La chica del tren

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Mauricio se sorprendió al encontrarla ahí de nuevo. Aunque eso no era realmente cierto.

Rara era la ocasión en que no se topaba con ella en el tren de ida a Abiston y también en el de regreso a Sorsby. Cada vez que la veía, estaba en el mismo lugar: el último asiento junto a la ventana.

   Aún podía recordar la primera vez que la vio, nada en el mundo podía hacerle olvidar su rostro.

 Aunque sabía que era hermosa, con su cabello color caoba y preciosos ojos verdes, no era esa la razón por la que se fijo en ella, no llamó su atención nada que los hombres e incluso mujeres, hubiesen podido ver en ella. No. Mauricio no habría reparado en ella si no fuese por la expresión en su rostro: felicidad pura.

  Tenía la sonrisa más dulce que él había visto y sus mejillas tenían un rosa encantador. Y sus ojos. Dios, esos ojos, pensó Mauricio, tenían un peculiar brillo que hizo a Mauricio preguntarse si él mismo no estaría muerto.

  Si no fuera porque ella se encontraba lejos en su propio mundo, tal vez habría reparado en el chico raro con cabello desordenado y gafas que la miraba fijamente. Mauricio nunca pensaba en su aspecto; siempre usaba lo primero que encontraba, pero trataba que combinara (algo no muy difícil ya que su ropa era negra en su mayoría). No era de los mirones, apenas y notaba a las mujeres pero a ella no podía dejar de verla.

  Pensando como un acosador profesional, buscó un lugar lo suficientemente lejos para que ella no reparara en él, pero lo bastante cerca para que él no se perdiera ni un solo detalle. Sacó la copia de Hamlet que le habían dado en el colegio hacía unos cuantos años e hizo como si estuviese leyendo. Cada pocos segundos desviaba la vista de su lectura y la miraba. No avanzaba de la segunda línea ni cambiaba de hoja (qué bueno que no era actor), pero sabía que era la mejor opción que tenía para verla discretamente.

  Esperaba que el camino que apenas duraba media hora, durara por lo menos el doble para tener la oportunidad de verla más tiempo, pues sabía que no tenía el valor como para acercarse y pedirle su número. Por desgracia eso no era posible y el tren llegó a la estación de Abiston. Antes de que él pudiera decir nada, la chica tomó su bolso y adelantó a los demás pasajeros para poder bajar primero.

  Mauricio vio desde la ventana del tren cómo se apresuraba a la salida de la estación cuando giró bruscamente la cabeza y su rostro rompió en una enorme sonrisa con todo y dientes. La chica corrió al encuentro de un hombre joven con traje y lo abrazó.

   Por supuesto, se dijo Mauricio, tiene novio.

  No fue hasta que el joven le ofreció su saco a la chica, que Mauricio notó que ella vestía un hermoso vestido veraniego con unas sandalias… en pleno otoño. Suspiró y dejó de ver a la pareja que ahora se alejaban tomados de la mano.

  Su tarde fue tan ordinaria como de costumbre. El tiempo se le fue recibiendo dinero, entregando boletos y bromeando con sus compañeros de trabajo.

  Casi había olvidado a la chica del tren.

  Casi.

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