veinticinco

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Durante la agotadora cuadrilla, llena de caminatas, giros y florituras, Charles escudriñó con esmero el gesto de su compañera de baile. La sentía tensa, sin embargo, ella no dejaba de sonreír a quien pasara junto a ellos. Veía una falsa mascarada en aquella exagerada cordialidad externa, en su tono de voz y en sus maneras, lo que le causó cierta gracia.

Al terminar la pieza y mientras todos aplaudían, Charles tomó por el codo a Honoria y la guio hacia la salida a los jardines. Al lacayo que les abrió la doble puerta le exigió un brandy con un gesto y, una vez estuvieron fuera, soltó a la contrariada joven, que se alejó algo molesta hacia el barandal.

A pesar de que aún era temprano ya comenzaba a oscurecer, por lo que los sirvientes recorrían las terrazas y jardines encendiendo las farolas a gas que utilizaban para iluminar y ornamentar el exterior.

Charles metió una mano en uno de los bolsillos de su traje y sacó de él una cajita rectangular, de plata cincelada en figuras que asemejaban las ramas de un árbol. En el centro podían verse dos letras entrelazadas, que Honoria supuso serían una C y una H. Abrió la cajita y extrajo de ella un cigarro. De inmediato uno de los sirvientes se le acercó y le ayudó a encenderlo, para retirarse enseguida haciendo una reverencia.

—Te ves ridícula—dijo, con una sonrisa relajada, volteándose hacia ella.

Honoria, ofuscada, abrió mucho los ojos.

—¿Qué...?—

—Esa sonrisa tensa, esas maneras exageradas...— se burló él, dando una bocanada a su cigarro que sostenía entre el dedo índice y el pulgar. — Es evidente que algo te molesta.

— No hay nada que...— alcanzó a intervenir ella, pero Charles soltó una risa burlesca.

— Por supuesto que sí.— le cortó él, apoyando su espalda en la barandilla de mármol de la terraza, con gesto relajado.— ¿Me contarás que te ocurre o jugaremos a las adivinanzas?

—Ya te he dicho que no...—

—Entonces jugaremos.— se rio él, pasándose una mano en la barbilla.— Lamento anunciar que el juego será corto, ya que creo saber el motivo de tu molestia.

Un lacayo que se les acercó con una bandeja de plata tendida hacia Charles, ofreciéndole la copa de brandy que había pedido y un cenicero de cristal, contuvo la discusión.

El Barón tomó ambos objetos y posó el cenicero en el barandal de mármol, mientras que con su otra mano alzaba la copa hacia sus ojos. Se trataba de una copa de cuello corto, y la base ornamentada en delicadas flores talladas.

—Has ordenado utilizar la cristalería fina.— señaló, alzando la copa hacia la joven. La escudriñó unos segundos más, con la vista fija en su tallado.— Oh, sí. Aquí está: La flor de Liz azul, el viejo emblema de la familia Portman. Es nada menos que la cristalería familiar.

Honoria asintió.

—Por supuesto, es la boda del futuro vizconde la que estamos celebrando...—señaló, hundiéndose de hombros. No entendía hacia dónde iba Charles, pero agradecía el cambio de tema.

—Te has esmerado mucho en los preparativos, ¿No es así?— continuó él, bebiendo el contenido de su copa.— Hiciste un gran papel de anfitriona. Puedo imaginarte absorta en cada detalle, emocionada por alcanzar la perfección. La cena ha estado deliciosa, por cierto.

Ella, curiosa, se limitó a observarlo. Asintió con la cabeza a modo de agradecimiento por el cumplido.

—¿Has notado ya que nunca más tendrás que hacerlo? No al menos para Berkeley's Manor, claro está.

La Perfecta (Versión borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora