Especial 1K votos. Cassie.

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Capítulo especial 1/3.

Cassie.

Entro de la mano de Laila a la que era mi casa. Un grande y cuidado jardín se extiende ante nosotras, con una simple fuente y muchos árboles frutales y rosedales. Mientras yo observo el lugar con desconfianza, mi novia lo observa como un lector miraría una biblioteca: con anhelo.

Cuando observa mi expresión, que a estos momentos ya no sé si es de desconfianza o de miedo profundo, ella aprieta mi mano, tratando de calmar mis nervios, pero su cercanía y su amor hacia mí me agobian más.

No quiero ser malinterpretada, Laila me gusta. Ella es muy linda y su personalidad es la que cualquier querría tener. Pero comenzamos esta relación hace tres meses, con besos fugaces que duraron dos meses y medio, hasta que perdí mi inseguridad y la dejé darme besos reales y no sólo picos. Y no hemos tenido relaciones sexuales, no todavía. Tenerla cerquísima, con su brazo rozando el mío, con su mano tomando la mía con fuerza, y con el amor que me abrazan sus ojos, me complica verdaderamente todo.

No sé por qué estamos en la casa de mi madre. En realidad, ni siquiera sé cómo voy a decirle la verdad. Con una mujer tan anciana como ella no tengo ni una posibilidad de ser aceptada. Pero por otro lado... soy su única hija, la cual tuvo de milagro. Con todos los riesgos, con todas las probabilidades de morir, me quiso tener. Y mi padre se murió de viejo, pero ella siguió de pie, supongo que gracias a mí, a que sabía que debía cuidarme.

—Va a salir todo bien— me anima mi novia con una sonrisa.

Pero yo no lo veo así. Me culpo a mí misma por haber siquiera pensado en la posibilidad de contarle a mi madre, y me culpo otra vez por haberle dado vida a la idea contándosela a Laila. Ella no me obligó y eso me hace sentir doblemente peor.

Toco la puerta de la casa y mi madre, con sus arrugas y rostro afable, la abre. Se la ve tan joven, a pesar de todo, que sería posible confundirla con una mujer de cuarenta con el rostro avejentado por culpa del trabajo.

— ¡Cassandra! — grita y se me hace un nudo en la garganta al escuchar mi nombre completo, el cual hace mucho no escuchaba. Ella me abraza, pero no es un abrazo cálido: es frío como los inviernos en el Poland.

Quizá vio mi mano y la de Laila juntas. O quizá no y son sólo imaginaciones mías.

— ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás en el Poland? — la observo con un poco de frustración. — ¿Tú quién eres y qué haces en mi casa? — le pregunta a Laila.

—Ella es Laila, es mi novia.

Mi madre abre los ojos. Los abre demasiado. Con mucha fuerza, tanta que creo que se van a salir de lugar. Luego ve nuestras manos nuevamente unidas (si no las había visto antes) y trata de relajar su expresión en un intento fallido.

—Creo que lo mejor es que nos sentemos. Pasen.

Laila me dedica una sonrisa que relaja todos los músculos tensados de mi cuerpo. Aprieta un poco más nuestro agarre. Yo trato de sonreírle en vano.

Entramos directo al living y ambas nos sentamos en un sofá de dos piezas, mientras que mi madre se sienta en uno individual de un rojo chillón, frente a nosotras.

Las paredes blancas con un par de fotos enmarcadas (la mayoría de mi padre) parecen muy vacías, pero mi madre se encargó de hacer que todo destaque con luces, cortinas y cuadros viejos. Los sofás son todos rojos sangre, con apoya brazos negros y de madera. Hay una mesita de cristal en la que ya están servidos tres vasos con jugo de naranja. Plantas no faltan, porque mi madre no es tan egoísta como para fijarse únicamente en su vida.

—Entonces— se lleva el vaso a los labios, manchando el vidrio con el labial.

—Laila y yo somos novias.

—Tú eres heterosexual.

—No, no lo soy.

Ella suelta una risa ronca que me da un poco de miedo. Nunca la había escuchado reír así y no sé si es por la situación o por su edad, caso en el que sería más preocupante.

—Yo te crié. Te tuve nueve meses en mi vientre. Arriesgué mi vida por ti, Cassandra. No puedes venir ahora con que eres...— suelta un sollozo. —, con que eres homosexual.

—Es algo normal— le digo.

—Señora, con todo respeto, su hija tiene razón. Pero, a pesar de su pensamiento, que lo respetamos, ella ha venido aquí para ser sincera con usted, no para que la acepte. Obviamente sí esperábamos aceptación, pero si su pensamiento no le permite dárnosla, ella sólo quería sincerarse— Laila le sonríe y me aprieta un poco más la mano, tanto que mis uñas ya la pueden lastimar.

Mi madre se queda callada unos segundos, petrificada, sin saber cómo reaccionar a alguien que le dijo las cosas claras. Luego deja el vaso en la mesita de cristal y nos observa. Sus ojos se deslizan un momento a una fotografía de mi padre y sus labios se mueven, como si ella le estuviese diciendo algo.

—Bien— termina por decir. — No necesitas mi aceptación para esto, así que si era eso lo único que querías decirme...

Antes de derramar el mar que mis ojos están conteniendo, Laila se levanta del sofá y tira de mi brazo. Me lleva a rastras por el pasillo lleno de plantas, mientras yo lloro sin vergüenza alguna, y mi madre nos sigue a paso lento. Mi novia abre la puerta y ambas salimos por ella. Me levanta con la fuerza que le queda y me abraza por la cintura. O al menos intenta hacerlo cuando mi madre tira de mí y me da un abrazo.

—Aún te quiero, Cassandra... aún te queremos.

Y sé que hace alusión a mi padre.

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"Obviamente sí esperábamos aceptación

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"Obviamente sí esperábamos aceptación..."

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