veintiocho

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Luego de unas agradables y románticas seis semanas de viaje de bodas, Sebastian regresó a Berkeley's Manor en compañía de su adorada esposa para disfrutar de lo poco que quedaba de la temporada en Londres de ese año, antes de que la familia se trasladara en masa a la finca familiar de Dorset a pasar el invierno.

A su llegada a Londres le sorprendió no solo encontrarse con que su hermana había preparado unas maravillosas y muy adecuadas habitaciones en la mansión familiar para él y su esposa, sino que además se las había arreglado para mantener una catastrófica discusión con su prometido, antes siquiera de que el pudiese disfrutar de la idea de que su hermana y su mejor amigo se hubiesen comprometido.

—¡Ya van tres semanas, mon cher!— reclamaba la Condesa de Foix luego de la cena.—No han vuelto a hablarse. Y para ma malchance, Honoria decidió que no tiene motivos para asistir a ningún baile ni actividad social ya que su objetivo de conseguir novio está cumplido...—

Sebastian se compadeció de su tía, ya que conocía muy bien tanto el ánimo festivo de la Condesa como la terquedad de su hermana. De seguro la primera podría dar por perdido el fin de la temporada social.

De todas maneras, debía reconocer que se encontraba sumamente preocupado. No era como si pudiese decir que Honoria pasaba sus días llorando por los rincones, pero mostraba una templanza ajena a su carácter.

Cada tarde, luego del almuerzo en familia, se dedicaba a preparar a Janice para tomar el mando y discutían compras y pagos con la señora Harris. Podían pasar horas trabajando, las tres encerradas en la biblioteca de su padre, con libros de cuentas, entrevistando doncellas para llenar algún cupo faltante o decidiendo sobre las compras del hogar.

Durante las cenas en familia que compartieron, Sebastian intentó hablar con ella y averiguar qué ocurría, pero la joven lo había sorprendido al mostrarse exageradamente sonriente, contestando con frases evasivas y cambiando el tema en cuanto se mencionasen los preparativos de la boda o su noviazgo.

A pesar de la aparente normalidad, Sebastian había notado que, cada día antes de dormir, su hermana interrogaba a Dennis, el hijo de la señora Harris-que hacía las veces de recadero de la casa,- recibía furtivamente la nota que el chico le entregaba y se encerraba por un rato, a solas, en el salón rosa, anunciando que no participaría de ninguna actividad social esa noche.

La tía Maddie parecía al borde de la desesperación, al verse encerrada en casa durante las festividades de cierre de la temporada- ya se habían perdido las olimpiadas y las últimas tres noches de ópera.- y Sebastian, sorprendido y consternado ante la actitud de su hermana, había recurrido a su esposa esa noche tras la cena mientras veían a Honoria encerrarse una vez más en su salón, rogándole para que sonsacara información a la joven, pero Janice, con una enorme y dulce sonrisa había acariciado el brazo de su esposo.

—No pienso entrometerme, querido.— había dicho con voz suave y se había alejado escaleras arriba, dejándolo sin nada que decir.

Pasada una semana, harto de la actitud de su hermana y de lo que ocurría en su casa, Sebastian decidió tomar medidas más drásticas. Se levantó más temprano de lo habitual y pidió que le preparasen su caballo.

No tardó en encontrarse irrumpiendo una vez más en el comedor de Edward, mientras el Conde se disponía a tomar el desayuno.

Para sorpresa de Sebastian, Edward se hallaba acompañado a la mesa por su primo, Charles Hardinge.

Ambos tenían sendos platos de tomates fritos con salchichas y tostadas en frente.

—Veo que has regresado de tu Viaje de bodas.— dijo el Conde, poniéndose de pie para saludar a su amigo.— Imagino que ha sido bueno. Espero que no estés aquí por que tengas algún problema...

La Perfecta (Versión borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora