El prisionero de Roberta

IX

Roberta, Alaska, 10 de Junio de 2009, casa de las gemelas Olsen.

        La mente femenina es una inagotable caja de sorpresas. O quizás, en este pueblo, se han puesto de acuerdo para comportarse en contra de toda lógica. Hace un rato, Alison se despidió de mí prometiéndome que iba a limpiar y que el próximo martes encontraría la casa pulcra y reluciente como una patena; yo lo hice de ella con dos besos, uno en cada uno de sus magníficas tetas. Mientras me dirigía a casa de las Olsen, imaginaba que me aguardaba un trío frenético y apresurado, y que después me ignorasen como siempre. Fiona me abrió la puerta; vestía un traje de fiesta negro que daba la impresión de que lo acabase de estrenar. También se había pintado los labios y sombra de ojos, y lucía pendientes y tacón de aguja.

        Invertí más de una hora en acabar de desnudarla. Se había puesto ligueros y un bonito conjunto de encaje negro, del que sólo la despojé tras recorrer cada centímetro de su cuerpo con mis besos, y dibujar un mapa de cada una de sus curvas con mis caricias.

        Después me dio un paquete. Estaba envuelto en papel de estraza (imagino que no debe ser fácil conseguir papel de regalo en Roberta) y adornado con un lazo para el pelo. En su interior hallé "Cathedral", de Carver. Era un tomo viejo y manoseado, pero el presente bastó para que me dominara la emoción y los ojos se me anegasen.

        Mientras lo leo en la cama, Fiona prepara el almuerzo. No es nada del otro mundo: ensalada de patatas y salchichas, pero ha decorado la mesa como si fuese el día de acción de gracias y servido cerveza en copas de champán. Se ha vuelto a enfundar el traje de fiesta y yo también me he vestido; me resulta extraño no permanecer desnudo en esta casa. En el comedor, sobre la chimenea, ha colocado un pequeño radiocasete, y en él una cinta de Duke Ellington; me ofrece su mano derecha y ambos bailamos con mas intención que tino antes de comenzar a comer.