Carl

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Savannah.

Mamá se estaba esforzando, el pastel de manzana olía delicioso, siempre que quería impresionar a alguien lo preparaba.

—¿Puedo probar un poco? —no había comido en toda la tarde y mi estómago rugía como una fiera.

— Ya dije que no, es para los nuevos vecinos. Hay que darles la bienvenida. —se quitó los guantes para lavar y cogió un cuchillo para desmoldar el pastel.

—¿No es escalofriante?

—¿El qué? —puso en un plato su obra maestra.

— Ya sabes, nadie ha vivido allí desde hace años, y de repente viene alguien a ocupar esa casa —intenté agarrar un poco de pastel con las manos, pero mamá me dio un rotundo no con su cara de "hazlo y estás en problemas"—. Me refiero a que se siente raro. Alisson y yo salíamos jugar en esa casa, éramos niñas y ganaba quién más se acerque —sonreí ante aquellos recuerdos—. Pero ella ya no está para hacerlo nuevamente.

— Hija, no te tortures más, no es bueno para ti. —obligué al nudo que se había formado en mi garganta que se disolviera para seguir hablando.

— Como sea, si yo viviera allí no te recibiría en mi casa con ese pastel.

—¿Por qué? —preguntó mamá.

— Mamá, es una ciudad peligrosa y recibir comida de un desconocido es algo que yo no aceptaría.

— Yo no iré, lo harás tú. —no era una pregunta, era una orden.

—¡Mamá! —me quejé, le tenía miedo a esa casa, eso no era un secreto.

—¡Savannah! —respondió con un tono similar al mío— Escuché que hay una chica de tu misma edad allí, puedes incluso ser su amiga. —claro, Connie. Fue la primera a quien vi, y para ser sincera no me daba buena espina, y una de las razones era porque tenía en su cochera el auto con el que quizá transportaron a Alisson antes de que la asesinaran.

—¿En serio harás que vaya? —me entregó el plato con el pastel.

— No demores.

Salí de la casa de mala gana con el pastel en mis manos.

Crucé la calle y di pasos lentos hasta subir las escaleras en la parte frontal para estar frente a la puerta de aquella casa, lucía gastada y vieja, como una de esas casas embrujadas, estar allí me causaba escalofríos.

Levanté mi mano para tocar la puerta, pero no me atreví, al contrario, decidí irme, le diré a mamá que no lo recibieron, pero cuando ya estaba bajando por las pequeñas escaleras escuché la puerta rechinar. Me dí vuelta y vi a Connie salir.

—¿No se supone que dejas el pastel y luego te vas? —fue hasta mí y tomó el pastel— Esto luce exquisito, gracias. —no se mostraba molesta o feliz, su rostro no expresaba nada.

— Lo hizo mi madre, espero les guste. —intenté ser cortés.

— Vaya, sabes hablar. Lo haremos —sonrió—. Nunca me dijiste tu nombre. —cierto, hace unas horas que la vi ella me dijo su nombre y yo literalmente me fui sin decir nada

— Savannah —respondí—. Creo que ya debería irme...

—¿No te gustaría entrar? —me interrumpió.

Quise decir que no, pero si ella tenía algún tipo de información sobre el caso de Ali no me negaría.

— Claro, me gustaría —traté de sonreír, pero en vez de eso una mueca sin rastro de humor fue la resultante.

Buscando a mi asesino Donde viven las historias. Descúbrelo ahora