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Mi humor no decayó ni durante el desayuno -tostadas de pan multicereal diet con queso descremado- ni el colegio. Independientemente del frío, en Educación Física mantuve el humor, a pesar del nuevo capítulo del clásico del curso A contra el B (un Boca-River no alcanzaba tanto nivel de discusión en la semana como este partido), mantuve el humor. Yo pretendí excusarme de jugar manifestando una dolencia, mis compañeros no me lo permitieron, sabían que los del otro curso le habían puesto precio a mi cabeza, y sospechaban que, mientras los otros se turnaran para golpearme, ellos podrían jugar tranquilos. Tenían razón. Creo que salvo su arquero, y sólo porque yo no crucé el mediocampo en ningún momento, todos los demás en algún momento tuvieron la dicha de darme un empujón, puntapié o codazo. Fue algo digno de verse, cualquiera de ellos que recogía el balón levantaba la cabeza buscándome, para olvidarse de él al llevar a mi lado y dedicarse al intercambio de golpes. Aunque la palabra intercambio no es la más adecuada, ya que esta se refiere a cambiar mutuamente dos o más personas algún objeto, dar y recibir. Y en este caso era alguno que quería dar y otro (un servidor) que se empeñaba en no recibir.
  Ganamos 5 a 2. Dos goles de Castaño de media distancia, pateando como un animal.
  Será tal vez de tanto mirar cine que Castaño tenía una visión del partido distinto al resto. Mientras la mayoría se dedicaba a correr tras la pelota sin demasiado orden, y alguna minoría, entre la que me incluyo, se dedicaba a tratar de esquivar a la mayoría que corre tras el balón, Castaño siempre estaba libre para recibir y habilitaba a un compañero que también lo estaba. Manejaba los tiempos (que es lo que mi padre se la pasa gritándole al televisor, cada vez que ve fútbol). En fin, ya lo he dicho, un jugador distinto, Castaño.
  Mientras nosotros nos ocupábamos de la segregación de testosterona, las chicas del curso se ocupaban de esas contorsiones tan típicas de su sexo.
  Estaba demasiado dolorido para dedicarme a la contemplación de tan interesante espectáculo. Julia llevaba puesto un pantalón que remarcaba sus torneadas piernas de una forma, de verdad, impúdica. Le dediqué una sonrisa camino al vestuario a curarme los raspones; ella, mientras su rubia cabellera describía un arco en el aire, miró para otro lado. Oh, mi Julia. No seas tan pudorosa. Los dos sabemos que tenemos algo especial.
  Seguí observando aquel uno-dos, uno-dos, hasta que noté que ciertos movimientos me ponían realmente nervioso. Y estaba demasiado dolorido para pensar en eso.
  Igual, a pesar de los golpes, los raspones, el dolor y la timidez de Julia, mantuve el buen humor.

NUNCA SERÉ UN SUPERHÉROE (Antonio Santa Ana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora