18 | Peón.

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Lo cierto era que me habían encantado los ojos verdes de Raúl.

Habíamos estado hablando de todos los temas, fumando tal vez dos cigarrillos por hora y burlándonos de los que se accidentaban en el entrenamiento. Había apagado el teléfono, pues no esperaba recibir llamadas de nadie. Mi mamá no quería que yo existiera, Mario no iba a aceptar esa "escena" que le hice y Rafael junto con los demás, se habían cansado de protegerme, si es que lo que estaban haciendo se llamaba proteger.

Tampoco había pensado siquiera por un momento que ellos, los malos, me estaban observando porque mi subconsciente sabía que así era y no me iba a sugestionar con algo con lo que había estado viviendo por tres meses. En tres días entraba a mi primer día de clases de universidad, como debió haber sido hace dos años si no hubiera sido por la carencia económica de mi madre y por la mía.

Pensar en lo difícil que fue mantenernos con vida esos dos años era gracioso, porque mientras tanto Jorge, el hombre que se hacía llamar mi papá, tenía montañas y montañas de plata. No fue hasta cuando murió, que él concluyó que ya era hora de comenzar a responder por mí.

Raúl había estado fumando marihuana. Sus ojos se habían empezado a enrojecer y era atractivo de ver, pues sus ojos verdes se hacían más profundos y lo hacía verse mejor. Había dicho cosas raras que Alan había comentado la noche en la que desapareció. Lo que yo había resaltado en mi mente era esta parte:

« — ¿Sabes? Alan no dejaba de decir riéndose "Vamos a ver quién gana...". Él lucía convencido de algo. Como si supiera algo que nosotros no. Tal vez... tal vez por eso lo mataron. »

La pregunta que había dado vueltas en mi cabeza era: ¿Qué era lo que sabía Alan?

Raúl no había dicho nada más. Luego de decir esa frase, había guardado silencio. Como si hubiera entendido que no debió de haberme contado aquello. Para entonces la luna ya estaba brillando, porque pasaban las siete de la noche. Tomé un taxi y me fui a mi casa.

Me bajé del vehículo y le cancelé al taxista, para luego comenzar a buscar entre mi bolso las llaves. Seguí caminando mientras buscaba y la voz de Mario irrumpió en el silencio, haciendo que me sacudiera del susto.

— ¿Dónde estabas?—Había preguntado. Lo divisé recostado contra su moto, en la sombra de la casa, en total oscuridad. Como no contesté y me paré frente a la puerta al tiempo que introducía la llave en la cerradura, él se acercó en tres zancadas y tiró de mi brazo con fuerza—Pregunté algo.

—Suéltame—Espeté mirándolo a los ojos y apretando los dientes. Él aflojó su agarre y tiré de mi brazo para soltarme. Le di la vuelta a la perilla y esperé. No iba a entrar. Tenía que hablar primero con él. —Estaba en la pista de Motocross con Raúl.

Él arrugó la frente y apoyó su hombro contra la pared— ¿Qué hacías con él?

—Nos encontramos en la parada del autobús y... él no lucía bien. Venía de identificar el cuerpo de Alan—Dije mirándolo a los ojos.

— ¿Alan murió?—Cuestionó, enderezándose. —No me esperaba esa noticia, pero ¿Cómo fue que eso te llevó a la pista de Motocross con Raúl?

—Sólo fuimos para distraernos un poco—. Murmuré empujando la puerta y entrando, Mario me siguió y cerró la puerta. En la cocina serví un poco de jugo de naranja y me senté en la encimera.

—Te estuve llamando varias veces y no me contestaste, creí... sabes que esas personas, los enemigos de tu papá están acechándote... Creí que te había pasado algo.

—De hecho, hoy me llamaron: Me dijeron la hora en la que salía y entraba de mi casa, saben de ti y de Viviana. Saben todo de mí. Me llamaron "Peón"—Le solté, aun después de dichas las primeras tres palabras él quedó estupefacto.

SANGRE Y PÓLVORA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora