La reina del espectáculo

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- ¿Tan extensa es la red esta? - pregunto, al ver el gigante mapa que muestra todos los refugios mágicos cómo el que hemos encontrado.

- Estos lugares se construyeron hace siglos, antes de que los Desiertos de Fuego y la Tierra Salvaje limitaran el avance explorador del reino. Son refugios para viajeros que iban y venían de tierras lejanas, porqué en aquella época no existían tantos pueblos cómo ahora. - contesta Clarvi. - Y disponían de su propia red de teletransporte para viajar entre ellos. Que puedo hacer funcionar. -

- Si tú lo dices . . . -

- Haber, cogeos las manos - dice.

Absent y yo obedecemos y los tres en total formamos un triángulo. Clarvi y él parecen muy centrados, con los ojos cerrados y una cara de absoluta concentración. Y yo aquí, haciendo el panoli. Finalmente noto un fuerte tirón en el estómago y todo se hace oscuridad.

Al abrir los ojos de nuevo, me vienen unas arcadas horribles y tengo que apoyar una rodilla en el suelo. Los magos no tardan en sentirse igual y los tres acabamos en el suelo.

- Dioses . . . Puñetero teletransporte. -

Media hora más tarde, ya estamos en posición. Si el "infalible conjuro de localización " de Absent no falla, el carro pasará por el camino a mis pies en minutos. Escondida entre las ramas que se alzan cómo una cúpula por encima de éste, rezo para que Absent y Clarvi dejen de hacer tanto ruido. Se nota que no llevan toda la vida acechando a animales con el oído fino. Más bien suena cómo una morsa intentando subir a un árbol.

Cuando oigo el sonido de los cascos que se acercan coloco una de las flechas con "mejoras" en la cuerda de mi arco y espero. Primero pasan los guardias que abren la comitiva. Tenso la cuerda. Después pasan los caballos. Finalmente asoma el carro. Está muy bien protegido, pero hay pequeñas rendijas para dejar respirar a los soldados de dentro.

Mis dedos se mueven y la flecha silba al cortar el aire e introducirse por una de estas rendijas. Hace tan poco ruido que tan sólo los caballos se percatan. Agitan las orejas nerviosos, y se detienen asustados por el sonido. De eso si se dan cuenta los guardias, que miran a su alrededor.

Cuando el que lleva las riendas aparta la mirada de los caballos, otra flecha se clava en el trozo madera que los mantiene unidos al carro. En cuanto acierta en su objetivo, se prende fuego y carboniza en cuestión de segundos la única sujeción entre los animales y el carro.

Los caballos parecen saber lo que queremos, pues salen corriendo mientras relinchan y dan coces al aire, arrastrando al tipo que los conducía por el suelo. Su cara me obliga a hacer un esfuerzo para que no se me rompan las costillas de la risa que aguanto. Tal y cómo nos esperamos, los soldados forman un círculo defensivo alrededor del transporte. Para eso hemos preparado algo más que unas flechas.

Des del otro lado del camino, alguien lanza un tarro que se rompe contra el suelo, y libera un gas qué no tarda en cubrirlo todo con humo blanco.

Los guardias se giran en todas direcciones, tratando de ver algo entre la niebla. Hora del espectáculo. De un puñetazo en la garganta, uno de los soldados se lleva las manos al cuello, tratando de coger aire. Cae de espaldas al suelo, y atrae a los demás, que sólo tienen tiempo de ver cómo alguien lo arrastra de los pies hasta que desaparece en la niebla.

Todos miran hacia ese lugar. Y entre el humo aparecen dos ojos de color amarillo verdoso brillante, acompañados de una risotada maléfica que resuena en sus oídos. (¿ Sabíais que a los sildes nos brillan los ojos en la oscuridad?)

Los guardias tienen suficiente. Tiran las espadas y salen corriendo, gritando cosas sobre el diablo, un ser mágico malvado o el fantasma de su abuela. Cuando ya están lejos, alguien susurra unas palabras en un idioma desconocido. La niebla desaparece y revela un carro, dos magos que salen de la espesura y una silde que se ríe a carcajadas.

- No entiendo por qué tenías que hacer eso - comenta Absent. - Bastaba con dejarles inconscientes. -

- En parte para enviar un mensaje a un rey, en parte por que esos soldados en concreto aterrorizaban a mis vecinos en Sayher, en parte por diversión. - contesto.

Sin embargo él ya no me escucha. Está mirando fijamente algún punto en el norte. Por lo que recuerdo del mapa, estamos al sur del reino, en la orilla oeste del río Ring. Lo único que hay al norte es una extensa floresta.

- Eh! No os váis a creer lo que nos tiene que contar la prisionera, o sea Lisve.- interrumpe Clarvi, saliendo del interior del carro. Dentro hay un montón de soldados anestesiados gracias a mi flecha de zumo de grivet." Tomad vuestra propia medicina" pienso.

- ¿Te ha dicho su nombre? - le pregunto. - Espera, las sirenas hablan? -

- Comunicación mental. - contesta, dándose golpecitos en la frente. - No te vas a creer lo que sabe.-

Sildes, los hijos del aire.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora