13. Donde los oídos no llegan a escuchar.

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Siente que el pasillo la traga hacia un mundo paralelo donde no existe el tiempo ni el espacio, tal vez un rincón desconocido de su imaginación oscura. A pesar del nerviosismo y las ganas de vomitar, camina con paso firme pero lento, pasando junto a las distintas puertas. Cada una parece tan sólida que ni un huracán podría derribarla y tan fría como todo en el lugar. Sus tacos no hacen ruido a medida que avanza sobre la gran alfombra que es el piso, un haz de luz le ilumina la cabellera larga y luego otro y otro. En este lugar hay muchas luces. Un número distinto de metal dorado  decora el frente de las puertas, haciéndolas únicas como si tuvieran huellas digitales. Está la puerta 105, la 106, la 107, pero ella tiene un número grabado con fuego en su mente. La habitación 115. 

Tragar saliva es un trabajo arduo y complicado, los nervios forman una pelota en el medio de su fina garganta y no le permite respirar con normalidad. Por momentos olvida como funciona su cuerpo. Se toma la panza desnuda con las dos manos, pasa sus yemas por su piel tensa, nota la piel erizada por el frío. No sabe si el ambiente está frío o es ella en su interior.  Ciertamente no ve ventanas abiertas y  todavía está en los últimos días de verano, asi que concluye que la helada proviene de ella misma. Tiene la rídicula fantasía que se está congelando por dentro hacia afuera y que al momento de tocar el pomo de la habitación 115 se volverá hielo solido y se romperá en mil pedazos. Los nervios vuelven loca a su mente.

Escucha un timbre sobre la habitación 108. Hace unos minutos había sonado el timbre de su habitación, enviándole una señal de alerta a todas sus terminaciones nerviosas. Es hora y no hay forma de escaparse. No sabe cómo ni cuándo ha llegado frente a la puerta 115 pero allí está, expectante. Es un animal al acecho de su presa o mejor dicho ella es la presa. Le gustaba pensar que tenía el control de la situación cada vez que entraba a una habitación nueva. Es como un juego se repite una y otra vez. Se peina sin espejo pero si con su imagen mental reproduciendo dentro de su cabeza. Es atractiva tal vez demasiado para una mujer, y eso a veces es peligroso en este mundo. Y ella sabe muy bien cómo reconocer las situaciones peligrosas. 

Tenía tan sólo siete años cuando su madre se lo dijo por primera vez. Apestaba a cigarrillo y perfume barato.

 Eres el peor error que he cometido en esta maldita vida

Las palabras quedaron talladas en su psiquis y nunca dejaron de atormentarla. Ni en el momento que recibió su primer beso o el primer corazón roto, seguro estaba más presente en esos momentos. Esas palabra la siguen como una sombra imposible de opacar, es su mancha en la frente, su cruz que representa la vergüenza de su existencia. Ella no debería estar viva, lo sabe, pero allí está respirando, parpadeando, recordando, sintiendo. Y sin dudas siente miedo cuando empieza a girar el pomo de la habitación 115.

La Silenciosa Ana. (editado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora