A la mañana siguiente, tía Maddie no fue capaz de levantarse a desayunar, agotada por el baile de la noche anterior. Honoria, aunque hubiese preferido imitar a su tía y no salir de su habitación durante todo el día, se armó de valor y, recordando algunos preparativos del plan de ayuda a Sophie de los que alguien debía encargarse, bajó a desayunar. Sebastian tampoco estaba allí, así que comió sola y pronto se encerró a trabajar en algunas cartas en su salón Rosa.No alcanzó más que a remojar la pluma para comenzar con su primera epístola cuando, tras un golpecito, entró la señora Harris con cara de pocos amigos. Honoria dio un respingo. ¡No podía ser que hubiera problemas tan temprano!
— Tiene visitas, mi Lady— señaló la ama de llaves, con su voz de desaprobación. Honoria respiró hondo.
—¿Quién es, señora Harris?— preguntó, estirando la mano para coger la tarjetita que le alcanzaba la ama de llaves en la bandejita de plata. La mujer no le contesto, dejando que Honoria averiguara por si misma de quién se trataba.— ¿Qué hace aquí tan temprano?—
La joven parecía adolorida. No podía darle una respuesta aún. ¿Cómo pensaba que tomaría una decisión como esa tan rápidamente?
—Bien, hazlo pasar.—ordenó, poniéndose en pie y acomodándose el vestido.— Y dile a Lucy que traiga el té y su bordado, debe acompañarme.
La señora Harris se mostró más satisfecha con aquella última orden, por lo que se retiró de inmediato.
Honoria observó su reflejo en la ventana, donde el sol pegaba con la fuerza de la clara mañana que se extendía sobre su jardín de rosas. Se veía bien, se reconoció. A pesar de ello, no se sentía nada de bien...
La puerta se abrió tras ella y el galante Lord Hardinge entró a la sala, seguido por una cargada Lucy, que acomodó la bandeja del té en la mesita de centro y se fue a instalar a una esquina con su bolsa del bordado.
—¡Que bella estás por la mañana, querida!— saludó el joven, tan elocuente como siempre. Sus coquetos ojos negros brillaban, acentuando su sonrisa seductora.—¿Cómo lo haces para verte tan radiante a estas horas?
Honoria sonrió. Charles siempre la hacía reír.
—Deja de halagarme.— le cortó, yendo hasta él para que le depositara un sugestivo beso en el dorso de la mano.— Tienes algo que explicarme...
—¡Que ridículo!— se burló el joven, acomodándose la chaqueta y dejándose caer en un canapé frente a la mesita.— Siempre pensé que era yo quien venía a pedirte explicaciones a ti, mi Lady...
Honoria le sirvió una taza de té y se la entregó, con una ceja alzada en expresión de duda.
—¿Explicaciones de qué?—
—¿Por dónde comienzo?— se burló él, con una sonrisa traviesa.— Primero, aún me debías una charla y un baile antes de marcharte de la residencia del duque Saint Albains hace dos noches, luego me abandonas allí yéndote del brazo con el aburrido de Derby y encima, no has contestado a mi carta, que por lo demás, recuerdo muy bien habértela entregado ya que la mirada asesina que me lanzó el Conde fue bastante memorable... ¿Debo asumir que ya tienes una respuesta a mi proposición acaso, de tus actos?
Honoria se sonrojó inmediatamente. Dio un sorbito a su propio té, desviándole la mirada.
—Su carta fue sumamente inapropiada, Barón.— contestó, con la voz tan calma como le fue posible. De sólo recordar el contenido de la nota se sentía avergonzada.— No veo que pretendía con ella, pero justamente ahora estaba trabajando en una respuesta, aunque debo decir que no sabía cómo abordarla...
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La Perfecta (Versión borrador)
Ficção HistóricaLord Edward George Stanley, decimoséptimo Conde de Derby era un hombre serio, austero y sereno. Jamás sus pasiones podrían distraerle de sus funciones para con su condado, y mucho menos, para con la Corona. Fue su mejor amigo, el Conde de Dudley...