Me convierto en una bateria viviente

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Al primer intento de freír la cara de la serpiente conjurando una bola de fuego, me doy cuenta de que mis reservas de energía mágica son más bien escasas. Tampoco puedo abrir la boca sin que entren hojas, por lo que respirar también me está costando. Desesperado, la golpeo con fuerza tratando de que me suelte, pero lo único que consigo es cortarme la piel con sus afiladas escamas. De repente, la criatura da un giro brusco hacia abajo, y mi nuca se golpea con algo duro. Mi visión se oscurece y no veo ni oigo nada más.

Me despierto de golpe con la frente cubierta de sudor, en un lugar oscuro y silencioso, sin saber dónde he ido a parar. El hombro me arde y cuando me llevo la mano hasta allí, la retiro y está cubierta de un líquido caliente y pegajoso.

"Sangre" pienso al instante. La cabeza me da vueltas y no consigo que mi sentido del equilibrio decida dónde está arriba y abajo. Y tengo unas ganas de dormir tremendas...

"El veneno de las serpiente tiniebla realentiza las constantes de sus víctimas y hace que entren en un trance profundo e irrevocable. Arrastran a sus presas a las oscuras madrigueras donde viven y las mantienen con vida hasta que deciden devorarlas. En tal caso, el veneno en las venas de su víctima se convertirá en una toxina mortal a voluntad del reptil. Por eso se consideran criaturas mágicas..."

La voz firme y segura de Clarvi inunda mis pensamientos. La recuerdo dándome lecciones de fauna mágica. Podía pasarme horas escuchándola, eso cuando teníamos horas para descansar antes de seguir huyendo del régimen antimagia. Era una vida difícil, pero no tanto cómo la de ahora. ¿ Cuando se nos ocurrió tratar de matar al hombre más poderoso de la nación?

"Céntrate. O acabarás como un filete listo para ser devorado" me digo

Lo primero que se me ocurre hacer es registrar el lugar con magia. Tanteando el terreno con mi sexto sentido, descubro que estoy a pocos metros bajo tierra, en una caverna con una única salida. Lo que hace que me de un escalofrío es que el lugar está lleno de animales moribundos. Puedo sentir sus mentes, que se remueven en un sueño provocado. Puedo percibir sus cuerpos llenos de marcas de mordiscos. Puedo notar su pulso débil y lento. Dioses, las serpientes han arrastrado el bosque entero aquí abajo.
De repente, mi conciencia topa con una mente no animal. Una mente fuertemente protegida, pero una con la que yo he estado en contacto antes. Clarvi.

Sin pensar siquiera en que el esfuerzo podría matarme, recito un hechizo de luz. Con el puño en alto como una antorcha, doy unos pasos tambaleantes en su dirección, pero el fuerte olor animal me marea y caigo de nuevo. Me  muerdo la lengua y noto el sabor metálico de la sangre, que me llena la boca y me hace escupir. No sé cómo logro arrastrarme y llegar hasta ella. Pongo la mano en su cuello y solo cuando noto pulso me atrevo a respirar.

" Está viva. Clarvi está viva. Cálmate Absent."  Me digo a mi mismo.

En ese momento oigo un fuerte siseo que hace que me levante y mire a mi alrededor, con todos los músculos en tensión. De entre las sombras asoma una cabeza reptiliana, negra, con dos ojos pequeños que me observan con una furia tan fuerte que me entran escalofríos. Oigo más siseos alrededor, y antes de que pueda distinguir de dónde vienen, la serpiente del tamaño de un caballo se me tira encima y hunde sus dientes en mi hombro sano. Mi espalda cruje cuando me aplasta contra la pared. Presa del pánico, lo único que se me ocurre es golpearle la cabeza.

Para mi sorpresa, mi mano se hunde en su carne cómo un cuchillo en la mantequilla. Antes de que pueda parpadear, un torrente de energía recorre mi brazo y le revienta la cabeza a la serpiente cómo si fuera una sandía.

La sangre me salpica de arriba a abajo. En otra ocasión habría vomitado, pero ahora sólo siento un poder que me recorre las venas. Se siente cómo un océano tratando de pasar por un riachuelo. Y es una sensación maravillosa, pienso.

Siento que se acercan más serpientes, atraídas por el ruido. Y yo me quedo esperándolas con una sonrisa maligna en la cara, pues nunca me había sentido tan bien ni tan poderoso.

Sildes, los hijos del aire.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora