34 | La llamada.

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Cuando sentí el frío llegar hasta mi cuello, fue que abrí los ojos despertándome por completo.

Me tomó un par de segundos ubicarme y recordar superficialmente los sucesos de la noche anterior. Me asusté cuando me vi en ropa interior, pero con mucha pena recordé cómo había terminado así. Cubrí mi rostro con una mano, mientras mis mejillas y orejas se calentaban por la vergüenza. La puerta se abrió y Mario entró sosteniendo una bandeja que estaba con dos platos, un vaso y algunos cubiertos.

—Hola. —Saludó sorprendido porque estuviera despierta y descargó la bandeja sobre una mesita al lado de la cama—Te traje algo para desayunar y para el malestar.

Lo observé y no lo creí. Había soñado varias veces con ese momento y no esperaba que nos volviéramos a hablar. La noche anterior estaba realmente drogada y actuaba sin pensar, podía recordarlo; pero me sentía muy avergonzada y nerviosa.

Mario tomó asiento en la esquina del colchón y entrelazó sus manos, suspirando. Su mirada hizo el trayecto hasta mi cara y pensé que debía de estar terrible físicamente.  Se aclaró la garganta.

—Llevé tu vestido a una lavandería, ya está limpio. –Señaló la prenda que estaba meticulosamente doblado sobre una silla en un rincón. No respondí nada y bajé la mirada.—Estás enojada.

Concluyó y negué con la cabeza. Me senté, cubriéndome con la sábana hasta el cuello aunque supe que era ridículo si él me había visto la noche anterior. Él no dijo nada más, como presionándome en silencio que dijera algo.

—Estoy confundida —Comencé quitando mi mirada de sus ojos oscuros. Lo escuché bajar saliva y apreté los ojos— ¿Por qué me trajiste aquí?

— ¿Puedes comer algo, por favor?—Preguntó. Tomé el vaso y bebí un sorbo de jugo—Te vi muy drogada y sé que tienes enemigos. Quienes te protegen parecían ocupados en sus cosas, entonces te traje. Pero desde las dos de la madrugada dos tipos han estado afuera, uno de ellos entró a verificar que estuvieras bien.

Comencé a comer. Se puso de pie y me alcanzó el vestido, luego salió. Me puse el vestido, me peiné con los dedos y salí descalza porque recordé haber tirado los tacones en la discoteca. A tientas llegué al baño y limpié mi cara, luego humedecí mi cabello y salí.

Mario estaba apoyado contra la pared en el pasillo de salida, me detuve frente de él.

—Gracias por cuidar de mí—. Toqué su hombro y sonreí. Él me detuvo por el brazo.

—Quiero que sepas que Katerine y yo, nunca tuvimos nada, en realidad. Dejamos de hablarnos al día siguiente en que todo pasó.

—Bueno. 

—Lamento haber sido un idiota. —Continuó, enderezándose quedando una cabeza más alto que yo. Su altura y contextura me intimidaron, me sentí pequeña. —Estaba pensando que quizá podríamos hablar un poco.

—Tengo que irme—Corté de inmediato, odiando que mi voz temblara. Aun así me mantuve firme cuando enarcó una ceja, apretó la mandíbula y asintió. – Gracias por todo.

Su mano voló a mi mejilla, pero yo salí sutilmente disparada de su presencia. Abrí la puerta y le dediqué la última mirada, antes de que mis ojos se cerraran por el resplandor del sol de las nueve de la mañana. César comía papas fritas, recostado contra su taxi.

—Hasta aquí me llegó ese guayabo puntudo. –Comentó y lo atravesé con la mirada.

— ¿Y tú? ¿Acaso pasaste la noche con Viviana para que dejaste que Mario me secuestrara?—Pregunté, rapando su paquete de galguería.

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora