38 | Herida.

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Pasado el medio día me metí en la piscina y estuve un par de minutos tratando de darle un ritmo a mi respiración. Mis pulmones se sentían presionados debajo del agua. No sabía que fumar me iba a llevar a cosas tan desagradables en el futuro.

Un sujeto me observaba a lo lejos, cerca del portón. Mi primer pensamiento fue que era David, pero dudaba que él estuviera cuidando ese lugar. Le di la espalda y me sujeté del borde de la alberca para salir, pero un chapuzón detrás de mí me hizo girar. La piscina lucía tranquila y sus aguas apacibles. De la nada el rostro de Mario apareció frente de mí y me sobresalté.

Grité, tirándole agua en la cara. 

— ¿Estás loco? ¡Por poco me matas de un susto! No hagas eso, estoy en alerta máxima.

— ¿Alerta máxima?—Cuestionó riendo, arrastrando las gotas de agua que caían sobre sus pestañas. Se veían delgadas y más largas y sus ojos rojizos por el cloro del agua.

—Debemos irnos antes de que entre la noche. –Le informé y él asintió. –Tengo un presentimiento extraño, Mario.

—No va a pasar nada, será como cuando veníamos. –Aseguró, nadando al estilo mariposa. –Además tu mejor amigo, el sicario, nos acompañará de nuevo.

Blanqueé los ojos por su apodo y me zambullí, nadando con la cabeza dentro del agua. Me choqué con un cuerpo y levanté la cabeza. Mario sonreía y entonces lo empujé, quitándolo de mi camino.

— ¿Vanesa?—Escuché a César y lo busqué con la mirada. –En una hora estamos saliendo.

Asentí y me apoyé de las barandas para poder salir. Tomé la toalla que había dejado sobre una de las sillas y me envolví con ella. Cuando me di la vuelta, Mario y César hablaban.

***

Exactamente cuarenta minutos después, yo ya estaba tirada sobre el sofá de la sala, esperando que Mario estuviera listo. Mamá me hacía recomendaciones sobre qué hacer y qué no hacer en Medellín cuando estuviera en peligro. Básicamente era:

¿Qué hacer? Obedecerles a "los hombres esos".

¿Qué no hacer? No obedecerles a "los hombres esos".

Ella hablaba como si la experiencia de los años le pesara sobre el hombro. César disimulaba una sonrisa, recostado contra la pared en uno de los escalones de las escaleras, mientras que Zarco y Pablo cuchicheaban en un rincón de la sala.

Mario bajó listo y con el equipaje colgando de sus brazos. César le ayudó y entre los dos salieron y dejaron todo en el baúl del auto. Yo estaba ocupada siendo aplastada por los brazos de mamá, que se negaban a dejarme ir. Cuando por fin me soltó, descubrí dos lágrimas resbalando por su rostro. Le devolví el abrazo y le prometí que todo estaría bien.

Me abroché todos los artículos de seguridad de la moto y me subí en ella, saliendo de la hacienda. De inmediato César y los demás se colocaron detrás de nosotros, pero en una camioneta diferente. Íbamos de vuelta a Medellín y si todo salía bien, sería la gran hazaña.

El frío me templaba los brazos, a pesar de que iban cubiertos por una tela licrada y un saco. Doscientos metros antes del retén, César hizo sonar la bocina para pedir que nos detuviéramos. Él salió y me llevó lejos de Mario, para poder hablar.

—Entrando a la ciudad, te van a estar esperando dos camionetas. Una roja y una negra. En tanto las veas, siéntete segura. Me iré lo más rápido que pueda para no dejarte mucho tiempo. —Me asegurós.

— ¿Por qué estás así?—Le pregunté, un poco temerosa.

—No confío en ninguno de ellos, pero no me queda de más. El patrón los avaló y supongo que está bien. –Murmuró y varios carros pitaron por nuestro pare. Me subí en la moto y me alejé de ellos.

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora