inminente catarata de sangre que descendía desde su nariz-No debería imaginar a mi Rode con ese inútil.