46 | Embriaguez.

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Era temprano aún. Apenas hacía una hora que había discutido con Mario y desde entonces me había encerrado en mi cuarto. Quizá pasaban de las ocho de la noche.

Inconscientemente necesitaba de César. Necesitaba de sus comentarios cargados de sarcasmo, que me hicieran pensar que no era tan malo todo. Que quizá me serviría más adelante. Pero por más que me repetía a mí misma todo aquello, no me convencía. Ese era el trabajo de él.

Me armé de valor y me desprendí del vestido, arrojándolo con ira sobre la cesta de ropa sucia y me puse unos jeans y una blusa. Me até el cabello con una liga, en una coleta alta y salí del cuarto hacia el de César.

El salón, frente al cuarto de César donde se encontraban las mesas de billar y la licorera, estaba lleno en su totalidad. Una densa capa de humo flotaba acariciando el estuco. El ambiente se veía difícil de soportar más allá de la segunda lámpara, donde salía el humo por los cuatro o cinco cigarrillos.

Me abstuve de golpear por temor de llamar la atención de alguno de los hombres que tomaba licor a mis espaldas, escuchando canciones del género popular. Giré el picaporte y me metí al cuarto, cuando me di la vuelta después de cerrar, detallé a César de pie en medio de la habitación con una morena en los brazos.

Las manos de ella descansaban sobre los hombros de él y las manos de él estaban alrededor de la cintura de la chica. Se besaban. No de forma frenética, más bien pausados, como si realmente disfrutaran de hacerlo. Él no llevaba camisa y vi lateralmente el tatuaje por la poca luz que despedía la lámpara sobre el buró.

Era curioso de ver. Si se veía desde el ángulo en el que yo me encontraba, se podía ver la larga cabellera de la chica, cayendo por su espalda. Se podía ver el cuerpo moldeado de César, con dos cicatrices de puñaladas en el brazo derecho. Las venas se le marcaban por debajo de la piel en su antebrazo y la luz sólo hacía ver su piel pálida.

Una vez cerré, la chica enterró el rostro en el cuello de él, ocultándose de mí. César por su parte, tranquilo como siempre, me miró sin soltar a Nana.

-Lo siento. -Dije por decirlo y él me sonrió con calma. -Soy un poco imprudente.

-Tranquila ¿Necesitas algo?

Me lo pensé por unos segundos, pero la palabra salió por sí sola.

-No.

-Entonces por favor, cierra la puerta ¿Si?-Pidió y yo asentí y me volví, haciendo lo que él me había pedido.

César no estaba disponible en ese momento, por lo que caminé con decisión hacia el bartender y le pedí una cerveza. Él me la entregó, sin dejar de verme receloso. Me senté en una de las bancas y me bebí de un sorbo la mitad del líquido en la botella.

Si no tenía precaución, podría pasarme de tragos y quizá haría el mayor papel de mi vida.

***

La cosa era que no había tenido precaución, me había pasado de tragos y estaba haciendo uno de los más grandes papeles de mi vida.

Me encontraba borracha en nivel tres, del uno al cinco. Varios hombres y mujeres se habían cerrado rodeándome y escuchándome burlarme de todos la situación. Cuando estaba ebria solía decir lo que pensaba con una gran pizca de humor infantil e inmaduro.

Había comparado a Rafael con un trapecista que había visto en un circo a los seis años. Había comparado a Raúl con Speedy Gonzales por la forma en la que había huido conmigo de su casa. Me había burlado de Mara cuando había intentado matarme y había dejado ver sus dientes amarillos y desperfectos.

En fin, le había sacado un chiste a todo. Inclusive, cuando toqué el tema de Alcapone y de las cosas que le había dicho, ellos habían reído y me habían alentado, ofreciéndome copitas con aguardiente.

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora