XXXXIV

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Roberta, Alaska, 25 de Julio de 2009, casa de Marge Sinkins.

        Cuando llego, ya se encuentra allí Helen e, instantes después, aparece Nicky y nos indica que Rita ya viene en camino. Acto seguido, desaparece para comunicar la noticia al resto. Ignoro para qué puede servir, pero, tal como he visto hacer en las películas, pongo a hervir dos grandes cazuelas con agua. Le brindo mi mano a Marge, que sufre contracciones, y la aprieta con una fuerza increíble. Rita entra en ese momento y me ordena que salga.

— Fuera de aquí, esto es cosa de mujeres.

— Nadie me va impedir que asista al parto, como lo haré a los vuestros cuando llegue el momento.

        Por fortuna, Rita ha ejercido de comadrona y parece conocer su oficio. Yo la contemplo con atención, procurando no perderme detalle para cuando le corresponda a ella. También es posible que se produzcan varios alumbramientos simultáneos, y todos debiéramos saber cómo asistirlos.

        El parto se completa en menos de dos horas. Le ayudo a Helen a lavar y vestir al niño. Parece tan normal o tan extraño como podría serlo cualquier recién nacido. Tras dudar un instante, Helen me lo ofrece. Beso su frente, lo deposito en el regazo de Marge e invito a pasar a las demás. Alison todavía conserva la cara enrojecida y apenas se atreve a levantar los ojos. El resto, incluida Roberta, bulle de genuino júbilo, pues hasta este momento no las tenían todas consigo, y ahora ya pueden dar rienda suelta a la esperanza.

        Todas ofrecen la enhorabuena a Marge y luego a mí, como si fuera su esposo convencional y no hubiera dejado encintas al resto. Envío a Nicky a por una botella de Champán que tenía localizada para el evento y lo servimos en vasos de agua. Está demasiado amarillento y lo más probable es que resulte imbebible. Aun así, lanzo mi brindis.

— Por el triunfo de la vida en Roberta. 

El prisionero de RobertaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora