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Esa semana siguió con violencia.
  El miércoles hubo un revuelo alrededor de Julia, oh, mi Julia. Yo no me enteré hasta más tarde (estábamos con Castaño en el baño hablando de cine) que ella y Débora, discutieron a los gritos. Según algunos de los presentes se agarraron de los pelos (no lo creo, después de haber visto como saca la derecha Averbuj, no iba a contentarse con un mechón de blonda cabellera); según otros se escupieron y, según los últimos, se insultaron con vehemencia. En lo que todos coinciden es que Julia se fue corriendo y llorando a la dirección (Oh, mi Julia, no haber estado allí, te habría alcanzado mi pañuelo, te habría secado las lágrimas, te habría dicho dulces palabras para consolarte y tú habrías llorado en mi hombro. Oh, mi Julia).
  Lo que nadie sabía era el motivo de la pelea. El profesor Schneider dijo que en la secretaría le avisaron que la alumna Álvarez estaba en la dirección, con una crisis nerviosa y no asistiría a clases el resto del día.
  La miré a Débora, estaba tan oronda, disfrutando del momento, sola en su asiento, el segundo de la izquierda del salón de clase. Se la veía más feliz que si hubiera conseguido el amor eterno de Riera.
  A pesar de nuestros esfuerzos por averiguar el motivo de tamaña disputa, Jiménez y Sanctis, nuestras chismosas oficiales, sólo sabían que tenía algo que ver con el padre de Julia. Pero nada más. ¿Qué tendría que ver ese señor de bigotes y patillas canosas bastante apuesto, cuya cara me seguía siendo familiar? Nadie lo sabía, salvo Débora. Pero ella ni mu.
  A la salida la vi a Julia junto a Rambo apoyada en la moto. Se puso a gritar como loca:
  -Fue él, Juani. Seguro que fue él -señalando hacia donde caminábamos Castaño y yo.
  Me volví tratando de ver a quién se dirigía, pero no había nadie. Rambo se sacó, lentamente, su abrigo de cuero dejando al aire unos enormes brazos con muchas horas de gimnasio encima. Caminó hasta mí. Julia seguía gritando, histérica.
  Llegó hasta mí. Me puso una pesada mano izquierda sobre mi tierno hombro derecho y dijo:
  -Así que fuiste vos...
  -Sí..., no..., si..., perdón ¿Pero... si fui yo qué cosa? -contesté, sorprendido de haber podido articular una frase con un mínimo de sentido.
  -No te hagas el idiota. Sabés muy bien de qué te estoy hablando -hizo mayor presión con su mano izquierda sobre mi tierno hombro derecho. Me tenía atenazado. Llevó su puño derecho hacia atrás. Me midió.  Estaba aterrado.
  A punto de que me partiera la cara y sin saber por qué. Cerré los ojos esperando el golpe. Escuché un grito de dolor. No era mío. Abrí los ojos. Lo vi a Rambo-Juanignacio doblado en dos. ¿Se acuerdan que les dije que Castaño patea como un animal? Pues bien, Castaño, el salvador, la propinó un derechazo, propio de la final de la Copa del Mundo, en la entrepierna. No creo que aún hoy, meses después, este buen muchacho pueda subirse a su moto sin dolor.
  Julia vino corriendo y llorando a atender a su hermano. Sí, me enteré después, Rambo era su hermano. Castaño, impávido, me pasó una mano sobre el hombro y me sacó de allí. Imitando a Humphrey Bogart, me dijo:
  -Me parece que este es el comienzo de una bella amistad.

NUNCA SERÉ UN SUPERHÉROE (Antonio Santa Ana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora