Tenía claro que cuando acepte el desafío de quererte, no iba a ser fácil, aun así a tu lado siglos y siglos sin esperar mucho a cambio.
-Francis eres tan molesto que me dan ganas de ahorcarte.-
-Lo sé Angleterre.-
Disfrutaba cada pelea contigo, porque cada grito mi mente lo convertía en un beso. Cada golpe era una abrazo y cada grito un susurro de amor.
Ya habían pasado algunos años desde que disolvimos nuestra alianza, según tu porque ya no me soportabas por el simple hecho de que te siguiera a todos lados. Si hubieses entendido mis intenciones, aun así ¿Quién soy yo para recriminarlo? Un pervertido claro esta, tomando ventaja de mis vecinos para mi propio beneficio.
En fin, ahora estabas en Oriente, viviendo con Japón, siempre en las reuniones se les podía ver tan sonrientes, algo muy extraño en ti, pero lo lograste. Encontraste esa compañía que siempre anhelaste, lamentablemente no fue conmigo.
El mundo ha cambiado demasiado desde aquellos días de guerra, donde casi parecíamos una sola nación de aquí para allá. En las buenas y en las malas, pero ahora yo ocupo tu lugar de soledad y lluvia…
Ahogado en mi vino y embriagado con ese aroma a rosas que siempre me rodea y que ya no quiero compartir con nadie. No vale compartirlo ya…
Ahora ya no recorría París por las noches como solía hacerlo, tampoco coqueteaba con las damas demostrando mi garbo. ¿Para qué? Para volverme a ilusionar….No más.
Me dedicaba a vaciar botella tras botella para decirle adiós a aquella nación tan jovial y lúdica y darle paso a una nueva. Una donde siempre lloviera, donde sus calles siempre estuvieran húmedas con mis lágrimas hasta que alguien las volviera a secar. Una como… Angleterre.