#OCHO.

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– Vamos, no te vayas a soltar de mi mano, ¿De acuerdo?— miré hacia abajo y para mi sorpresa Casey no estaba.

¡Demonios! Yo no serviría para madre ni niñera, aunque me pagasen.

Giré mi cabeza por todos los lugares del Zoológico, pero no había rastro de la pequeña luciérnaga y mi corazón comenzaba a latir como loco.

Corrí por todas las áreas y hasta llegue a pensar que se la había comido un león.

– Oye amigo, aquí entre nos. Si te comiste a esa niña sé que tú no tendrás problemas. Claro será tu almuerzo de hoy, pero piensa en tus prójimos. Mi jefe me enterrara viva. Créeme él cabreado da miedo... Quizá podrías reconsiderar devorártela si lo conocieras— me sujetaba fuerte de la baranda.

– Sra., creo que es raro hablarle y gritarle a un león. — Dijo un chico. Giré mi cabeza hacia él y lo fulminé.

– Soy SRTA. ¿ok? SRTA, no estoy casada y soy soltera. Además, estoy en la flor de mi juventud, insolente. — dije refunfuñando y alejándome del chico.

En una banca visualice a mi jefe, estaba disfrutando de un helado muy tranquilo. Mirándome con una cara de burla.

Más a lo lejos, en unos juegos para niños pude ver a las dos luciérnagas. — Si, ahora comprendía todo, y estaba cabreada hasta los pelos.

Camine hasta mi maldito jefe y tiré su helado al suelo. Este me miro incrédulo, para después soltarse riendo a carcajadas.

– Hablar con un león. ¿Enserio? — Seguía burlándose, sus ojos se achicaban por la risa.

Y seguiría muy enojada si no fuera que su risa me gustaba. Solo un poco, bueno tal vez más que un poco.— Lara Bell. Saca esos pensamientos impuros de tu mente ahora mismo.

– Has ganado la batalla, pero no la guerra. Este juego se me da de maravilla. — Dije desafiante y con toda mi confianza en pie y por delante de mi.

– Bien, veamos quien ríe al final, puede que no parezca pero me gustan las bromas— se giró y antes de marcharse hacia sus hijas me guiño un ojo.

No lo mal pienses, tal vez le dio un tic.

Porque él Sr Valhmonde nunca haría algo así ¿Verdad?

Caminé por detrás de él, no tengo por qué prestarle más importancia a lo que es insignificante. — Claro síguelo repitiendo hasta que lo creas.

– Por cierto, me debes un helado.— Dijo burlón.– Y lo quiero ahora.

Volvía a ser el típico jefe que conocía, demandante y petulante.

Pero con una sonrisa que comenzaba a gustarme y atraerme.

Jodida mierda.








Alexandra Cuevas.

MI JEFE ES UN PERFECTO Imbécil.|COMPLETA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora