Di un paso y el dolor aminoró. La seguridad me llegó y di otro paso, sintiendo como el dolor me dejaba por completo. Finalmente logré cruzar la habitación y César asintió, satisfecho con lo que una semana de completo descanso había logrado.
Moví mi pierna en varias direcciones, capturando pequeños pinchazos, pero soportables. Mi brazo seguía adormecido por el calmante que me aplicaban todas las noches, eliminando de mis sensores el dolor. Zarco, Pablo, Rafael, Mario y César estaban en la sala de mi apartamento, observando como yo daba un par de pasos. A cualquier vista eso sería ridículo, de no ser porque había chocado de frente con un carro.
Por extraño que fuera, Mario sólo había recibido algunas quemaduras, rasguños y una grieta que sanaría pronto. Nana, la novia de César era quien había atendido mis heridas. Tenía algunos cursos de eso y me sentía muy bien; a pesar de que no la hubiera podido ver.
— ¿Estás lista?—Preguntó César, comprobando que su pistola tuviera un proveedor lleno. –Salimos ya.
Sus últimas palabras fueron un interruptor que activó a todos. Mario se quedó sentado en el escalón más bajo y yo logré tomar asiento a su lado. La venda que rodeaba mi hombro y parte de mi brazo, me picaba en la piel. Acababa de darme una ducha, pero no era suficiente.
—No quiero que vayas. –Susurró Mario, tomando mis manos entre las suyas. –Ese sujeto es peligroso, no quiero que vayas.
—Tengo que. –Le certifiqué, dándole un beso en los labios. –César estará conmigo, todo estará bien.
Aunque no le estaba mintiendo, era consciente de que era peligroso encontrarme cara a cara con el capo más sanguinario de Antioquia. César temía que yo perdiera el control y hablara de más. Su advertencia del otro día, de que me asesinarían antes de que me diera cuenta, me daba vueltas en la cabeza.
Me puse de pie y Mario me imitó. Le di un beso en la mejilla y caminé con lentitud hasta la camioneta, donde César me esperaba. La puerta se cerró y cerré los ojos, por costumbre mi mano viajó a la llave que colgaba de mi cuello, pero no la encontré.
César me la pasó con mucha discreción, queriendo evitar que el conductor o su copiloto nos vieran. Confirmé el hecho de que él no quería que nadie viera eso y lo recibí, introduciéndola en mi bolsillo.
Me mente envió imágenes de cómo podría ser Alcapone, de su voz, de su actitud. El lugar en dónde se encontraba era una casa de tres pisos, en un vecindario aparentemente de estrato alto. Una fila perfecta de palmeras se posicionaba a ambos lados de la calle, con la misma altura y un cuidado evidentemente perfecto.
Cuatro camionetas negras mate, de vidrios polarizados estaban parqueados frente a una de las casas. La casa era de un color avellana, puertas y ventanas de madera pulida. Los tejados caían como cascadas, todo limpio de cabeza a pies. Dos hombres con traje y auriculares, estaban de pie a ambos lados de la puerta.
Uno de ellos detuvo a César, colocando una mano bruscamente en su hombro.
— ¿Quién eres y a quién necesitas?—Preguntó la voz gruesa y demandante de uno de los hombres.
—Soy César Pinzón, vengo con Vanesa Jaramillo a habl...—César ni siquiera terminó de hablar cuando el sujeto recibió un intercomunicado por su auricular. Se enderezó de nuevo y abrió la puerta, dejándonos pasar.
Seguí a César, quien tomó mi mano con fuerza. El interior de la casa era más que lujoso. Todo estaba organizado de forma estratégica. Una mucama apareció con uniforme blanco y negro, con ambas manos unidas en la espalda. No esperaba que pasara de los veinte años y su belleza era excepcional.
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SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETA
AcciónElla está en peligro. Quieren asesinarla y no sabe el por qué. Tiene ocho meses para huir de la muerte, mientras descubre la identidad de sus enemigos y el motivo por el que quieren matarla. Sin embargo, hay algo que debe saber: Todos le mienten. ...