Capítulo 4.

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  Recomendaciones de la escritora: este capítulo es largo, ponte cómodo con algo de comer y a disfrutar de este episodio con mucha acción.

     ~"Antes Muerto Que Rendirme."~

Pov. Desconocido

Unas horas antes...

Corría a toda velocidad, lo máximo que me permitía mi cuerpo, mi hermano iba al lado mía intentado seguir mi ritmo.
Teníamos que avisar a todos, ellos volvían, siempre volvían. He intentado de todo para que dejarán a mi familia en paz, les he atacado, despistado, ahuyentado, y nada nada ha funcionado.
Tenía que alejar a todos y refugiarnos lo antes posible.
Vi a mi familia a pocos metros y con un sonoro grito que salió de lo más profundo de mi tráquea, di la señal de aviso para el comienzo de la huida. Conocía muy bien donde teníamos que refugiarnos, el señor Jeferson siempre ha sido bueno con nosotros y nos ha ayudado cuando lo necesitábamos. Cuando nos estaban pisando los talones, los perdimos de vista entre dos pequeños huecos y a tiempo y a toda prisa entramos en el rancho.
«Justo a tiempo, al menos esta noche estaremos tranquilos.»

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Pov. Noah

Me desperté, notando los rayos del sol atravesando las cortinas de la habitación, e impactar suavemente en mi rostro.

Se me vino a la mente todo lo que sucedió el día anterior, y seguía teniendo la misma intriga.
Con esa sensación todavía pegada en el cuerpo me dirigí al baño a asearme,  me lave los dientes y me vestí, hoy venía a desayunar con nosotras Jef, aprovecharía para preguntarle que pasó ayer y si hoy iba a enseñarme el rancho.

Bajé las escasas escaleras que separaban el primer del segundo piso, encontrándome hablando por teléfono a mi madre con una gran sonrisa dibujada en su rostro. Me senté enfrente de ella esperando a que terminara.

— Era Jef, hoy no va a poder venir a desayunar, pero me ha dicho que a las doce y media viene a recogerte al gimnasio para enseñarte el rancho— me dice con una gran sonrisa— luego me acercaré yo, por que nos ha invitado a cenar a las dos.

— De acuerdo, pues me voy ya.— me colgué mi mochila a la espalda y cogí también una barra de pan.

Salí por la puerta trasera que daba a un muy descuidado patio trasero donde se hallaba una vieja caseta de perro.

— Chuck, ¿Tienes hambre?— dije acercandome con cautela a la vieja caseta.

Después de no menos de dos segundos aparece Chuck, a lo que le di el pan y que no tardó ni cinco minutos en comer «sí que tenía hambre».
Echo esto me dirigí rápidamente al gimnasio, esperaba que al menos me diera tiempo a hacer una hora de boxeo.
Como el día anterior me dirigí al saco de boxeo de la esquina más alejada de la gente, que por cierto habían cambiado por uno nuevo y reluciente.
La gente había cambiado, ya no sé encontraban los hombres maduros del día anterior, sino más bien chicos de unos veinte años peleando como perros, y escasas chicas gritando y babeando por los mismos. Necesitaba evadirme de lo que me rodeaba al menos una hora al día, si no nunca rindo correctamente.

Me coloqué los guantes y empecé con los movimientos de siempre, esperaba estar tranquila y no tener interrupciones, desgraciadamente el mundo no me quiere.

— Así que eres tú la nueva chica que ha llegado al pueblo— me giro ante la voz que provenía de atrás, un grupo de cinco chicos encabezado por un pelirrojo con pecas me miraban con sonrisas egocéntricas.

—Sí, así es— me giré dándole la espalda a el chico y a su grupo de amigos y empecé a darle otra vez golpes al saco.

— Se te da bien el boxeo, pero no lo suficiente. Por qué no te vas a pintarte las uñas y nos dejas a mí y a mis amigos entrenar— le siguieron una serie de risas.

— Y ¿si te demuestro lo contrario?—digo dándome la vuelta y haciendo crujir mis nudillos de ambas manos. A lo que él ladea la cabeza como si hubiera echo el chiste más bueno del mundo.—¿Qué pasa?¿Tienes que ladear la cabeza para que tus dos neuronas se conecten y puedas hacer una contestación coherente?— digo con una sonrisa triunfal.

En el mismo instante en el que las palabras salen de mi boca, su sonrisa pasa a un gesto de enfado.

—¡Pelea, todo el mundo fuera del cuadrilátero!— grita el pelirrojo, quitándose su camiseta dejando paso a sus abdominales perfectamente marcados.
Acto seguido nos subimos al cuadrilátero donde todos los presentes los rodean con curiosidad.

—Vamos a ver de que eres capaz pequeña zorrita— me dice apretando su mandíbula.

Se abalanza sobre mí, pero le esquivo en el acto. Tiene tanto de musculoso como de torpe «te voy a demostrar lo sucio que está el suelo, imbécil».
Se dirige otra vez a mí, pero no le doy tiempo a reaccionar, le doy un puñetazo en el costado y otra en la mandíbula, lo que hace que retroceda por el dolor. Aprovecho que está distraído y le asesto una brutal patada en la mandíbula que hace que caiga de cruces al suelo.
Se levanta con la cara ensangrentada y me mira con asco y todo el odio que se le puede tener a alguien.

Hace un extraño movimiento de cabeza, y todos los chicos que estaban con él antes suben al cuadrilátero «no me jodas, pero será cabronazo». El resto de gente que estaban entrenando y que han pasado a espectadores murmuran mientras que sus miradas se dirigen a la puerta de entrada.
Un grupo de unos cuatro chicos se acerca con paso seguro, el que debe ser el líder no me quita los ojos de encima mientras avanzan. Se suben al cuadrilátero posicionandose al lado mío, acto seguido se quitan las camisetas «Pero, ¿Qué coño le pasa a los tíos de este pueblo con quitarse la camiseta?»
La tensión se podría cortar con un cuchillo, éramos cinco contra cinco. Me quedé observandoles y me percaté que los otros cuatro tíos, también se habían quitado las camisetas. Enarco una ceja pensativa «¿Por qué leches lo hacen?» la respuesta llega en cuanto todos los que estamos en el cuadrilátero, excepto yo se ponen en posición intimidante «el juego del más macho, genial».

Hago contacto visual con el supuesto líder de los que ahora eran mis «¿Aliados?». Había que reconocer que era un dios griego, con el pelo rubio oscuro despeinado y sus ojos de un color verde oscuro. Seguía mirándome con una extraña expresión en la cara, como si quisiera decirme algo, derrenpente sus ojos bajan a mi camiseta y vuelven a mis ojos.
«¿Enserio quiere que entre también en el juego de los machos?»

Un recuerdo llega a mi mente como un rayo. Mi padre enfrente de un espejo con los guantes de boxeo y sin camiseta.

—Princesa, si algún día luchas contra alguien debes intimidarle, sea de la forma que sea. Así tendrás más posibilidades si ya has asustado al contrincante— se da la vuelta y me mira— ¿Me has entendido?

—Claro que sí papi.

Un fuerte ruido hace que vuelva a la realidad, el pelirrojo esta dando golpes con la punta de sus zapatilla al suelo del cuadrilátero. Me mira a los ojos y una sonrisa triunfal aparece en su rostro, piensa que soy una cobarde.
«De eso nada monada».
Cojo del dobladillo de mi camiseta y me despojo de ella quedándome en sujetador deportivo, cosa que hace que se aprecien mejor mis tatuajes, acto seguido arrojo los grande guantes de boxeo fuera del cuadrilátero, y con solo las escasa tela que cubre mis manos las aprieto con fuerza haciendo que mis músculos se contraigan y que en definitiva parezca mucho más intimidante que antes.
No se me pasa por alto la expresión perpleja que se le queda al pelirrojo antes de bajarse del cuadrilátero y dejarnos sólos.

—Es hora de irnos— dice el rubio— Jef nos ha mandado a por ti. Ellos son mis amigos, el moreno es Sam, el castaño es John y nuestro rubio oxigenado es Fred. Y yo muñeca soy Scott, bienvenida a Paint Rock.

Este es el principio de la acción.
¿Qué os ha parecido?
¿Quién será el narrador anónimo?
Intriga, intriga.
No seré mala lo prometo.
Un besazo mis queridos devoradores de libros y hasta la próxima.

En el reflejo de mis ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora