Epílogo.

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Imaginen un lugar ideal para pasar el rato con amigos, después de un año lleno de secretos y mentiras. Visualicen al Sol brillando con fuerza, una suave brisa, olas rompiendo al llegar a la orilla, donde la arena y las piedritas se confunden. ¿Les haría falta algo? ¿No sería un buen final, para poder dar comienzo a una nueva etapa?

Y hay, bajo la débil sombra de unos cuantos árboles, nueve personas que acaban de llegar. Están estirando toallas sobre la arena seca, clavando sombrillas y hablando con una sonrisa en los labios y un brillo especial, desconocido, en sus ojos.

Entonces cada quien comienza a hacer distintas cosas. Una pareja de chicos se dejan caer sobre las toallas, abrazados tanto como el calor les permite. Una pareja de chicas rubias se echan protector solar en el cuerpo. Una chica de cabellera color carbón camina, contoneando las caderas, hasta la orilla para sentir la temperatura del agua. Otra pareja de mujeres (una de las cuales tiene unos rizos incomparables) comienza a jugar con la arena. Y, por último, dos chicas, una pelirroja y otra pelinegra, juegan a darse besos.

A pesar de que no hay mucha gente en la playa, los pocos seres los observan con rareza. En verdad son un grupo de lo más extraño; con sus problemas, sí, pero también con sus corazones que laten por ser quiénes son y querer a los de su alrededor.

Ahora que tienes una idea, precioso o preciosa lectora o lector, te invito a seguir el final del comienzo de una historia que nuestros personajes van a seguir y que ustedes podrán imaginar.

...

—Si hay algo que odio demasiado de las playas, es que el protector sólo permite que la arena se te pegue aún más— indica Harper de mala gana, mientras Nieves le echa protector en la espalda.

—Desventajas de ser pálida, Harper— dice Jane, riendo. Jessie la observa con una sonrisa, ama escuchar su risa, tan melodiosa, tan tranquilizante.

—Oh, Jane, cómo deseo tu piel. Sin pecas, sin temor al Sol y con un color perfecto— dice Cassie con una mueca.

— ¿Desventajas de ser pelirroja? — duda Jane y se ríe. — Sé que me tienen mucha envidia, no hace falta decirlo en voz alta.

Mientras Nieves, Cassie y Harper se quejan de la suerte de Jane, Caleb y Shet siguen abrazados sobre las toallas, siendo el pelinegro el escudo del otro, tapándolo de la poca arena que levanta la brisa. Cuando el rubio comenzó sus vacaciones, lejos de su novio, solía respirar bastante mal y vivir con el ceño fruncido. Pero este día es la excepción, porque hoy sí está con su novio, y su rostro está sereno y su pecho sube y baja al compás de una respiración tranquila. Una respiración propia de alguien que se siente protegido.

— ¿No tienes calor? — pregunta él, con los ojos cerrados, y entrelazando sus dedos con los de su novio.

—Vamos, Shet, al lado tuyo siempre tengo calor— el rubio no aguanta la vergüenza, se da la vuelta y entierra su cara de mejillas sonrojadas en el cuello de su novio. — Anda, mírame con tus ojos azul cielo.

Shet prueba a levantar la mirada, pero al encontrarse con los ojos de su novio enrojece aún más si es posible. Trata de devolver su cabeza al cuello de Caleb, pero éste no se lo permite, besándolo.

—Te quiero— susurra Shet. Y, susurro o no, a Caleb esas palabras le llenan el alma. Todo el vacío que sintió los meses sin verlo, se llenó con dos simples palabras. Simples, pero de gran peso.

—Yo también te quiero, Shet— un cálido beso en la frente es lo que además recibe el rubio, con una sonrisa y las mejillas rosas. — Pero deberías tener menos vergüenza conmigo, ¿sabes?, no te voy a hacer ninguna cosa mala. Puedes seguirme el juego. Hemos tenido relaciones y ahí no te mostraste tan vergonzoso.

Instituto De HomosexualesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora