XXXVII

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Roberta, Alaska, 11 de Julio de 2009, casa de Rita Van Patten.

        Rita es la última en confirmarlo. A lo largo de la semana, he ido repartiendo pruebas de embarazo a mis concubinas, y el resultado, sin excepción, ha sido positivo. Puede que sea el efecto de emplear productos caducados; sin embargo, desde antes de realizar la prueba, intuía que el resultado iba a ser justo este.

        Yo, que hace menos de dos meses ni siquiera me planteaba la posibilidad de mantener una relación estable, voy a tener en breve seis hijos. Marge aparenta encontrarse a la mitad de la gestación, por lo que parece razonable que pueda alumbrar a nuestro hijo en el plazo aproximado de un mes.

        Toda la semana la he invertido en montar cunas y mover muebles, convertido en un esposo de madres primerizas por partida séxtuple.

        No ceso de cavilar sobre cómo podrán resultar las criaturas que nazcan de estas mujeres, si serán unos niños como otros cualquiera, si gozarán de habilidades portentosas, como sus madres, o serán unos monstruos informes, o siquiera si será posible que se culmine su gestación.

        Desde que Helen efectuara su confesión, ya me ha abandonado lacuriosidad y ahora me domina una emocióndiferente: la envidia. Me siento de nuevo como un niño, el único de su grupo queno sabe nadar y contempla cómo se divierte el resto desde la ingrata seguridadde la orilla. No sería complicado escaparme cualquier mañana hasta allí, perotodo parece indicar que sólo serviría para convertirme en una bestia peluda ylúbrica, y que Roberta tuviera que acabar conmigo apenas pusiera un pie en elpueblo con el que comparte nombre.    

El prisionero de RobertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora