Especial 200 votos. Nieves & Shet.

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Capítulo especial 2/3.

Nieves.

Salgo del curso de cocina como siempre, sólo que ésta vez con mala cara y maldiciendo por lo bajo. Me arreglo la playera roja con una mano y me limpio el jean azul con la otra. Me desato el pelo sin ganas de arreglarlo para que no parezca un león y me froto el brazo.

Un simple pastel. Con mucha crema. Y dulce. Y decorados. Pero, a pesar de todo eso, ¡un pastel! ¿Cómo no me iba a salir un pastel, siendo yo una de las mejores en ese curso? Y no sólo eso: ¿cómo se me iba a quemar un pastel a mí?

¡Madre de Dios! Apenas si puedo mantenerme sin lanzar una maldición cada dos segundos. ¡Odio a Anne y todo lo que la rodea! ¡Maldita sea ella y su glaseado perfecto! ¡Y su "lo siento, se me fue la mano y corrí la perilla del horno"! ¡Oh, la odio!

Pateo una piedra con la suficiente fuerza para que golpee la pierna de un chico que está leyendo, sentado en una banca.

— ¡Auch! — se queja y lo miro con mala cara. — Disculpa, ¿¡no!?

—Disculpado— él rueda los ojos y me siento a su lado para esperar el bus. — Encima éste crío que se cree el mejor.

—En realidad, soy uno de los mejores en mi instituto. Un promedio de 9,50— ahora la que rueda los ojos soy yo. — Veo que estás de mal humor y espero que no sea secuela de la quemadura en tu brazo y en tu playera.

— ¡Uh, geniecito y todo! — susurro.

—Disculpa, ¿has dicho algo?

—No, claro que no— digo con voz clara y luego susurro—: Estúpido.

— ¡Oye, ya basta! ¡Me estoy cansando de tu falta de respeto hacia mí!

— ¡Oh, lo siento, es que tú eres un niño buenito! ¡Pues que se te queme un pastel por culpa de una cría y luego hablamos! ¡Mientras tanto, cierra esa bocota que tienes y sigue leyendo tu estúpido libro!

— ¿¡Pero qué... te pasa!? ¿¡Acaso el pastel quemó tu cerebro!?

—Ja, ja, ja. Gracioso— digo, sin ganas de hablar más.

Cuando llega el bus, ambos subimos. Y por alguna razón, él se sienta a mi lado. Abro la ventanilla y él frunce el ceño mientras bufa.

—El viento me está despeinando— se arregla con una mano su pelo rubio que estaba bien prolijo gracias al gel.

—Yo tengo calor y me importa una mierda tu cabello— él me mira enfadado.

— ¿Cómo te llamas? — pregunta. — Yo Shet— y me tiende una mano, que no tomo.

—Nieves.

— ¡Oh, qué nombre más bonito! ¡Tenía un conejillo de india llamado Nieves...!— baja la voz de repente. — Y se murió.

—Qué bien, me estás comparando con un conejo muerto.

—Conejillo de india— me corrige y le regalo una muy fea mirada. — Entonces, ¿te gusta la cocina?

—Me gustan las tortas— digo con una sonrisa y él me la devuelve. — ¿Es que acaso no entendiste la broma?

—Te gustan las mujeres— dice, achinando los ojos a causa de su creciente sonrisa. — Y yo soy gay. Así que nos llevaremos bien.

—Que yo sea lesbiana y tú gay no significa que seamos amigos y...— me tapa la boca con una mano.

— ¡Tienes que cocinarme un pastel! O sea..., no me gustan los pasteles que a ti sí, pero sí los de chocolate— y por primera vez, me rio junto a Shet, que se conforma y cierra él mismo la ventana. — Cerrada es mejor, puedo soplarte la cara para que no te mueras de calor. Aunque es raro, ¿sabes?, porque te llamas Nieves y se supone que la nieve es fría y... bueno, entiendes.

—Ya, no te esfuerces mucho. Pero sufro mucho del calor, quizás efecto secundario de la claustrofobia que también sufro.

—Veo que eres propensa a tener fobias— dice con una sonrisa y yo elevo una ceja. — Fobia a que se te quemen los pasteles y a esto, ¡eres genial!

Sonrío y niego con la cabeza. De la nada, siento que alguien pone algo en mi oído y, cuando comienzo a escuchar música, sé que es Shet el que puso el auricular ahí. Sin decir nada, pasamos todo el camino escuchando canciones al azar. Su gusto musical no es el mejor, pero lo respeto. Aunque a él... respetarlo es otro tema.

Camisas planchadas, pantalones de hombre y no de adolescente, zapatos nuevos y cabello bien peinado. ¿Acaso me mintió con su edad? Porque parece de veinticinco en adelante.

— ¿Cuántos años tienes? — pregunto.

—Quince— miro su ropa de nuevo y frunzo el ceño. — Oh, ¿esto? — dice señalándose. —, es culpa de mi padre. Muy estricto en éstos temas.

Cuando yo me bajo, él me tiende un papel y yo lo tomo de mala gana. Fue divertido compartir el viaje en bus con Shet, pero sólo eso. No quería a un amigo, no me subo a los buses para eso. No, tampoco quería como amigo a un niño mimado como él.

—Te llamaré— digo, sonriendo.

Y cumplo la promesa. Cuando llego a mi casa, luego de aguantar a mi madre examinándome el brazo, subo a mi habitación y le mando un mensaje a Shet. Y él me responde luego de unos minutos. Así, hasta que terminamos hablando hasta las dos de la madrugada.

Sí, estaba mal contactarse con alguien que había conocido en un bus. Pero Shet parece tan limpio, inocente y bueno que no me da miedo. Además, es la primera persona homosexual que conozco desde que descubrí mi sexualidad y no puedo dejarla ir tan fácilmente. Algunas chicas se ponen felices de tener un amigo gay, yo me siento bien porque sé que cuando me sienta mal conmigo misma, él va a poder aconsejarme mejor que nadie. Él sabe por lo que paso, porque también lo pasó.

Y eso fue lo mejor de haberlo conocido. Sí, podría ser un niño mimado y rico, con camisas muy bien planchadas, sonrisa de comercial y pantalones de hombre mayor. Cabello arreglado y rubio del que te dañan los ojos. Pero él sería mi amigo y eso no importaba porque, con el pasar de los días, ambos nos unimos mucho y nos comenzamos a querer.



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