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Castaño me dejaba en un estado de desconcierto. El mundo me parecía un lugar extraño y lejano. Nada qué ver con el que yo conocía. A Calamaro no se le ocurría nada para cantar sobre esto.
  Llegamos tarde a clase, Castaño le dijo a la Bosques que había sufrido una ligera indisposición. La profesora no hizo problemas por dos razones: a) éramos buenos estudiantes de su materia; y b) una profesora de Lengua no puede menos que sentirse halagada cuando un alumno dice: una ligera indisposición.
  En el recreo Julia había dejado sobre mi escritorio una copia del trabajo que yo había hecho en su casa. No le había cambiado ni una coma, sólo le agregó su nombre. Oh, mi Julia, debes vencer la timidez y acercarte a mí. Yo no tengo moto como Rambo, pero no importa, ahorraré para comprarme cuando tenga edad para obtener la licencia de conducir.
  La Bosque le hizo una pregunta a Ingani que desconocía la respuesta:
  -Lo siento profesora, hoy no pude desayunar y si no desayuno soy un inútil -se excusó.
  -Entonces debe hacer años que no desayunás -dijo Castaño, el corajudo, a un volumen para que lo escuchara toda la clase, que estalló en carcajadas.
  Ingani lo fulminó con una mirada, que a pesar de no estar dirigida a mí, hizo que se me erizaran los pelos de la nuca, y le hizo un gesto con el pulgar sobre su cuello.
  -¿Estás loco? El tipo es un asesino, te va a matar -le dije con un hilo de voz.
  -Estoy harto de los abusadores de cualquier tipo. No estoy de acuerdo con la violencia, pero si me tengo que agarrar a golpes por mi derecho a no tolerar los abusos, me agarro.
  -Pero vos lo provocaste.
  -¿Y qué? Si le digo que es tan inteligente como para ocupar el último lugar en la cadena alimentaria y que se lo coman los peces, no me iba a entender -cerró Castaño, el suicida.

NUNCA SERÉ UN SUPERHÉROE (Antonio Santa Ana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora