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En el presente.

Recuerdo como me dolía dejarla sola con él. Yo sé que en algún lado de ella sabe que nunca lo hice con intenciones cobardes pero es que necesitaba alejarme de todo. El silencio me ayudaba mucho. Todavía lo puedo sentir, envolviéndome lentamente cono una seda, cerrándome en mi propio mundo, un mundo donde él no podía entrar, pero a la vez no podía dejar entrar a mi madre. Todo tiene su lado bueno y su lado perverso. En el caso de mi padre, solo podía verle un lado, y era el que más me lastimaba. 

Recuerdo que había días buenos en este infierno, algo imposible, pero los había. Mi padre, Jack, se mantenía sobrio por dos días enteros y realmente parecía aquel padre que alguna vez me amo, y amo a mi madre. Prefiero creer que nos amaba, eso me ayuda a seguir todos los días. A veces llegaba del trabajo y nos sacaba de casa en el auto para ir a ver películas al cine o hacíamos un picnic en la plaza pública del pueblo donde todos nos veían. Esos momentos eran mis favoritos. Parecíamos una familia normal y así nos veían todos. Nadie podía ver dentro de casa. 

Recuerdo el día que mi madre murió, mejor dicho, siento el día que mi madre murió. Sí. Ahí está el sentimiento, muy dentro mío. El silencio no pudo borrarlo por completo como solía hacer con sus gritos casi todas las noches por diez largo años. Mi madre murió de un cáncer pulmonar, fumaba mucho, decía que era la única forma de tranquilizarse, ahora yo también digo lo mismo. Su cuerpo se había deteriorado con rapidez, la enfermedad avanzó a pasos agigantados por sobre su organismo, reclamando cada órgano como suyo. Esos años, las palizas, habían disminuido. Pero la muerte era inevitable. 

Llovía. Recuerdo que llovía. El cielo estaba oscuro y las nubes lloraban la pérdida de mi madre, me gustaba pensar que esa era la razón del clima ese día en particular. Ahora sé que no es así y que nadie, excepto yo, se lamentó por la muerte de mi madre. En el pueblo solo repetían "Pobre mujer" y "Que enfermedad tan terrible" y "Que Dios ayude a esa familia destrozada". Lo que nadie sabía era que mi familia siempre estuvo destrozada por completo. 

Una tarde, una vecina, creo que se llama Madge, se acercó a nuestra casa pocos días después de la partida de mi madre. Tocó la puerta con sus nudillos huesudos, tenía  70 años. Murió el año siguiente. Le hubiera encantado ver a Jack convertirse en Intendente, realmente lo idolatraba, y sospecho que tenía algo que ver con que veía a su hijo fallecido en él.

-Lamento mucho su perdida Señor Sank. Amy era una mujer maravillosa y siempre la recordaremos así en el pueblo. 

-Muchas gracias- respondió mi padre, sobrio, para variar. 

-Cualquier cosa que necesite, usted o su hija, puede venir a tocarme el timbre. Quería que lo supiera. Mi Ethan les hubiera correspondido también. 

-No tiene ni idea cuanto significa eso para mi familia en estos momentos. Amaba tanto a Amy... Y usted a Ethan. La vida es realmente difícil.

Y con esas últimas palabras dejé de escuchar por completo la conversación entre mi padre y la anciana de cabello gris. Ese color si lo recuerdo bien. Corrí hasta mi cuarto, como lo hacía de pequeña. Me senté en la cama y miré hacía la pared, con signos de humedad y deterioro. Por un momento creí que tenía nuevamente seis años y que pronto llegarían a mi habitación los gritos de mi madre. Pero  no era así. Ella se había ido. 

De repente lo sentí. Estaba feliz. Mis lágrimas no se hicieron esperar y me mojaron las mejillas llenas de pecas marrones. Me limpie la cara con manos torpes y temblorosas, e intenté descifrar mis sentimientos encontrados. No había duda, estaba feliz, muy feliz. Pero ¿Por qué? Mi madre ya no estaba y no iba a volver. Y ahí fue cuando lo supe. Estaba feliz porque ella no iba a volver a sufrir nunca más. Porque había encontrado su libertad y por fin estaba en paz. ¿Dónde? No lo sabía, y no lo sabré nunca, pero pude sentir en ese momento que no sufría más y que su alma estaba tranquila. 

"Amaba tanto a Amy" 

¿Qué significaban? ¿La amaba? Y en el fondo de mi corazón inocente y débil, lo entendí, Jack amaba a mi madre. Sus palabras fueron totalmente sinceras a mis oídos y lo sigo manteniendo. Pero me daba terror aceptarlo e, incluso, decirlo en voz alta. Las cosas se vuelven más reales cuando uno las dice en voz alta o las comenta con alguien, hasta entonces uno puede seguir negándose en su cabeza. Si la amaba ¿Por qué la lastimaba?

Amy, mi madre, logró escapar. Ahora yo estoy en el infierno y no tengo mi ángel para cuidarme. Ahora no podía negarlo más. Sabía que debía prepararme mental y físicamente para lo que se avecinaba. Mi padre nunca me dejará ir. Y casi como una broma enfermiza de la vida, él entró en mi habitación, justo en mi momento de revelación. 

-¿Ana?

No respondí. Mi cuerpo lo hizo por mí. Estaba tensa como una roca pero mi fortaleza era débil como el papel. ¿Él empezaría a golpearme ahora? Era mi turno. Amy ya no estaba aquí para recibir mis golpes y pelear mis peleas. 

-¿Ana?- repitió mi padre mientras se acercaba a mí. El silencio, necesitaba mi silencio. Quería desaparecer su voz, su cuerpo, su rostro. Quería desaparecerlo por completo. 

-¿Q-ué? 

-Te pareces tanto a tu madre.

Y lloró. Lloró por minutos que luego fueron horas. Me abrazó, como un borracho abraza a un desconocido que cree su mejor amigo o incluso un hermano perdido. No había alcohol que pudiera percibir en él. Estaba sobrio. Estaba sobrio y me abrazaba. ¿Por qué? 

-Ella no va a volver- dijo una persona que no fui yo, era otra Ana, una Ana que había superado la pérdida de su madre y buscaba desesperadamente vivir. Y para ello debía dominar a la bestia. 

-Pero tú estás aquí y nunca te dejare solo, te lo prometo hija. ¿Me amas? ¿Vas a estar conmigo?

-Sí. Te amaré y te cuidaré... Papá. 

Algo en mi estaba roto y no volvería a unirse a mí, nunca más. 

La Silenciosa Ana. (editado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora