Jamás creí que los fines de semana podían durar tanto. ¡Cuarenta y ocho horas sin ver a mi Julia!
Pasé un eterno fin de semana de reflexión y ensimismamiento. Lo mejor: descubrí que me había convertido en poeta. Pensando en ella, la dueña de mis desvelos, escribí el siguiente poema intitulado "Julia". Ahí va.
Julia es tan bella como un día de lluvia
Julia es tan bella como el mar bajo la lluvia
Julia es tan bella como un amanecer con lluvia
Cuando su blonda cabellera gira por el aire mi corazón ríe.Cuando lo concluí saltaba de alegría, estuve a punto de leérselo a mis padres pero había dos problemas, a saber: a) mi padre miraba en la televisión un partido de fútbol mexicano, Necaxa versus Monterrey, y a juzgar por su expresión había elegido simpatizar, como siempre, con el que iba perdiendo. Mi madre estaba lavando el baño y, mientras fregaba la bañera, refunfuñaba sobre cómo mi padre nunca colabora (una vez más) y que al menos podría enjuagar el lavatorio luego de afeitarse, ya que lo deja lleno de pelos y ella no es esclava de nadie, etc., etc. Debo decir, sin temor de ser imparcial, que es rigurosamente cierto. Lavarse las manos después de que mi padre se afeita es simplemente asqueroso. Y b) llevan casados como quince años, ya se olvidaron qué es estar enamorados. Cavilando sobre esta situación escribí otro poema, un poco más triste que el anterior.
¡Oh, Julia!
si
tu
me ignoras
mi corazón llora.¿Verdad que es triste? Descubrí, además, que soy un poeta bastante moderno. Noten el orden de los versos. Si sigo escribiendo así, a razón de dos poemas por semana, a los catorce puedo publicar mi primer libro.
Es realmente difícil ser un intelectual, uno nunca sabe adonde lo van a llevar sus pensamientos. Por ejemplo: si alguien desea aprender a conducir un automóvil seguramente se acercará hasta una escuela especializada, de esas que hacen gala de originalidad en sus nombres llamándose "Escuela Cacho" o "Escuela Tito" , donde le enseñarán lo necesario e imprescindible para trasladar un vehículo de un lugar a otro y cosas tan necesarias como un cartel que lleva una letra e mayúscula cruzada con una franja roja significa prohibido estacionar. O si desea aprender a cocinar irá hasta otro lugar donde le enseñarán cómo se hace un soufflé o una mousse, qué es un foie-gras, y esas cosas. Entonces, reflexioné, por qué cuando alguien quiere tener hijos, sólo va y los tiene.
Habría que tomar una prueba de aptitud a los futuros padres, el Estado tendría que tomar medidas al respecto.
O si no organizar una asociación de hijos primerizos que reclamen una mejor educación para nosotros. Yo me asociaría.
Interrumpiendo cualquier pensamiento llegó mi abuela. Mi abuela es un personaje bastante extraño por dos cosas: a) su manía de preguntar y b) su opinión sobre la mayonesa. Desarrollo. Mi abuela podría haber sido contratada por la Interpol o la CIA. Seguramente no hay quien le gane en los interrogatorios. Son más o menos así:
-¿Cómo estás?
-Bien, abuela.
-¿Me extrañaste?
-Mmmsé.
-¿Empezaste las clases?
-Sí.
-¿Te gusta el colegio?
-No
-¿Tuviste Matemática?
-Sí.
-¿Te gusta?
-No.
-¿Por qué, te resulta difícil?
-...
-¿Ya te hiciste de amigos?
-Mmmsé.
-¿Son buenos chicos?
-...
-¿Te gusta alguna chica?
-Basta, abuela por favor.
-¿No puedo interesarme por mi nieto, acaso? ¿Qué soy yo, un estorbo?
Y así hasta el infinito. Te gana por demolición.
El asunto de la mayonesa es así: las otras personas mayores que conozco, cuando quieren hablar de cómo cambiaron los tiempos mencionan los satélites, los fax, Internet, las manipulaciones genéticas, etc. Mi abuela sólo menciona la mayonesa.
-¿Alguien puede creer que ya no se haga más mayonesa casera? Si cuando era chica me hubiesen dicho que la mayonesa vendría en frascos me hubiese reído -dice, en la única afirmación que le oí jamás.
Seguramente, cuando el primer hombre pisó la luna y dijo aquello de este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad, que nadie sabe qué significa, mi abuela, que ya era una vieja como de treinta y cinco, en vez de estar mirando la tele como todo el mundo, estaba en la cocina batiendo mayonesa.
No tenía ganas de ser interrogado. Me refugié en mi cuarto, me encajé los walkman, con el CPP, Calamaro cantó: Pasemos a otro tema, no quiero hablar de eso, la casa está vacía y fría, la ropa en el pasillo me da la razón, ella me abandonó.
Atardecía. El sol se escondía tras los edificios. ¡Oh, la melancolía de los domingos! Estuve tentado de escribir otra poesía, pero me dio miedo disminuir la calidad de mi producción. Opté por acostarme temprano, para que pasara más de prisa el tiempo que me separaba de mi Julia, bella como un atardecer de domingo, sin lluvia.Fui el primero en llegar a clase. Cuando mis compañeros ingresaron al salón me descubrieron sentado en mi asiento, el quinto de la fila de la derecha del salón de clase, ensayando mi mejor sonrisa, la media que me marca un hoyuelo en la mejilla derecha, viéndolos entrar uno a uno. Primero entró Jennifer Lorena Tizziani, a la que -suponíamos con Castaño- los padres no la desearon, si no, no hay manera de que la castigaran con esos nombres. Después los Verdes, Bonta y García, bautizados así por su tenaz prédica ecológica. En una semana de clase vimos varias prendas de su look natural, camisetas con leyendas de "Salven a las ballenas", "Protejamos al Tatú Carreta", "No al plástico". Repartieron chapas que decían: "Patagonia, territorio no nuclear", "Ayudemos a los pingüinos". Usan cuadernos de papel reciclado. Y a la salida alertan a los fumadores que los filtros de los cigarrillos no son biodegradables. Y aprovechan cualquier oportunidad para largar todo su rollo del reciclaje.
-Oyéndolos hablar -dijo Castaño- me dan ganas de quemar los bosques.
También Verónica Jiménez y Paula Sanctis, que andan todo el día del brazo riéndose vaya uno a saber de qué. Y hablando de Luismi como si hubiesen merendado con él. Juntos también, Ingani y Rodríguez, que eran nuestros abusadores oficiales, de esos que andan por ahí poniéndole el pie a los que pasan corriendo y regalando mamporros a diestra y siniestra. Esto, claro está, con seres humanos más pequeños que ellos,aunque lamentablemente en nuestra clase todos lo éramos. Parece ser que mientras nosotros éramos pequeños y bebíamos leche, ellos estaban bebiendo limaduras de hierro. Una de las cosas que me llevaron a reflexionar alrededor de estos abusadores es que, si a ellos les gusta tanto andar golpeando, por qué no se agarran entre ellos y dejan en paz al resto de los mortales. Pero no, así como los verdes se unen entre sí, los abusadores también se agrupan. Así fueron entrando todos los demás: Grezzi, Castaño, Ferrari (una morena bajita, muy simpática, que me pretende. Lo siento, Ferrari, pero mi corazón ya tiene dueña). Entraron todos. Todos. Todos menos mi Julia. ¡Oh, Julia! ¿Por qué te demoras, empeñándote en hacerme sufrir?
Teníamos clase de Lengua y la profesora Bosques se empeñaba en explicarnos qué era un relato. La mayoría de mis compañeros no lograba captar la idea. Yo sí, ventajas de ser un poeta y tener una madre vendedora de enciclopedias. Mirando el banco vacío de mi Julia, el segundo de la fila de la izquierda, me dediqué a mis ensoñaciones. Me imaginé que era sir Lanzelote y mi Julia la reina Ginebra. Volvía a Camelot, sudoroso y exhausto, luego de andar por los caminos del reino defendiendo el honor de los Caballeros de la Mesa Redonda, volvía, pues, luego de luchar con rufianes, salvar a bellas jóvenes en peligro, pelear con dragones y derrotar, en cruento combate, al Caballero Negro. Volvía, entonces, tras largo peregrinaje para ofrecerle mi espada a la reina y que ella me brindara la mejor de sus sonrisas (por decirlo de manera elegante).
Luego me imaginé que éramos Romeo y Julieta, pero el final de la historia fue demasiado triste como para recordarlo. Preferí seguir en plan épico. Me imaginé que ella, mi Julia, era Helena y yo el caballero de Troya, ya sé, ya sé, no se pasen de listos, no se puede ser tan tonto como para no darse cuenta de que el romance no fue entre Helene y el caballo, pero mi intención es ser veraz. Y además, los griegos eran unos que reíte de los culebrones mexicanos. No sabía si yo tenía que ser Menelao, el legítimo esposo de Helena, o Paris, el que la rapta mientras Helena no protesta ni un poquito (ya les dije, cuidado con las mujeres). Mientras pensaba en ello me di cuenta de que la clase de la profesora Bosques había concluido diez minutos antes y que era el único que estaba sentado en su lugar, el quinto de la fila derecha del salón de clase, cuando todos mis compañeros estaban en recreo. Desconfíen de la literatura, sé lo que les digo.
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NUNCA SERÉ UN SUPERHÉROE (Antonio Santa Ana)
Ficção AdolescenteÉsta es la historia de un niño que ha comenzado a hacerse hombre, mirando la vida desde la perspectiva de sus experiencias personales más profundas.