17. Donde los oídos no llegan a escuchar.

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Se desviste lentamente como si se estuviera quitando capas de su propia piel. La ducha está abierta, el vapor del agua caliente empieza a teñir el aire, es una agradable sensación que contrapone el frío del ambiente. Ahora está desnuda frente al espejo empañado de su baño pero no puede soportar mirarse. Sabe lo que va a ver. Una mujer atractiva, delgada pero con grandes caderas, la proporción ideal, poco busto pero suficiente para ella, largo cabello rizado en las puntas y un rostro que disimula muy bien el hambre de su estomago. Se anima de una vez y levanta la mirada hacía su otro yo en el espejo pero este está demasiado empañado. Agradece no ver sus cicatrices. Marcas con historias, si pudieran hablar, ¿qué dirían?

Ingresa un pie a la bañera, luego otro, como si fueran movimientos de otro cuerpo. La ducha comienza a castigar su piel con agua caliente, la apaga, la bañera ya está suficientemente llena. Mientras flexiona sus rodillas toma una bocanada de aire. Ahora el agua le cubre casi todo el cuerpo desnudo, un poco más y está cubierta de agua hasta el cuello. En esa posición tiene libre acceso a todas sus diminutas cicatrices. Quemaduras de cigarrillo decoran su piel. Las hay por todos lados, lugares que esconde muy bien durante el día. Toma un jabón de color celeste, huele a lavanda, y empieza el aseo. Empieza por los pies. Hay marcas. Sigue por sus largas piernas blancas. Limpia cada rincón de ellas, como si la suciedad no se le quitara. De pronto siente la necesidad de limpiar sus brazos también, en especial sus manos, sus dedos ya están arrugados por el agua. Friega con violencia la barra de jabón sobre sus dedos, entre ellos y las uñas, una y otra vez. Una y otra vez.

De repente se siente exhausta, ya no puede seguir con algo tan simple como es bañarse. Quiere dormir y siente que no podría con los siguientes procedimientos: lavarse el cabello, secarse, vestirse. Suena simplemente imposible. Solo quiere acostarse en la bañera y cerrar los ojos unos momentos, dejarse llevar por la sensación agradable del agua caliente bailando entre sus muslos. Casi sin darse cuenta comienza a descender en el agua. Su cabello es lo primero que se sumerge. Se siente bien. Sigue un poco más, hasta que sus orejas están cubiertas, formando una barrera contra cualquier sonido. Eso también se siente bien. Un poco más piensa. Ahora el agua llega hasta el costado de sus grandes ojos, toma aire y se sumerge por completo. Primero permanece con los ojos cerrados unos segundos, pero la oscuridad siempre la aterró demasiado, los abre y pone sus manos sobre un barriga rígida. Hay marcas.

Los recuerdos no se hacen esperar. Como ráfagas de viento destrozan su mente sin piedad. Hay ruido, no afuera, sino adentro de ella. Palabras, voces, gritos, silencios ruidosos. Quiere acallar todo por un segundo y solo disfrutar de su maldito baño. Siente los ojos llenos de agua con jabón, arde pero no le importa, quiere mantenerlos bien abiertos, aferrados a la luz hipnótica del baño. Sus pulmones están llenos de aire hasta el punto de sentirlos en llamas. Llamas. Cigarrillos. Su padre era un fumador de primera, también lo fueron el novio número dos, cuatro y cinco de su madre. La alteraba pensar en esa mujer, en la única persona geneticamente obligada a amarte y protegerte. Le dolía que los genes se saltearan a su asquerosa madre. El aire sigue encerrado en sus pulmones y está dispuesto a salir. Recuerda al último hombre que dejó una marca en ella. No necesito cigarrillos para eso, se las ingenio con algo más, otra forma de que ella no lo olvidara nunca. Su cuerpo no lo soporta más, libera el aire encarcelado en sus dos pulmones y espera por una nueva carga de oxigeno que no llega. Tiene unos segundos antes de que empiece la desesperación, pero comienza antes de lo que espera, porque recuerda el rostro de ese hombre. Él se fue, la abandonó. Ella se quedó, lo esperó. Ella lo sigue esperando. Lo esperó incluso esa misma noche en la habitación 115. Solamente pensaba en él. Sus pulmones se quejan, necesitan aire y ella lo necesita a él, ahora mismo de lo contrario...

La puerta del baño se abre con violencia. Ella sale del agua como si recordara que tiene que vivir un día más. Se aferra más de la cuenta a los bordes de la bañera. Respira agitada, duele, se siente áspero el ingreso de oxígeno, pero está bien. Siempre termina estando bien y la razón de ello está parado en el umbral de la puerta.

-¡Mamá! Tuve una pesadilla, ¿puedo dormir contigo esta noche?- dice un pequeño niño de cabellos negros y ojos achinados.




La Silenciosa Ana. (editado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora