Es una mazmorra típica. Techo bajo, poca luz, mucha humedad. Cada pocos metros, hay una puerta en cada pared, formando una sala simétrica. Respirando muy lento, estiro un brazo y empujo la primera puerta con la punta de los dedos, cómo si fuera tóxica. Tal vez es mi imaginación, pero emite un gemido que suena cómo una carcajada.
Asomo la cabeza por la obertura y compruebo que está vacía. No es una victoria, sin embargo. Aún quedan una docenas de puertas en cada lado. Llena de resignación y de miedo a partes iguales, me enfrento a la angustiante tarea de abrirlas una a una, y arriesgarme de ver lo que hay al otro lado. En algunas hay sangre en el suelo y las paredes. Otras llevan tiempo sin ser utilizadas. Una tiene arañazos en la pared, unos profundos surcos en la piedra que me provocan una sensación de dolor en los dedos. Caler traficaba con otros seres antes de encontrar lo que quería en los sildes. Tal vez por eso legalizó la caza de especies mágicas en su discurso de hace 17 años.
Hay una puerta que se resiste al suave empujón que he estado utilizando para abrir las demás. Lo intento con más fuerza, pero no cede. En vez de embestirla y romperme algo, saco fuera de su funda a mi fiel cuchillo, con una nueva esperanza aleteando en el corazón.
La puerta es vieja, por lo que sus bisagras tienen la forma de un clavo que gira dentro de dos cilindros huecos, uno atornillado a la pared y otro a la puerta. Con mucho cuidado de no romper el filo, introduzco la hoja entre la cabeza del clavo y el cilindro superior. Empiezo a rascar la herrumbre y la porquería que se alojan entre las dos piezas, y al poco rato, el clavo empieza a soltarse. Muy lentamente, agarro la punta del clavo y tiro de ella hacia arriba. Tras forcejear unos segundos, el clavo se suelta y sale.
El mérito me hace sonreír de oreja a oreja y empujo la puerta para abrirla. Caso error. Me he olvidado de la otra bisagra.
Estaba tan segura de que iba a abrir la puerta que he tomado impulso de más. En vez de abrirla, choco contra ella, y nuestro peso combinado es demasiado para la bisagra restante. La puerta se desploma conmigo encima. Al aterrizar, me llevo un bandazo en las costillas que me hace soltar un taco.
- Gran entrada- dice una voz. Levanto la mirada y me quedo de piedra al ver quien me habla, sentado contra la pared. Normalmente, le contestaría algo cómo :"¡ Pues menuda entrada la tuya, encadenado a una pared y famélico!", pero ahora sólo puedo mirar ese cabello rubio y esa gran sonrisa que solía alegrarme el día.
- ¿Tuhon ...? - pregunto con voz vacilante.
- ¿A caso conoces ha alguien tan guapo cómo yo? - contesta sarcásticamente. Y a continuación se ríe.
Sí, definitivamente es él.
Se me contagia la risa antes de que le pueda contestar y también empiezo a llorar, pero esta vez son lágrimas de felicidad. Me lanzo y le doy un abrazo de oso, estrujándolo hasta que suelta un alarido de dolor.
-¡Lo siento! - me disculpo, apartándome de él. - No, no quería... -
- Tranquila, no pasa nada. Al parecer esta gente está un poco obsesionada con mi sangre.- contesta, pero se le nota en la voz que se contiene para no gritar.
Sólo entonces me fijo en sus brazos, que están atados a la pared por encima de su cabeza. Tiene toda la piel llena de cicatrices de cortes, algunos todavía sangrantes. No se han molestado ni en vendarlos.
- Dioses. Ay, dioses. - digo. No me lo puedo creer. -Voy a sacarte de aquí, de acuerdo?- le digo.
-Me temo que eso no es posible- me rebate una voz a mis espaldas.
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Sildes, los hijos del aire.
FantasyÍrisa, además de ser una chica decidida, rebelde e inteligente, es una silde, una descendiente de la unión de un espíritu del aire y un humano. Vive de forma sencilla en Laurentum, un reino en el cual la magia está prohibida y perseguida desde que e...