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Salimos del vestuario. Afuera nos esperaban Jiménez y Sanctis tomadas del brazo y riéndose, como no podía ser de otra manera.
    Jiménez: Nos enteramos de tu pequeña hazaña.
   Sanctis: No sabíamos que te gustaba andar pegando cabezazos, Yuly.
    Yo: Me llamo Julián (esto dicho con mi cara más desagradable).
    Jiménez: Todas estamos...
    Sanctis: ...Muy impresionadas, Yuly.
    Yo: ¡Julián! (Otra vez).
    Jiménez: Ji, ji, ji.
    Sanctis: Ji, ji, ji. Yuly.
    Yo: ...
Y se fueron como habían llegado, riéndose y del brazo. Pero habían dicho todas, y todas incluía a mi Julia.
Mi Julia. Esperaba que no sospechara nada. Mi amor a Julia era un secreto, mejor guardado que la agenda femenina de Bill Clinton, aunque después de los juicios por acoso sexual y los escándalos de todo tipo, la comparación no es del todo feliz.
    No sé por qué, pero en ese momento no me emocionaba tanto pensar en ella. Lo único que sentía era una terrible urgencia de estar en mi casa con mis padres. 
    Cuando llegué y me puse a ver un partido de fútbol con mi padre, Ajax versus Feyenord, me preguntaron si me sentía bien, si tenía problemas en el colegio y esas cosas. Ustedes saben; los padres se la pasan reclamando que les prestemos atención y si se las prestamos, preguntan cosas como: ¿Te sentís bien, querido? Pero yo, un lord inglés, toleré todo con una calma suprema y me dispuse a gritar: ¡Off-side!, ¡penal! y todas esas cosas cada vez que el juego así lo requería. No acerté nunca. Elegimos simpatizar por el Feyenord y ganó el Ajax. Tres a cero.
Desconfíen del fútbol holandés, sé lo que les digo.

NUNCA SERÉ UN SUPERHÉROE (Antonio Santa Ana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora