Al umbral de la verdad

7 3 0
                                    

Acabar de pulir nuestro plan maestro nos hace gastar un día entero, a pesar de que vamos justos de tiempo. Es un plan arriesgado, peligroso, estúpido si queréis llamarlo así, pero si sale bien, tendremos todo lo que nos hace falta servido en bandeja de plata. Y eso incluye un perfecto primer plano de Caler cuando me ría en su cara por haberle ganado.

De todas formas, me pregunto si esa imagen vale lo suficiente cómo para entrar directamente en la boca del lobo. Sí, ese es nuestro gran plan. Vamos a entrar en el Palacio, pero no tengo intención de proporcionarles la satisfacción de tenerme encerrada mucho rato.

Me deslizo entre la gente que llena la ciudad con silencio, cómo si estuviera cazando en el bosque. Entrar a sido fácil. Sencillamente nos dirigimos a una entrada poco concurrida, Clarvi miró a los dos guardias con intensidad un segundo y estos se desmayaron. Ai, el poder mental. Casi les compadezco.

Aún así, salir no será tan fácil.

Enumero mentalmente lo que necesitamos:

- Rescatar a Tuhon y a otros sildes si los hay.

- Una confesión de Caler frente al pueblo.

- Un libro sobre la poción con sangre de silde, para aclarar el motivo de sus actos.

A mí me han tocado las dos más difíciles. Y yo sola, encima.

Con la capucha bien calada, me dirijo hacia la entrada principal del Palacio. A pocos metros hay una casita de guardia, dónde los oficiales toman el almuerzo.

Rezando para que el que esté desayunando ahora sea crédulo, paso por encima de la línea límite de distancia y me siento tal cual en la mesa dónde comen. Todos me miran cómo si fuera una mosca en la sopa.

- Necesito una audiencia con el rey- digo, antes de que me echen de aquí a patadas.

- ¿ Quién te crees que eres? - contesta uno. -Vete antes de que pierda la paciencia. -

Al no obedecer la orden, uno intenta agarrarme del brazo, pero se lleva un codazo en toda la cara.

Al momento todos se levantan y empuñan lanzas y espadas. No están acostumbrados a que la plebe se rebele.

- Me parece que no lo han entendido. Quiero una audiencia con el rey.- repito, y esta vez me quito la capucha. A algunos se les caen las armas. - En cuanto a mi nombre, soy Írisa de Alba Blanca. -

- ¿ Dónde. . . Dónde están los brujos? - pregunta tartamudeando, mirando a su alrededor con nerviosismo. Los aires de grandeza han desaparecido, sustituidos por un miedo glacial.

- En alguna azotea.- contesto, y cómo si no fuera suficiente, me llevo a la boca un pedazo de pastel de su desayuno. - Buenísimo. Y por cierto, os convertirán la sangre en fuego y los huesos en papel si os atrevéis a tocarme.-

Es una amenaza falsa. Clarvi y Absent están muy ocupados en otra parte del castillo.

Ninguno se atreve, gracias a los dioses. Algunos retroceden todavía más. Con una sonrisa, me pongo de nuevo la capucha y me levanto.

- Haz saber al rey que le espero en las mazmorras.- le digo al oficial.- Y que sé lo de su hija. - añado con un susurro.

Su cara rompe las leyes de la física al contraerse en una mueca de angustia casi imposible. Y yo, sin dejar de sonreír, me alejo de ellos en dirección a la enorme puerta de madera que es la única entrada al Palacio. Es grande, tan grande que podría pasar a dentro mi casa sin que rozara los bordes. Sin embargo, tiene una portezuela más pequeña a un lado, para la entrada y salida del personal. Los que la custodiaban han desaparecido. La abro con un manojo de llaves ( sustraído del amable pero despistado oficial) y me adentro en la boca del lobo.

La última vez que estuve aquí, unos guardias me arrastraban a la sala del trono, un tanto conmocionada. Pero recuerdo con claridad un pasillo dónde había una cantidad de guardias con uniforme diferente, y para mí disgusto, látigos enrollados en la cintura. Sólo podían ser carceleros, así que allí está la prisión.

Ahora no hay nadie por los pasillos, sólo se oye mi respiración. Pero en un momento dado, si que escucho la de otra persona. Es muy tenue, pero el sonido se transmite por el aire y ese es mi elemento. Alguien me espera detrás de una esquina. Hago cómo que no le he oído y continúo. Me acerco a su posición. No hay reacción alguna por parte de la persona que espera tenderme una trampa. Con un último paso, giro la esquina.

Entonces ataca. El movimiento es bueno, pero lo he visto venir. Atrapo su brazo, con el que sujeta una espada, entre el mío y mi cuerpo. Con la otra mano le pongo mi cuchillo en la garganta. El tiempo se detiene y le miro a los ojos.

Diablos, es el príncipe Learco.

Él también parece sorprendido, me ha reconocido. No intenta herirme por la espalda con su arma. Los dos nos miramos unos incómodos segundos. Muy, muy lentamente nos separamos el uno del otro.

Su mirada sólo dice "haz lo que tengas que hacer". No va a intentar detenerme. En lugar de eso, tan sólo se va por dónde yo he venido. Ni una sola palabra sale de sus labios.

Yo me rindo a intentar encontrar una explicación a sus actos.

5 minutos, 3 puertas y una escaramuza con un carcelero despistado después, desciendo por las escaleras que llevan a las mazmorras. Huele a sangre, sudor, al sufrimiento que flota en el aire después de años de torturas y plegarias a los dioses para que estas se detuvieran. Me detengo en el umbral. Si entro, y resulta que Tuhon no está . . . Si, liberaremos al mundo de la mentira de un rey tirano, pero en mi interior sentiré que no ha servido de nada.

Aguantando la respiración, cruzo la última puerta.​

Sildes, los hijos del aire.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora