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En el presente. 

La luz entra por la ventana de la cocina y me encandila lo suficiente como para no poder abrir por completo mis ojos. Acabo de despertarme, llevo mi pequeño y corto camisón de princesas de Disney puesto, el cabello despeinado y seguramente si me viera al espejo encontraría la marca de la almohada como una cicatriz latente en mi rostro. El aire huele a comida pero no logro descifrar de qué plato se trata. ¿Qué hora es? Mamá cocina, deben ser las doce del mediodía aproximadamente. ¿Por qué no fui al Instituto? Claro, es sábado seguramente. El sueño todavía ata a mi mente a mi cama y me impide entender lo que sucede con claridad. Paso por paso voy reconstruyendo la escena. 

Estoy en la cocina, mi cocina, la de mi casa. Bien. Mamá está en la estufa cocinando, eso ya lo sabía, creo que son fideos, espero que haya salsa también en las sartenes. ¿Dónde está papá? Trabajando. Los sábados trabaja arduamente para poder pagar la renta y todos nuestros lujos. Es un buen padre. Mamá dice que no son muchos esos lujeso, y algunos niños malvados en el Instituto también, pero yo opino todo lo contrario, mientras tenga a mis padres cerca no necesito nada más. 

-Ana, vístete. La comida estará lista en cualquier minuto. 

La voz de mamá se siente distante como si no estuviera allí realmente. No puedo verle la cara, está de espaldas a mí, y algo en mí no quiere acercársele. ¿Cambiarme? Cierto, tengo puestas mis ropas para dormir. Tomo un extremo del camisón con mis pequeños dedos blancos. ¿Por qué son pequeños? El camisón es de un rosa brillante que podría jurar que brilla en la oscuridad, en el centro, donde la tela viste mi diminuta panza redonda, se encuentran las princesas de Disney, mis favoritas. ¿Por qué estoy usando mi camisón de cuando tenía cuatro años? 

-Ana- insiste la imagen de mi mamá. Ahora no se mueve para nada y no tengo idea de porque me aterra. Mi mamá nunca me había asustado antes pero ahora lo estoy. 

Quiero moverme. Correr, correr hasta que comprenda lo que está sucediendo, pero mis pies descalzos no me responden. El sueño se desvanece poco a poco pero aun así no soy capaz de procesar lo que está ocurriendo. 

-Ana. 

Amy ahora está mirándome directamente y de pronto ya no tengo sueño. Estoy muy despierta, con los ojos abiertos como ventanas en días de verano. 

-La comida. Vístete. Ana.

La voz de mi madre llega hasta mis oídos, pero mis ojos no pueden creer lo que están presenciando. La boca de Amy no se abre para pronunciar las palabras, porque no tiene boca. Ni ojos.

-La comida. Vístete. Ana. La comida. Vístete. Ana. La comida. Vístete. Ana. 

Amy no deja de repetir la misma secuencia de palabra y ahora lo sé. Su voz no está presente en la cocina, sino en mi cabeza, torturándome, lastimando cada rincón de mi mente. No puedo seguir mirándola. Ella no es mi madre, no es mi Amy, eso es un monstruo, sin boca ni ojos. 

-La comida. Vístete. Ana...

No puedo soportar que siga hablando dentro de mi cabeza, necesito callarla. Necesito silencio. ¿Dónde está mi silencio? ¿Dónde está mi papá? ¿Por qué lo estoy llamando? Su voz no se detiene y las palabras siguen rebotando dentro de mí, sin encontrar el camino para salir de su encierro. Que se calle... ¡Que se calle!

-¡ANA! 

De pronto la ventana de mi cocina, la que dejaba ver una luz brillante y blanca, que parecía mejorarlo todo, explota. Millones de cristales lastiman mis ojos que creo que me quedaré ciega. Pero no. Estoy a salvo, en parte, sentada en el piso sucio y asqueroso de un baño público. El aire no huele a comida, sino a lavandina y cigarrillo. La luz del ambiente es casi amarillenta y no se asemeja a la luz de mi cocina. No estoy en mi casa. No tengo cuatro años. Y mi madre está muerta. 

La Silenciosa Ana. (editado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora