La Bosques seguía con el tema del relato, y a mí me encantaba porque podía no prestarle atención y pensar en mis cosas, que podían resumirse en tres: Julia, Julia y Julia. Que estaba sentada en su asiento, el segundo de la fila de la izquierda del salón de clase, mirando sus uñas y el techo alternativamente. Yo no podía mirarla demasiado tiempo seguido, lograba alterar mis pensamientos y ponerme demasiado nervioso.
¡Oh Julia, eres hermosa como una noche con lluvia! Yo pensaba cómo puede ser que no me anime a declararle mi amor y qué hacer con Rambo, que ya no venía todos los días a buscarla, pero casi.
La Bosques había hecho pasar al frente a Smithers Ruggero, del que no les he hablado antes porque no hay mucho que decir; se sentaba delante de Julia, y era capaz de cualquier obsecuencia, de ahí su sobrenombre.
-Son los problemas de la gente pequeña -dijo Castaño-, tienen el corazón demasiado cerca del intestino.
Smithers era el más bajo de la clase, yo que no soy alto le sacaba una cabeza, y era el objeto preferido de los abusos de Ingani y Rodríguez, lo cual hacía que le tuviéramos simpatía, pero por la falta de límites de su obsecuencia lo odiábamos. Así que así estábamos, entre la simpatía y el desprecio.
Después pasó Sanctis, a la que se la veía muy rara sin Jiménez del brazo, parecían gemelas o siamesas o como se llame a los que nacen pegados.
-Cuando sea mayor, voy a ser director de cine -me dijo Castaño, así sin más, sin venir a cuento de nada.
El único que hasta ese momento había manifestado tener clara una vocación para el futuro era Ingani: quería ser comentarista deportivo. Hay que reconocer que estaba bien encaminado, no pronunciaba ninguna ese. Salvo la de nasta (Chiste de Grezzi).
Yo sólo sabía lo que no: dentista o profesor. Estaba convencido de que ir achicando el campo de las probabilidades me iba a ayudar a tomar una decisión sensata.
-Ya estoy estudiando para eso. Analizo películas todo el tiempo -prosiguió Castaño, el sorprendente. Un director de cine en Argentina tiene tanto futuro como un carnicero en la India, pensé.
En el frente estaba Riera, que era el que más éxito tenía con las chicas, ya que se pasaba el verano en Villa Gesell, donde su abuelo era dueño de un balneario; entonces Riera, Francisco salía todas las mañanas en un barco pesquero, y navegaba con su abuelo hasta altamar, y dice que un día hasta pescó un tiburón, que no era como el de Spillberg, pero que pesaba lo suyo.
Todo esto alcanzaba carácter épico cuando lo contaban las chicas, y eso que Riera era buena gente, muy humilde y contaba todo esto como quien oye llover. Pero a la que tenía peor era a Débora, la compañera de banco de Julia (Oh, mi Julia), que está muerta por él, y como Francisco no le pasaba ni la hora, andaba por todos lados diciendo que Riera era un creído, y un agrandado, y un mentiroso, y unas cuantas cosas más que el buen gusto no me permite repetir.
Bueno, ahí estaba Riera parado hablando de la crónica y el relato, mientras yo miraba a Castaño, el sorprendente, que iba a ser director de cine, acá, en el final de la espalda del mundo, haciendo películas aburridas y con pésimo sonido.Mi madre seguía entusiasmada con la fiesta de la Ferrari. Discutimos toda la semana sobre mi vestimenta, quería que fuera con un pantalón gris, camisa blanca, blazer azul, corbata al tono. Pobre mujer, perdió el juicio. Me costó horrores convencerla de que iba a hacer el ridículo, y que me dejara ir con mis jeans, zapatillas, una camisa estampada y negociar que me comprara una campera de cuero, parecida a la de Rambo, que era el look apropiado para un joven de trece de sexualidad galopante.
Pero tanta emoción de mi madre no era gratuita, estaba planeando encontrarse con sus ex amigas, en una especie de reunión "por los viejos tiempos", el mismo sábado. Razón por la cual mis dos pequeños hermanos, Valentín y Josefina, que son un encanto, déjenme aclararlo, quedarían al exclusivo cuidado de mi padre.
Eso pagaría por verlo, ¡lo juro! Lo increíble era que mi madre parecía disfrutar la situación en vez de estar preocupada por la integridad física de los más pequeños de su prole.
Mi padre jamás había cuidado a ninguno de los tres, ni cambiado pañales (cuando la situación lo requería), ni bañado ni ninguna otra cosa. La única vez que quiso cocinar se le quemaron los huevos duros. Y alguna que otra vez se ha levantado en la madrugada, cuando Valentín deliraba de fiebre, para ir a regañadientes a la farmacia más cercana, luego que mi madre jurara y perjurara que no podía esperar hasta que amanezca, para comprar un remedio que bajara la temperatura.
De cualquier manera, mi padre tenía sus propios planes: a) pedir una pizza por teléfono; y b) mandar a los chicos a dormir temprano.
Esa misma semana aprobó el examen que lo había tenido en silencio frente a un gran libro, del que obviamente logró extraer algún conocimiento, y alejado del control remoto. ¡Sólo le quedaban dos materias! Durante años yo había soñado con el momento en que se reciba. Así, con el dinero de las prótesis, implantes y caries, podríamos gozar de unas merecidas vacaciones en alguna paradisíaca isla del Caribe, donde podría broncear mi incipiente vello bajo los rayos de Febo, buscar con mi snorkel coral y peces de colores en un mar color turquesa, y luego tirarme en una reposera, sonriendo con mi mejor sonrisa, la media que me marca un hoyuelo en la mejilla derecha, tomando jugo de piña, con los walkman enchufados escuchando a Bob Marley cantar no woman no cry (que si no están fuertes en inglés -la lengua de Dante, diría el animal de Ingani- se pronuncia no guoman no crai) mientras bellas jóvenes de distintas nacionalidades y colores, mulatas, suecas y niponas, me mirarían insinuantes. Lamentablemente, el tiempo que había tardado mi padre en dar esta materia, indicaba que si alguna vez daba las otras dos y hasta que pudiera juntar algo de dinero con las prótesis, implantes y caries, yo ya no estaría en edad de irme de vacaciones con mis padres, y probablemente estaría casado y con hijos.
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NUNCA SERÉ UN SUPERHÉROE (Antonio Santa Ana)
Novela JuvenilÉsta es la historia de un niño que ha comenzado a hacerse hombre, mirando la vida desde la perspectiva de sus experiencias personales más profundas.