Edward daba el primer bocado a su desayuno cuando James, el mayordomo, asomó el rostro congestionado por la puerta que acababa de cerrar.
—¿Ocurre algo, James?— preguntó Edward, dejando el tenedor sobre la mesa, algo confuso.
James jamás interrumpiría su comida a menos que fuese por algo importante. El hombre, de unos 40 años y vestido impecablemente terminó de entrar al comedor.
—Tiene una visita, mi Lord.— indicó, haciendo una pequeña reverencia con la cabeza— Le habría dicho que está usted ocupado, pero me temo que el joven no parece dispuesto a esperar.
Edward suspiró, lamentándose por sus huevos con tocino y su riñón.
—¿Ha entregado su tarjeta?— inquirió, dudando de si quedaría alguna posibilidad de terminar su desayuno antes de atenderle.
—No creo que sea necesario que entregue mi tarjeta al visitarte, Ed.— rio una voz masculina que pasaba por la puerta, justo detrás de James.
Edward sonrió, saboreando la posibilidad de comer.—¡Déjalo pasar, por Dios, James!— dijo, levantándose y yendo hacia la puerta para abrazar a su amigo. — El señor Sebastian puede venir cuando desee. ¿Supongo que añadiremos otro puesto a la mesa?
Sebastian aceptó con un gesto de cabeza.
—Gracias, James.— añadió, al recibir un plato y una taza con café humeante.
—¿Qué haces aquí tan temprano, además de asustar a mi mayordomo?— le preguntó Edward cuando los saludos habían terminado y la comida ya había sido servida.
—¿No puede un viejo amigo pasar a visitarte sin que tenga una razón?— se burló Sebastian, fingiéndose dolido.
Edward no se inmutó, observándolo fijamente.
—¡Oh, muy bien! Sabía que irías directo al grano.— aceptó, moviendo grácilmente su rubia cabellera— Se trata de mi hermana.
—¿Tú hermana?—
—Si, ya sabes, Honoria. La chica que nos perseguía constantemente en la casa de campo. ¿No la recuerdas?—
Edward sonrió, asintiendo.
—Claro que la recuerdo, sólo que me preguntaba qué asunto podrías tratar conmigo respecto de ella.—
Sebastian sonrió, alzando una ceja.
—Me parece, por lo que he oído en el club ayer por la noche, que sabes de qué se trata.—
Edward se sintió atrapado. Sabía muy bien que había estado no sólo aquel día de campo con ella, si no que desde entonces él y Dudley habían buscado su compañía repetidas veces en a lo menos tres bailes en los que se habían encontrado los días siguientes. Pero, no habían pasado de mantener alguna charla y pedirles un baile cada uno, a pesar de los intentos de Dudley de atraer la atención de la muchacha.
—No me imagino que pueda ser— dijo, sin mostrar ninguna reacción.
Sebastian se hundió de hombros.
—Tu primo está intentando cortejarla— indicó, serio.—Lo cual no nos parece buena idea. Ni a mi padre ni a mí. Por eso he venido. Necesito que intervengas.
—No veo que pueda hacer yo, Sebastian— señaló Edward, comiendo un último bocado de su plato—¿Qué opina ella de este cortejo?
El rubio soltó un suspiro.
—Honoria es... un poco complicada.— señaló, llevándose una mano al cabello—Dice que el joven le agrada y que no lo descartará como candidato por que a nosotros no nos agrade. Dice que le hemos insistido tanto en aceptar pronto un esposo que quizás acepte éste.
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La Perfecta (Versión borrador)
Historical FictionLord Edward George Stanley, decimoséptimo Conde de Derby era un hombre serio, austero y sereno. Jamás sus pasiones podrían distraerle de sus funciones para con su condado, y mucho menos, para con la Corona. Fue su mejor amigo, el Conde de Dudley...