XXXIX

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Roberta, Alaska, 23 de Julio de 2009, casa de Marge Sinkins.

        Marge parece a punto de dar a luz. Me dedico a empapelar el cuarto del bebé que ha de nacer y Nicky es mi mano derecha: se encarga de extender la cola por el lado contrario, plegar el papel una vez encolado y situar los retales donde por fuerza han de adherirse a mis zapatos. Escuchamos el motor de un aeroplano y, como el resto del pueblo, nos apresuramos a ir al encuentro de Wilmer, "Wings", Williamson para encomendarle los encargos que ha de traer en el que lo más probable sea su último viaje antes de que la nieve torne impracticable el pequeño aeródromo.

        Marge plantea el asunto como un juego y, en menos de treinta segundos, nos encontramos los tres sentados en el viejo Volvo, con Nicky acomodada en un alza adecuada para su estatura. Parecemos un joven matrimonio feliz, que aguarda su segundo hijo. Debo acelerar casi de forma temeraria para adelantarme a las Olsen. Marge me regaña sin mucha convicción y Nicky les saca la lengua por la ventanilla.

        Nunca he visto a "Wings"; no obstante y desde bastante lejos, parece evidente que no se trata de él, ya que la silueta que se perfila junto al avión parece inequívocamente femenina. Marge ha encajado su mejor cara de póquer y se diría que ha vuelto a perder la visión, encorajinada porque su clarividencia la haya alcanzado tan tarde. Yo sabía que se trataba de Marta mucho antes de que pudiera tener la certeza, cuando apenas era un punto borroso que se movía junto al pequeño avión.

        Tal como pretendíamos en un comienzo, llegamos los primeros, si bien el resto de los habitantes de Roberta, con la consabida excepción, nos siguen a escasa distancia. Cuando nos detenemos, se la distingue a la perfección: ha adelgazado, se la ve bronceada y parece mucho más guapa. Aunque ardo en deseos de lanzarme a abrazarla y tal como se supone que es mi obligación, ayudo a Marge a abandonar el coche, tarea que ya le resulta complicada.

— ¡Serás hijo de perra! ¿Sabes que llevo casi dos meses sin dormir? ¡Y tú aquí tan campante!

        Se me hace raro volver a escuchar hablar en español tras tanto tiempo, el mismo que ella afirma haber sido incapaz de conciliar el sueño.

        Antes de que pueda darme cuenta, la tengo abrazada a mí, llorando de satisfacción.

— Así que aquí fue donde te estrellaste ¿Por qué demonios no te has puesto en contacto conmigo? ¿Es esta la causa?—añade en referencia a Marge— menuda dote te vas a llevar. Aunque es guapa la mamona, lo reconozco, una mochuela medio criar y otra u otro en camino suponen una carga considerable, quizás debieras recapacitar.

— ¿Era tu novia?

        La pregunta de Marge revela suspicacia indisimulada. Marta se apresura a responderla en Inglés.

— ¿Por qué hablas de mí en pasado, Zorrita? Aún sigo bien viva.

— Eso es algo que se puede solucionar.

Responde Roberta, que ya se encuentra a nuestro lado, al igual que Alison y las Olsen. Rita y Helen están a punto de llegar.

— ¿Quién es el vejestorio este que me amenaza?

— Es una de mis esposas, al igual que el resto que ves, salvo Nicky, claro —añado mientras que la acaricio la cabeza— ella es como una hermana pequeña.

— ¿Qué demonios es esto? ¿Una secta o algo así?

        Marta ha vuelto al español y yo la imito.

— No es sencillo de explicar, Marta. En un principio, yo era su prisionero, pero ahora permanezco aquí por propia voluntad y soy feliz. Además, todas están embarazadas de mí.

— ¡Tú has perdido la chaveta! —grita ahora Marta— A la guapa la hicieron el bombo medio año de que aparecieras por aquí, y la otra rubia, la que parece su madre, seguro que lleva años sin tener la regla, Y no te quiero decir nada del carcamal.

— No es sencillo de explicar Marta.

— Al contrario, es sencillísimo: te han lavado la cabeza y además padeces el síndrome de Estocolmo. Pero esto no va a quedar así, ¡claro que no! Voy a ponerme en contacto ahora mismo con la policía y, si hace falta, traigo aquí al séptimo de caballería, pero tú te vas a venir conmigo.

— Usted no va a hacer nada de eso.

        Marge ha hablado en perfecto castellano, sin acento alguno. Quizá lo estudió hace años, o quizá posea el don de las lenguas.

— ¿Ah, no? ¿Y quién va a ser la guapa que me lo impida?

        Añade iracunda en inglés. Marta practicaba Tae Kwon Do y, en más de una ocasión, la vi tumbar a algún tipo que le sacaba la cabeza y que se quería pasar de listo. Ahora se la adivina deseosa de emprenderla a mamporros contra todos, incluso conmigo

— ¿Qué tal yo?

        La desafía Abbey. Marta se aplasta contra el costado del avión.

— O yo.

Añade Alison a través de Marta.

        Si hubiese previsto que había de volver a encontrarme con Marta, sinduda este hubiera sido el peor de los escenarios imaginables. 

El prisionero de RobertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora