Noche 1 [La fiesta]

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Me miro por última vez al espejo y salgo de mi habitación, desde la puerta tengo una perfecta vista de la entrada de la casa. Es que no tiene un piso como las demás, no podemos tener escaleras por mi hermano menor. Él está postrado en una silla de ruedas.

El accidente fue hace dos años, mi familia y yo volvíamos de la casa de los abuelos, los cuales viven en el otro extremo de la ciudad, charlamos sobre lo divertido que fue el viaje hasta que un hombre ebrio no tuvo mejor idea que salir a manejar luego de festejar su ascenso en el trabajo. Bueno, eso fue lo que nos dijo la policía. La camioneta roja que el hombre manejaba zigzagueaba en la carretera a gran velocidad, había muchos autos circulando. Pero tuvimos la peor de las suertes cuando la camioneta chocó contra nuestro auto familiar, mi padre siempre presenta las señales y el límite de velocidad pero uno nunca sabe cuando un idiota puede venir y arruinarte la vida.

El choque fue tan fuerte que salí despedida por la ventanilla, el cinturón de seguridad no me mantuvo a salvo, me golpeé la cabeza contra el negro y duro asfalto para despertar minutos después dentro de una ambulancia, veía un poco borroso pero sentía los terrible dolores de mi cuerpo, tenía un poco de sangre en mis manos y el golpe retumbaba en mis sienes con fuerza. Miré a un lado, somnolienta, pude distinguir la figura de mi madre en otra camilla dentro de la misma ambulancia. Ella estaba dormida, manchas de sangre estaban impregnadas en su ropa en la zona del vientre.

Luego escuché los gritos de mi padre, levanté un poco mi cabeza, con mucho esfuerzo, y pude ver que estaba sentado en el borde, a los pies de mi camilla. Me tranquilizó saber que él estaba, sólo tenía un brazo roto. Tal vez sea grave para otros pero él es un hombre realmente duro y sé que puede soportar mucho más. Él gritaba desesperado, nunca lo había oído de esa manera. Gritaba hasta el punto de desgarrarse la garganta, le suplicaba a los policías y a los bomberos que hagan algo. Fue cuando noté que no estaba mi hermano menor.

Me invadió un dolor mucho más terrible y profundo que la heridas de mi cuerpo. Ese dolor atacaba mi órgano más importante, mi corazón. Mi corazón estaba siendo atravesado por miles de cuchillas sedientas de sufrimiento y sangre. Mi sangre.

–¡Sáquenlo de ahí! –fue unas cuantas de las palabras que mi papá gritaba sin descanso. No sabía donde estaba mi hermano y en ese momento pensé lo peor.

Cuando los llevaron al hospital más cercano, un policía nos contó con detalle lo sucedido. Al momento del choque mi padre se rompió el brazo y pudo morir de no ser por las bolsas de aire que de activaron correctamente. Mi mamá se salvó también por eso, pero un fragmento de metal retorcido se incrustó en su vientre, la salvaron de que muera desangrada en el lugar del accidente. Pero al llegar al hospital debieron someterla a varias operaciones, pues el metal seguía en su interior. Como ya dije, yo salí por la ventanilla trasera y me golpeé la cabeza, pero la peor parte se la llevó mi hermano pequeño, bueno, no es tan pequeño. Pero siempre será el menor para mí. Él había quedado en el interior del auto, el cual rodó varias veces a un lado de la carretera para terminar con las ruedas al cielo, los vidrios estallaron y cortaron sus brazos con los cuales se protegió, aún tenía el cinturón de seguridad. Pero sólo lo aferraba a su muerte ya que el motor se estaba incendiando. Trató de salir por su cuenta pero al desabrochar el cinturón, él cayó de espaldas contra el metal abollado y retorcido del techo. Gritaba por ayuda desde el interior de la masa de metal llameante.

Como si no tuviéramos suficiente con las múltiples operaciones de mi mamá y las discusiones que los doctores tenía con papá, una terrible noticia nos golpeó al igual que esa camioneta roja. El doctor que estaba a cargo de mi hermano nos dijo que él sufrió un daño irreversible en la columna y que quedaría paralizado desde la cintura para abajo. Mi papá gritó, arrojó cosas al suelo, estaba muy enojado. Quería matar al maldito que nos hizo esto. Yo compartía su dolor y rabia.

–¡¿Dónde está él?! ¡Lo trajeron aquí, ¿Cierto?!

Su rabia aumentó considerablemente cuando el doctor, acompañado con un oficial, le dijo que el hombre había muerto en el accidente. ¡Era injusto! Porque la muerte es un descanso más que un castigo. Ese hombre murió y ahora descansa en paz mientras que mi hermano debe vivir su vida en una silla de ruedas, y los deseos que mi mamá tenía de tener otro bebé fueron destruidos por el daño que recibió su cuerpo.

Mi padre tenía muchas más cosas de qué preocuparse que de su brazo roto, y yo también pero los médicos dijeron que mi golpe en la cabeza no debía tomarse a la ligera. Dijeron que tendría secuelas más la situación traumática por la que pasé, me pareció un chiste cuando los escuché pero días después apenas dormía. Soñaba todas las noches, si excepción, el momento del accidente, trataba de evitarlo pero la camioneta roja siempre aparecía en la carretera y nos chocaba. Siempre. También sufría unos mareos y pequeños desmayos en situaciones muy tensas, en la escuela o en casa. Desde entonces nunca me dejan sola, en cualquier momento puedo sufrir un desmayo.

Esa persona que siempre está conmigo es mi mejor amiga Jana, es sueca aunque nació en este país, sus abuelos viven allí y les hacen una visita dos veces al año. Ella me dice "Lian" que en su cultura significa Flor de loto. No me quejo, me gusta más que mi verdadero nombre y ya todos me conocen y me llaman así.

–Vamos que llegamos tarde. –Jana me jala del brazo hacia el auto. Me despido de mis padres con un beso en la mejilla a cada uno y prometiendo que no regresaría muy tarde. Mi hermano exclama desconforme haciendo que me de media vuelta para mirarlo –¿Por qué ella puede ir a fiestas y yo no? –se cruza de brazos. Claramente molesto.

–Siempre salimos, mañana te prometo ir a la playa. –me inclino un poco para mirarlo, a pesar que él es más alto que yo, ahora siempre tengo que inclinarme para estar a su altura. Siento culpa por odiarlo de ser más alto mientras que soy la mayor pero bajita.

–¿Promesa? –levanta su mano izquierda con el dedo pequeño en alto. Sonrío por eso y tomo su dedo con el mio para sellar la promesa.

Jana suelta un chillido diciendo los adorables que somos y besa repetidas veces su mejilla, haciendo que las mismas tomen un color rosa. Sin mencionar que su labial quedó por todo el rostro de mi hermanito. ¡Es mi hermano! No soy celosa, claro que no. No lo soy en lo absoluto.

–¡Vamos! –esta vez yo la tomo del brazo y la arrastro afuera.

El Dueño De LobosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora