Capitulo 1 Pt. 2

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Las palabras helaron a ________. Intelectualmente, había entendido los peligros. Pero hasta unos momentos atrás, no había imaginado las ramificaciones de la farsa que quería interpretar Harry Styles.

—Me llamaste para que te ayudara a infiltrarte en la isla —continuó él—, y puedo hacerlo. Pero en cuanto estemos allí, tu vida dependerá de seguir mi ejemplo. O de acatar mis directrices sin cuestionarlas. De modo que será mejor que me enseñes que puedes hacerlo... en las circunstancias más difíciles que puedas imaginar. Porque si no es así, voy a tener que buscar a otra compañera que no tenga esos reparos.

¿Significaba eso que pensaba insistir en la intimidad entre ellos como condición para introducirla en la isla de Duarte? ¿O la ponía a prueba, para descubrir hasta dónde estaba dispuesta a llegar?

Bueno, si el juego era descubrir sus límites, jugaría.

— ¿Qué quieres que haga? —preguntó, pensando que aún había tiempo para echarse atrás.

—Quiero que entres en el dormitorio.

Harry dio la vuelta y atravesó la puerta como si en su mente no albergara duda alguna de que lo seguiría.

Fingió que no estaba como una gelatina y obedeció. Era la suite de invitados que Stan Boyer mantenía en el último piso del Edificio Boyer en el centro de Manhattan. Ya había estado allí realizando comprobaciones de seguridad. Pero jamás había soñado con emplear uno de los dormitorios para propósitos íntimos.

La habitación tenía muebles antiguos y alfombras orientales sobre el lustroso parqué. Pero fue la cama gigante con dosel lo que atrajo su atención al seguir a Harry y detenerse. Él la rodeó y cerró la puerta.

Luego se dirigió a la repisa victoriana y se volvió para observarla con esos ojos penetrantes que parecían taladrarla hasta los huesos.

Logró permanecer quieta, con los labios un poco abiertos y las manos a los costados.

Él la hizo esperar unos segundos largos y agónicos antes de murmurar

—Creo que empezaremos con un striptease. Quítate la falda, la blusa y las medias. Quítatelas para mi placer; luego dóblalas con cuidado y deposítalas en aquella silla.

Conocía a ese hombre. Había trabajado con él. Bromeado con él. Sentido una profunda conexión entre ambos. Pero había una línea que ninguno de los dos había cruzado, porque ambos eran muy respetuosos de las reglas. Y la primera era no salir con compañeros de trabajo.

Y de pronto se encontraba en esa habitación, quebrantando todas las reglas de moralidad y supervivencia por las que se había regido.

Cuando había soñado estar con él, la escena en su mente siempre se iniciaba con una cena íntima, en el apartamento de ella o de Harry. Después bebían un buen brandy. Escuchaban música lenta. Quizá bailaban. Al final él la acercaba y la besaba. Lo había imaginado como un amante atrevido y experto. Un hombre capaz de ofrecerle placer a su pareja, aparte de tomarlo.

En ese momento quería la reafirmación de ese beso. Bueno, más que un beso. Necesitaba los preludios tradicionales que conducían a la intimidad que había imaginado.

— ¿Vas a dar marcha atrás? —preguntó él con tono burlón.

—No —se equivocaba si crea que ella no podía llevar a cabo esa misión.

Llevó los dedos a los botones de la blusa. Era una agente de seguridad entrenada que conocía cada matiz de su profesión. Había interpretado papeles con anterioridad y había estado en situaciones apuradas. Y siempre había salido vencedora.

No obstante, sentía los dedos como embotados al separar los botones. Una parte de su mente agradeció haberse puesto el sujetador y las braguitas de color melocotón, el conjunto que iba tan bien con su pelo rojo y su tez blanca.

Pareció necesitar siglos para quitarse la blusa. Al final se quedó sin ella. Arrugó la tela fina en las manos y giró y se dirigió hacia la silla que había en el otro extremo de la habitación.

—Te dije que la doblaras con cuidado —le recordó con voz dura, que exigía obediencia.

Parpadeó, clavó la vista en la tela arrugada en sus manos y luego cumplió lo que le ordenaba, sabiendo que él seguía cada movimiento que hacía.

La falda era más fácil. Solo tenía un botón y la cremallera. Cuando acercó la mano para bajarla, una orden seca la detuvo.

—Date la vuelta y mírame. No quiero mirarte el trasero... aunque es bonito. Quiero observar tus pechos adelantados cuando te lleves las manos hacia atrás para bajar la cremallera.

El rostro se le encendió al darse la vuelta, con la vivida orden reverberando en su mente. Él tenía razón. Al llevar la mano atrás para bajar la cremallera, los pechos se adelantaron hacia él como si suplicaran que los tocara.

Intentó mantener la mente en blanco mientras plegaba la nuda sobre la blusa, y luego se descalzó y se inclinó para enrollar las medias. Con la vista hacia abajo, las colocó encima del resto de la ropa.

Entonces, antes de que pudiera darle otra orden, se giró para quedar de cara a él. Con el sujetador y las braguitas de encaje se sentía demasiado vulnerable y expuesta para mirarlo a los ojos. No necesitaba ver cómo la estudiaba. Los pezones contraídos y duros eran tan bochornosos como su estado de semidesnudez. La situación comenzaba a excitarla. Y no podía ocultarlo.

Estaba casi desnuda, pero él seguía vestido. Hasta llevaba la corbata. Solo le faltaba la chaqueta azul marino.

—Ven aquí —ordenó.

Los tres metros que había entre ellos habían representado una barrera protectora. Pero se ordenó obligó a y dio un paso al frente. Con la vista clavada en el torso ancho, cruzó la estancia y se detuvo a menos de medio metro de Harry.

—Esto está mal —se quejó—. No deberíamos hacerlo. No tenemos que ir más lejos.

—En circunstancias normales, tendrías razón.

—No nos conocemos.

—Hemos trabajado esporádicamente juntos durante dos años.


Compañeros de TrabajoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora