Llegué a la esquina de la casa de Julia, a las tres y veinte, a pesar de tener que llegar a las cuatro. Dos posibilidades: a) calculé mal el tiempo de viaje ya que la distancia que separaba nuestros hogares era bastante considerable; ella vive en uno de los barrios elegantes de la ciudad y yo en uno que las guías turísticas recomiendan no visitar solo (aunque todos sabemos que las guías turísticas exageran). Pero no importa la distancia. Por ti, mi Julia, caminaría desde Tierra del Fuego hasta el Río Bravo ida y vuelta; haciendo escalas, si tú quieres, en el Amazonas, Machu Pichu y Cartagena (donde aprovecharía para buscar con mi snorkel coral y peces de colores en un mar color turquesa). Y b) la ansiedad que me producía estar a solas con ella, la dueña de mis desvelos, hizo que me apurara.
Lo que no sé es si fueron los nervios o el exceso de fibra, pero me pasé casi toda la mañana en el baño.
Estuve los cuarenta minutos dando vueltas a la manzana, es increíble la cantidad de vueltas a la manzana que caben en ese lapso. Yo pensaba en lo agradable que sería tomar a Julia de la mano mientras nuestros pulgares juegan juntos. Contarle todo de mí, desde mi madre new age, hasta mi padre y su futuro, bastante lejano, como odontólogo. Desde los juegos de Valentín y Josefina, tan encantadores; hasta las preguntas de mi abuela y su opinión sobre la mayonesa. Contarle todo, no tener secretos para ella, contarle que me hice pis en la cama hasta los cinco años. Soñar juntos con una buhardilla en París, donde yo escribiría poesía mientras ella iría a comprar una baguette.
Un guardia, muy amable, me preguntó a quién buscaba. Yo me anuncié y tuve que mostrar mi documento, Julia se había olvidado de avisar que yo iría. Pobrecilla, con tantas preocupaciones en su cabeza. Luego que el guardia confirmara que me esperaban, me indicó el camino. Llegué hasta un ascensor de última tecnología, es curioso pero el hombre empezó viviendo en cuevas para protegerse del tiempo y los animales salvajes, después construyó pequeñas chozas de materiales precarios y, con la evolución tecnológica, algunos terminan viviendo en estos edificios con guardias armados, circuito cerrado de televisión, gimnasio, sauna y piscina y ascensores inteligentes que son capaces de tomarte la presión arterial y decirte si tu ropa combina. Y el valor total del edificio debe ser equiparable al P.B.I de un país pobre del África.
Me atendió una empleada de uniforme, la dueña de la voz ni tan remotamente angelical como la de Julia, y me hizo esperar en una sala repleta de fotografías en la pared, que me entretuve observando.
En la primera que vi Julia llevaba puesta una bikini minúscula, estaba de pie en una playa de arenas blancas y mar azul, la foto dejaba observar, con lujo de detalles, toda su anatomía. Me agarró un ataque de calor y me faltó el aire. ¡Ahora sé lo que sienten los asmáticos! Si hubiese podido dejar de mirar, me hubiese sentado. No estaba seguro que mis piernas pudieran sostenerme mucho tiempo más.
Había una foto grande de un señor bastante apuesto de bigotes y patillas canosas, su cara me pareció muy familiar, pero no supe de dónde. Era el padre de Julia. Se lo veía también en un par de fotos con ella. En una con Julia tomando la comunión, ¡cuánta ternura! También había dos grandes con una señora, la madre de Julia, supongo, que por la forma en que se conservaba toda su vida había llevado una dieta muy, pero muy sana. En la última se la veía a Julia abrazada a Rambo en la playa. Ella con la mano en su cintura, él con la suya sobre el hombro de Julia. ¡Quita tus zarpas de ahí, degenerado! Verlos a los dos así, abrazados, ella en bikini, él en short de baño, hizo que mi corazón fuera aplastado por una manada de elefantes en celo, y luego sus restos ser arrojados al espacio exterior y dinamitados, para quedar en millones de fragmentos orbitando alrededor del sistema solar. ¡Ahora sé lo que sienten los asmáticos cuándo les quitan su inhalador!
-Sorry por haberte hecho esperar -dijo Julia, apareciendo atrás de mí. Estuve a punto de gritarle: ¡Aléjate de mí, infiel, pecadora! Pero sólo dije:
-No es nada.
-¿Ah? Estás mirando las fotos. Ahí estoy con Juanignacio en la playa -y volviéndose dijo: -Vení por acá.
Y la seguí por su casa. Yo era como una mariposa yendo hacia el fuego. La seguí por esa casa inmensa, laberíntica, en la cual podríamos haber vivido toda mi familia y tres generaciones de nuestros descendientes. La habitación de Julia era grande como nuestro departamento. Tenía una gran cantidad de aparatos de última generación. Pero todo daba tal sensación de seguridad y confort, que creo que, con los víveres adecuados, se podría resistir una lluvia de meteoritos como la que aniquiló a los dinosaurios y esperar que la vida surja nuevamente.
-¿Querés un sándwich? -dijo la ingrata, con su pelo recogido en una cola de caballo, que le impedía describir cualquier tipo de arcos en el aire.
-Bueno -dije, ya que por haber vaciado tantas veces mi cuerpo y de tantas emociones me sentía famélico. Desapareció por una puerta y volvió al rato por otra con una bandeja con un sándwich de jamón y queso y una lata de Coca para mí y una de Coca diet para ella.
Dejó todo en el escritorio al lado de una PC de última generación, que parecía salida de Star Wars, acomodé mis cosas ahí, su pelo me rozó y me sentí morir. ¡Oh, mi Julia, yo haré que te olvides de tu Juanignacio!
¡Será mi foto la que estará allí junto a toda tu familia! No la de ese mamarracho musculoso.
-¿Sabés usar la PC? -dijo.
Está claro que no soy Bill Gates pero me defiendo.
-Sí -dije.
Saqué de la mochila los apuntes sobre la Revolución Francesa, que era el tema que nos había reunido. No podía otra cosa que ser un buen augurio que nos reuniera la "Libertad, Igualdad y Fraternidad". Tenía un par de chistes preparados sobre los sans culottes, pero no me parecieron adecuados.
Julia se puso a hablar por teléfono, yo me dispuse a saborear el manjar que me había preparado, saboreé cada mordisco de ese jamón y ese queso que habían estado en contacto con sus manos, de esa mayonesa de frasco (¿Qué diría mi abuela?). El bocado más delicado que jamás probé. Y lo había preparado con sus manos amorosas sólo para mí. Ella, mi Doña Petrona.
A los veinte minutos, cuándo cortó la comunicación le dije:
-Exquisito el sándwich.
-¿Te gustó? Lo hizo la muchacha, es uruguaya.
Rioplatense pensé. No logro entender por qué a la gente que tiene personal doméstico la parece fascinante que sean extranjeros. Ni que se necesite un doctorado en Oxford para preparar un sándwich.
-¿Cómo, todavía no escribiste nada? Ponete las pilas que no tengo todo el día -dijo Julia y volvió a hablar por teléfono.
Me puse a escribir el trabajo. Solo. No eran esos mis planes, pero no importa, si es el camino para tu corazón, mi Julia, lo seguiré. En mi cabeza Calamaro cantó: Todos los rosales son iguales, lastiman los dedos. Me sumergí entonces en la Revolución Francesa y sus bellos sueños jamás cumplidos. En su terror blanco, su nuevo calendario. Tres horas estuve escribiendo en su procesador de texto. Tres horas en las que Julia, salvo breves interrupciones (en las que, amablemente, me preguntó si necesitaba algo o si iba bien) siguió hablando por teléfono. Yo la miraba y me derretía. A ella, mi Robespierre. Y yo, perdiendo la cabeza, su María Antonieta.
![](https://img.wattpad.com/cover/99740672-288-k174536.jpg)
ESTÁS LEYENDO
NUNCA SERÉ UN SUPERHÉROE (Antonio Santa Ana)
Teen FictionÉsta es la historia de un niño que ha comenzado a hacerse hombre, mirando la vida desde la perspectiva de sus experiencias personales más profundas.