LVI

1 0 0
                                    

Roberta, Alaska, 28 de Julio de 2009, antiguo matadero

— ¿No te marchas hoy?

— No, hoy no tengo prisa.

        Marta se abraza a mí, y su cabeza reposa sobre mi pecho. Comienza a amanecer y hemos pasado toda la noche haciendo el amor. Percibo la nueva vida que le he implantado esta noche y que ya palpita en su vientre.

— Pensé que las brujas habían acabado contigo.

— Ahora yo también soy como ellas.

— ¿Ah, sí? —replica con incredulidad— ¿y qué eres capaz de hacer?

— Todo lo que hacen ellas, y alguna cosa más.

        Marta se incorpora sobre el codo y me contempla con suspicacia, dudando todavía si brindar crédito a mis palabras.

— ¿Y qué va a ser de mí?

— Eres libre; puedes coger tu avión y marcharte, o podemos buscarte una casa y arreglarla, hay muchas vacías.

— ¿Y qué se supone que haría aquí? ¿Aguardar mi turno quincenal para acostarme contigo y parir como una coneja?

— Ya llevas una hija mía.

        La respuesta la deja tambaleándose, como si hubiera recibido un mazazo, y vuelve a tumbarse sobre el suelo. De forma inconsciente, posa la mano izquierda sobre su vientre.

— ¿Y qué vas a hacer tú?

— De momento, mi sitio está aquí.    

El prisionero de RobertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora