¿Cuál es la criatura mágica más inverosímil?

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Buckbeak, el hipogrifo que aparecen en Azkaban, no es una criatura mágica corriente. Con cabeza de ave, patas delanteras de grifo y cuerpo de caballo, los hipogrifos son una combinación especialmente extraña. Ésa era la intención del hombre que los imaginó, un autor del siglo XVI con muy buen sentido del humor.

En una ocasión, el poeta romano Virgilio describió algo como imposible diciendo que sucedería cuando <<los grifos se aparearan con caballos>>. La frase cuajó. Durante siglos, se usó igual que hoy diríamos <<cuando las ranas críen pelo>>. Ludovico Ariosto, un poeta de la corte italiana de principios del siglo XVI, recordó la frase mientras escribía Orlando furioso, una historia épica sobre los caballeros de Carlomagno, un rey que reinó sobre la mayor parte de Europa en el siglo IX. Decidió que había llegado la hora de hacer realidad el inverosímil apareamiento de Virgilio y creó el hipogrifo. (<<Caballo>> es hipos en griego.)

Según Ariosto, el hipogrifo proviene de los montes Rifeos, <<allende los mares glaciares>>. La criatura aparece en la historia cuando la valiente sobrina de Carlomagno, Bradamante, va en busca de su amado, un caballero llamado Rogero. Bradamante descubre que Rogero está cautivo de una hechicera que cabalga sobre este extraño ser, que muy pocas personas han visto antes. Tras derrotar a la hechicera y liberar a Rogero, Bradamante se acerca a la bestia:

Descendieron desde la montaña hasta el lugar donde se había librado la batalla. Allí encontraron al hipogrifo, con la rodela mágica en su envoltura, colgando del arzón delantero de la silla. Bradamante avanzó para sujetarlo por la brida; el hipogrifo parecía esperar su acercamiento, pero antes de que ella lo alcanzara, desplegó las alas y salió volando hacia una loma cercana. Y de una forma similar, eludió sus intentos por segunda vez.

Rogero y los otros caballeros liberados se dispersaron por la llanura y las lomas para capturarlo, y al fin el animal permitió que Rogero lo cogiera por las riendas. El audaz Rogero lo cogiera por las riendas. El audaz Rogero no vaciló en saltar a su lomo y espolearlo, enardeciéndolo tanto que, tras cubrir a galope una corta distancia, el animal desplegó bruscamente las alas y alzó el vuelo.

Bradamante contempló tristemente cómo le arrebataban a su amado en el mismo instante de su reencuentro. Rogero, que desconocía el arte de dirigir un caballo, fue incapaz de controlar su vuelo. El animal lo llevó por encima de las cumbres montañosas, tan alto que él apenas podía distinguir qué era tierra y qué agua.

El hipogrifo tomó rumbo al oeste y surcó el aire tan veloz como un barco con el aparejo nuevo corta las olas, impulsado por los vendavales más frescos y favorables.

En otro episodio de la historia, otro caballero, Astolfo, monta el mismo hipogrifo por todo el mundo:

Ni el halcón ni el águila vuelan con mayor libertad. Sobre la extensa tierra de Galia voló el guerrero, de los Pirineos al Rin, de mar en mar. A Aragón pasó desde Navarra, dejando a las gentes perplejas bajo él; luego atravesó Castilla, Galicia, Lisboa, Sevilla y Córdoba. No hubo costa de España ni llanura interior que no dejara sin explorar.

Desde el Atlántico hasta el extremo más alejado de Egipto, hacia África giró. Vio Marruecos, Fez, y Orán; después la noble Biserta, y la ciudad de Túnez. Vio Trípoli, Berniche, Ptolomita, y en tierras de Asia el curso del Nilo siguió.

Al final, Astolfo monta el hipogrifo con rumbo al Paraíso. Después, lo deja respetuosamente libre. Es fácil comprender por qué J. K. Rowling dice en Animales que el hipogrifo <<se encuentra ahora en todo el mundo>>.

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