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-¿Ana? ¿Qué estás haciendo en mi habitación?

Lisa. Es la voz de Lisa detrás de mí pero suena diferente, arrastra las palabras como si le costara hablar en voz alta. Sin dudas está borracha pero el alcohol no borra la rabia de sus palabras. No quiero que arme una escena, no con toda la clase allí afuera, y con Hans cerca, pero tampoco puedo perder la única pista que encontré. Rápidamente coloco las cartas en el bolsillo delantero de mi buzo de algodón. Giro sobre mis talones y me sorprendo descubrir que Lisa no se ha percatado de mis movimientos. Las cartas están a salvo, por ahora.

-Te estaba buscando- respondo con total naturalidad, quiero quitarle importancia al asunto y largarme de allí lo más rápido que sea posible.

-¿En mi cuarto?- pregunta desorientada, y realmente lo está. ¿Cuánto ha bebido? ¿Tamara está en la casa también?

-Bueno, duermes aquí.

-Lo que quiero decir es que yo... No te invité a mi casa- las palabras se escapan arrastrándose fuera de su boca, tal vez tenga cuatro vasos de cerveza encima. En el exterior se puede escuchar el bullicio de la reunión. Ruego que nadie se acerque.

-Tienes razón, es mejor que me vaya...

-No- insiste Lisa con una mirada sombría en los ojos. Cierra la puerta tras de ella con torpeza. Ahora me mira con una expresión indescifrable, no puedo adivinar que sucede dentro de su cabeza.

-¿Qué haces?

-Eso me pregunto yo, Ana. La perfecta Ana. ¿A qué se debe el honor de tenerte en mi humilde hogar?- Lisa avanza unos pasos hacia mí y yo, casi sin querer, retrocedo la misma distancia. Nunca me había hablado así, no soy el blanco de sus bromas o maltratos típicos de secundaria, tengo carácter y todos saben que no dejaría que jueguen conmigo.

-Dije que me iba y eso voy a hacer. Buen viaje a donde sea que te vayas.

-Y yo dije que no- Lisa obstruye mi camino, hacia la puerta, con su cuerpo. Me mira con... Odio. Sus dos ojos achinados me detestan y no entiendo la razón. Se hace una cola de caballo con manos temblorosas, parece como si no supiera que hacer con el cuerpo, el cabello castaño cae en sus hombros una vez más. Debo tomar el control de la situación ahora mismo.

-No sé qué te sucede pero no tengo tiempo para tu borrachera.

-¿Qué estabas haciendo en mi cuarto?- insiste una vez más. Las cartas me queman.

-Te estaba buscando...

-Me encontraste. ¿Qué quieres? ¿Quién te mandó?

¿Quién me mandó? ¿De qué habla? Vacilo antes de contestar porque no puedo elegir la respuesta más adecuada para esta Lisa llena de rabia y alcohol. Finalmente opto por decir la verdad, por primera vez en la vida.

-Nadie me mandó, no sé de qué hablas. Yo sólo quería saber por qué te ibas del pueblo- contesto. Es mi oportunidad para contar todo, la llamada de Hans en el bosque, el verdadero rostro del nuevo comisario, la escena de Lisa y Tamara, en el baño, que me atreví a espiar y las cartas escondidas en el globo terráqueo. Lo único que tengo que hacer es empezar con una sola verdad y luego todo se derrumbaría como fichas de un enorme domino.

No. No puedo hacerlo. No es tan sencillo.

-Cómo si no lo supieras, Ana. No me hagas reír.

¿Yo debería saberlo? ¿Qué está pasando? De repente tengo miedo de seguir contestándole pero no tengo otra salida. Es la primera vez que me siento intimidada por Lisa y no sé cómo comportarme. Estoy desconcertada, siento que el suelo debajo de mí tiembla con cada palabra que sale de su boca. Estoy acorralada, agobiada y abrazada por una culpa que no se siente mía, sino una que Lisa ha depositado en mi interior. No lo entiendo.

La Silenciosa Ana. (editado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora