Lord Derby la había convencido de regresar a casa- ya no eran horas para que una dama se paseara sola por las calles con un caballero- prometiéndole continuar con la búsqueda él mismo.
—Volveré al Club para averiguar si lo han visto, le enviaré una nota a Dudley para que nos ayude y me contactaré con mis informantes. — señaló, muy preciso, viéndola a los ojos.
—¿Sus informantes?— preguntó ella, sorprendida.
Edward dejó escapar una leve sonrisa ante su dulce expresión de asombro. Tenía los ojos muy abiertos y la boca apretada en un gesto curioso.
—Algunos viejos camaradas del ejército a veces... me prestan servicios.— señaló, restándole importancia con un gesto.
Honoria decidió que lo mejor que podía hacer era dejar todo en las manos del conde. La joven descendió del coche con ayuda del cochero, y antes de alejarse se volvió hacia el interior, estirando una mano.
Edward atrapó la mano envuelta en delicada seda, entre las suyas e intentando transmitirle serenidad a la joven, depositó en ella un beso de despedida.
Honoria retiró la mano rápidamente, turbada ante la sensación eléctrica que la recorrió, y corrió hacia la puerta de su casa.
No alcanzó a tocar, pues su mayordomo, Samuelson, ya la abría para ella en cuanto se acercó. El hombre -muy viejo y malhumorado- apenas agachó la cabeza a modo de saludo cuando le recibió el abrigo y se limitó a cerrar la puerta tras ella.
Honoria ni si quiera se desgastó buscando información en el mayordomo ya que, como la joven muy bien sabía, era más fiel a su padre que a los demás miembros de la casa, y sólo a él respondía propiamente. Decidió que lo óptimo sería correr a su habitación e interrogar a su joven doncella, Lucy, quien siempre la ponía al tanto de todo cuanto sabía.
Le extrañó, al avanzar por el pasillo que conducía a su habitación, el inmenso silencio que se cernía sobre la casa. "¿Dónde estaba la señora Harris, regañándola por su salida intempestiva...?"
En cuanto abrió la puerta de su cuarto, Lucy saltó sobre ella. Parecía nerviosa y excitada, y no paraba de revoloteaba alrededor de Honoria.
—¡Mi Lady!— repetía, acelerada—¡Mi Lady, al fin ha regresado! La esperaba para prepararla para el baile de los Rivers.
—¿Qué baile?— rodó los ojos Honoria, observando con curiosidad a su criada—¿Cómo puedes pensar en un baile teniendo a mi hermano desaparecido? ¡No tengo ningún interés en asistir donde los Rivers...
Honoria se hundió de hombros y se sentó frente a su tocador, quitándose los guantes. La imagen de la doncella se reflejó frente a Honoria, en el inmenso espejo del tocador. La observó, curiosa: tenía las mejillas rojas y apretaba los labios, como si tuviera algo que decir.
—¿Lucy?— inquirió la joven, alzando una ceja y buscando su mirada en el espejo.—¿Estás bien?
La doncella asintió. Luego de un par de pestañeos, se acercó a su señora, arrodillándose a su lado.
—¡Su hermano no está desaparecido, mi Lady!—señaló la chica, dejando escapar una inmensa sonrisa.—Ha regresado esta tarde. Lo han instalado en la habitación del Lord.
Honoria se puso en pie de un salto. Ni siquiera alcanzó a procesar la información. Con el mero anuncio del regreso de Sebastian era suficiente.
Corrió al pasillo, con el corazón agitado. Lucy corría tras ella, pero Honoria no la oía. Sólo llamaba a gritos a la señora Harris. Pero no alcanzó a salir del corredor. La ama de llaves llegaba a interponerse en su camino.
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La Perfecta (Versión borrador)
Ficción históricaLord Edward George Stanley, decimoséptimo Conde de Derby era un hombre serio, austero y sereno. Jamás sus pasiones podrían distraerle de sus funciones para con su condado, y mucho menos, para con la Corona. Fue su mejor amigo, el Conde de Dudley...