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-Bueno días, Ana.


Truman me saluda con una cálida sonrisa. Parece sorprendido de verme en su tienda comprando galletas Oreo cuando debería estar padeciendo al señor Hank en clase de Literatura. Dentro de la tienda la calefacción está al máximo, lo que explica que Truman este usando solamente una remera. Es un hombre entrado en años, desde que tengo memoria ha sido el dueño de este lugar, siempre vendiéndonos dotaciones de azúcar cuando eramos niños, y cigarrillos y cerveza a medida que íbamos creciendo. Tiene una incipiente barba que presenta más pelos blancos que negros, las canas han atacado todo cabello presente en su cuerpo, al igual que las arrugas castigan su piel. En otra época estoy segura que Truman fue un rompe corazones. Tiene una sonrisa picara que combina con sus ojos celestes. Sin mencionar el cuerpo de un hombre de cuarenta años que ha sido trabajado toda la secundaria, aunque tenga una tímida panza, sigue guardando su energía adolescente.


-Hola Truman. ¿Cómo está tu familia?- pregunto una vez que coloca el paquete de galletas Orea sobre el mostrador. Sé cuánto sale, nada cambia en Bluebeard, ni siquiera los precios, pero aún así espero a que él me indique cuánto debo pagar.


-Excelente, son tiempos buenos los que estamos atravesando. La tienda va viento en popa, puedo malcriar a mis hijos con la conciencia limpia y también llevarle algún que otro regalo a Sara. Y tu padre ha tenido mucho que ver en esto, Ana.


-Lo sé- de repente ya no siento ganas de seguir conversando-. ¿Cuánto es, Truman?


-Diez pero sólo porque eres tú lo dejaré a diez.


Ahí estaba, la sonrisa picara. Me rio tímidamente, sin mostrar los dientes, mientras saco el dinero de mi billetera que está dentro de mi mochila. La presencia de este objeto obliga a Truman a preguntar lo inevitable.


-¿No deberías estar en clases?


-Oh sí, pero me he quedado dormida- respondo sin mirarlo ya que estoy buscando, torpemente, un billete de diez para evitar el cambio. Coloco la mochila en una rodilla levantada mientras hago equilibrio con la billetera-, y ya perdí la primera clase. Iré directamente a la segunda. No le cuentes a mi padre ¿quieres?


Ahora los dos nos reímos. Levanto los ojos hacia un espejo en el rincón izquierdo de la tienda, que refleja el pasillo número seis. Veo a Jared, el hijo de Sally, robando unas barras de chocolates. Disimuladamente las mete dentro de su chaqueta y nada ha sucedido aquí. No es la primera vez que atrapo a Jared haciendo estas cosas pero no voy a interponerme en esta escena, no siento fuerzas para que me lance todo su odio, y Truman no extrañará una simple barra. Igualmente no puedo evitar preguntarme, ¿por qué lo hace? Sally tiene una buena posición económica, como todos en Bluebeard en estos tiempos, no necesita llevarse nada sin pagar. Tal vez sólo quiere que alguien lo note pero hoy no voy a ser ese alguien.


-Bueno parece que muchos se han quedado dormidos hoy- bromea Truman y al mismo tiempo coloca el dinero en la caja registradora. Ésta hace un ruido horrible debido a su antigüedad y uso que puede ser tan viejo como el faro mismo. Como un reflejo relaciono la broma de Truman con la presencia de Jared en la tienda pero no es a él a quien se refiere. El ruido de la campana en la puerta que anuncia que alguien nuevo hace su aparición a la tienda, suena armoniosamente haciéndome olvidar la compra y de Truman.


Eric. ¿Cómo hace para estar en todos lados? Y luego recuerdo que Bluebeard es pequeño como un pañuelo. Pueblo chico, infierno grande ¿no?


-Gracias, Truman. Saludo a la familia- respondo con una rapidez que hasta ahora no había demostrado en una conversación amena y tranquila. No quiero que Eric hable conmigo delante de Jared, no después de todo lo que atravesamos anoche.


Eric lleva puesta una camisa roja y encima una chaqueta marrón, dos prendas que son usuales en él. Tiene el cabello algo alborotado por el viento pero aún así parece como si lo hubiera hecho apropósito. Salgo de la tienda pidiéndole con los ojos que me siga, aunque no tengo la obligación de hacerlo ya que lo haría de todos modos. Una vez afuera lo obligo a caminar lo más lejos posible de la tienda de Truman. Luego comienzo el interrogatorio.


-¿Qué haces aquí?


-Hola, sí me encuentro bien, no dormí mucho anoche pero bueno ya sabrás porqué, fuera de eso es un lindo día. Gracias por preguntar.


-No es gracioso- respondo pero una sonrisa fugaz delata algo distinto en mi-. ¿Por qué no estas en clase?


-Creo que no tenía ganas. Simplemente eso. Anoche no pude pegar un ojo luego de todo lo que sucedió.


-Yo tampoco- el recuerdo del sueño vuelve a mí y agradezco silenciosamente no haber soñado con Eric también o en estos momentos sería difícil verlo a la cara.


-Gary me envió un mensaje desde la clase. Lisa no asistió, este era su último día y no fue. Se van del pueblo en unas horas. Adiós para siempre, todavía no puedo creerlo- murmura con las manos en los bolsillos, pero sospecho que no es por el frío ya que el clima está bastante agradable. Parece algo perturbado y empiezo a notar las ojeras bajo sus ojos azules. Tal vez es demasiado literal la parte de que no ha pegado un ojo en toda la noche.


-¿Eran muy unidos, verdad?- pregunto sin saber muy bien que me lleva a eso. Empatia, tal vez. No es que me interese saber lo que hacían Eric Miller y Lisa Hans en la intimidad.


-¿A qué te refieres?


No lo sé. Intento buscar una respuesta e increíblemente estoy en blanco. Por extraño que parezca prefiero hablar del faro, de Aiden, hasta de las cartas de amor entre Lisa y Tamara, que esto. Pero supongo que el último tema tendría un efecto demasiado especial en Eric. ¿Debería contarle este dato nuevo? La imagen de las cartas dentro de la funda de mi almohada me invade. Tengo que devolverlas. Pero primero debo contestar una simple y estúpida pregunta.


-¡¿Qué es eso?!


Me toma unos segundos entender que las palabras no salieron de mi boca. Eric está atónito mirando algo en el cielo celeste y limpio. Sea lo que sea se localiza detrás de mí. Giro mis talones y, en el intento, una ráfaga de viento frío sacude mi cabello alejándolo de mi rostro. Lo que veo me impacta demasiado. Tardo unos momentos en responder. La gente se acumula en las calles para mirar exactamente el mismo punto.


-Es un incendio- respondo con ojos horrorizados. El humo parece teñir el cielo de un negro oscuro. Justo detrás de los pinos, llegando a la costa. No me toma mucho tiempo sumar uno más uno-, y parece que proviene del faro.


La Silenciosa Ana. (editado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora