40 | Escape.

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El movimiento que hice al llegar al apartamento, fue predecible en todos los sentidos. Correr a tomar la única fotografía que tenía de mi hermano y observarla llorando y negándome a aceptar que me habían mentido y que la única persona que yo creía que me apoyaba en mi sentido de justicia, había asesinado a personas inocentes.

En su fotografía estábamos charlando en la primera visita al batallón, ocho meses antes de su "muerte". Él tenía una expresión viva, con ojos coquetos, pómulos marcados y mandíbula pulida. Sus labios eran carnosos y algunas pecas se montaban por sus mejillas. Era yo, en versión masculina.

César me había asegurado que ahora que sabía que David era el culpable, él ya no podía seguir estando de protector en mi presencia. No cuando yo podía echarlo todo a perder. Me había sentido avergonzada con César, después de repasar lo sucedido a las afueras de la casa de Alcapone.

Yo había encañonado a César y había puesto mi dedo en el gatillo, rozando el material con la yema de los dedos. Jurando que le clavaría una bala en el cerebro. Ni yo tenía conocimiento de mis alcances cuando la ira me gobernaba por completo.

Todo había estado en silencio desde que había llegado y había permanecido así hasta altas horas de la noche, cuando Rafael llegó diciéndole algo en el oído a César. Fuera lo que fuera, lo había hecho salir de inmediato y a pesar de que perdí horas de sueño con la angustia de que él no regresara, actué normal como si la ausencia de mi escolta no me afectara.

Al día siguiente, la impaciencia fue mayor y le pregunté a Rafael. Él aseguró que no sabía nada y comencé a probar suerte, escogiendo muchachos al azar y haciéndole preguntas acerca del paradero o bienestar de César. Pero todas las respuestas se componían de dos palabras y cuatro letras: "No sé".

No podía tan siquiera asomarme a las ventanas, por lo que estuve tirada en el colchón todo el día, viendo televisión. En algún momento, entre tanto que miraba, llegué a una canal nacional donde hablaban de la increíble alza de crimen organizado, nombrando a su vez el top cinco de las ciudades más peligrosas, donde Medellín ocupaba un vergonzoso segundo lugar, por debajo de Bogotá.

El periodista se encontraba haciendo el reportaje, en una plaza del centro de la ciudad. Reconocí algunos locales que se notaban detrás de él. Estaba haciéndoles preguntas a las personas sobre la delincuencia y sobre qué tan seguros se sentían en la capital de Antioquia. La mayoría decía que no se sentían para nada seguros y los comprendí, de hecho estuve más que de acuerdo.

Apagué el aparato y caminé hacia la puerta, cuando la abrí escuché la murmuración de un hombre que no conocía.

—Águila ya no vuelve. –Había dicho el hombre y alguien había estado de acuerdo.

— ¿Qué has dicho?—Pregunté en voz alta, llamando la atención de todos en mi sala.

—El patrón decidió que César ya no volvería. –Corroboró y se tiró sobre el sofá individual. Seguía sin saber quién era él, pero me daba una mala espina tenerlo cerca.

— ¿Por qué?

—Traición. –Fue todo lo que dijo y fue suficiente. "La traición se paga con muerte, sin negociaciones" era lo que me había dicho César. Negué con la cabeza, pensando en qué iba a decirle para ser sutil.

—Exijo ver a su patrón, ahora mismo. –Balbuceé no muy segura, pero manteniéndome firme, viendo a los ojos a Rafael.

—Usted no está en posición de exigir nada. –Determinó caminando hacia la puerta principal. Lo alcancé, tirando de su camisa haciendo que se girara de forma brusca. Él estiró la camisa, soltándola de mis dedos. –No la llevaré. Yo no soy su "hermanito" César.

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora