Unas de las cosas que más recuerdo de cuando Asaiah aún estaba en el hospital, es de un día en el que encontré a mi madre hablando con él. Claro, lo dos creían que yo no estaba, pues había salido a comprar algo de comida, pero regresé antes de lo que ellos esperaban.
La puerta estaba abierta y yo estaba llegando por el pasillo, pero escuché la voz de mi madre proveniente de adentro y por alguna razón me detuve a escuchar. Me coloqué al lado de la puerta y esperé mientras escuchaba una pequeña conversación entre las dos personas que más amo.
- Gracias. — Murmuró mi madre. Asaiah dijo algo, pero no fui capaz de entender sus pocas palabras. — De verdad, gracias. Gracias por sacrificarte por mi hija. — Tragué saliva y fijé la mirada a la punta de mis zapatos. — Jamás podré agradecerte por todo lo que has hecho por ella.
- Yo no he hecho nada. — Él respondió. — Fue ella quien me salvó.
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En cuanto llegamos a la casa, Asaiah azotó la puerta y arrojó una silla que se encontró en su camino. Respira a jadeos y busca algo que patear, así que patea el sofá. Después se queda parado en medio de la sala, mientras lo único que se escucha es su respiración que está totalmente descontrolada. El cabello le cae por la frente y me es imposible ver los ojos. Se quita la chaqueta y la arroja con fuerza al suelo, para luego pasar sus manos por su cabeza, revolviendo su cabello.
- ¿Asaiah? — Trato de llamar su atención. Él gime, pero no articula ninguna palabra. Me acerco rápidamente y en cuanto intento colocarme delante de él y mirarle el rostro, el rehúye, se da media vuelta y me da la espalda. — Asaiah, mírame.
- No. — Deja caer sus brazos a sus costados, pero mantiene los puños cerrados con fuerzas. Vuelvo a moverme, esta vez más rápido y le tomo de las muñecas, para evitar que se moviera. Él gira su rostro, re rehúsa a mirarme.
- Asaiah, por favor, mírame. — Hace una mueca, pero mantiene inmóvil el resto de su cuerpo. — Carajo, mírame. — Le suelto las muñecas y le tomo el rostro, moviéndolo bruscamente y hago que me vea a los ojos. Su rostro es diferente, sus facciones están apretadas y tiene los ojos perdidos. En un segundo puedo sentir su desesperación, su ira, su impotencia, su tristeza, su miedo, todo un sinfín de sentimientos. — No estás solo. — Murmuro. — Ya no estás, solo, carajo. — Él me mira, pero pareciera que yo soy invisible, su mirada me traspasa como si no existiera. Le aprieto las mejillas y lo jalo para acercarlo más a mi altura. — No vas a estar solo de nuevo. Estoy contigo. — Toma mis muñecas y su mirada ahora se dirige a la mía.
- Christina.
- No digas nada. — Traga saliva. Me suelta las muñecas, pero desplaza sus manos a mi nuca. Sus hermosos ojos verdes ahora parecen pertenecer a un niño perdido. — Pasaras por esto, me tienes a mí. ¡Me tienes a mí!
- Christina. — Repite mi nombre, pero lo dice como si estuviera suplicando. — Lo sé. — Se inclina un par de centímetros y me besa, lo hace de una manera muy tímida, como lo ha estado haciendo últimamente. Como si con un beso, me fuera a romper.
No hubo peor momento para que todo eso pasara. Al día siguiente tendríamos que irnos a San Francisco y yo no tenía cabeza para pensar en la maldita entrevista de la universidad, mucho menos él.
Empacamos nuestras cosas, pues no había nada más que hacer. Y después de una llamada rápida con mi madre, ambos nos acostamos a dormir.
Una vez en la cama, él me rodeo con sus brazos y me estrechó contra su cuerpo. No tardó mucho en quedarse dormido, pero, aun así, lo notaba demasiado intranquilo. Había cambiado y yo estaba aterrada de que volviera al pasado, a ser tan cerrado como antes. Después de tanto que había pasado, de que habíamos pasado, no podía dar un paso hacia atrás.
Me quedo inmóvil en la cama, incapaz de conciliar el sueño y poco a poco, él me fue soltando, hasta rodar y darme la espalda. La habitación está en una oscuridad casi total, salvo por unos halos de luna que entran por entre las cortinas. Me pongo de pie en total silencio y fui hasta el pequeño librero. Me coloco en cuclillas y comienzo a buscar ese viejo libro de poemas. Con tan poca luz me es casi imposible encontrarlo, pero después de varios minutos de forzar mi vista, lo encuentro. Lo estrujo en mi pecho y voy al baño. Bajo la tapa y me siento ahí, mientras abro tapa y miro la primera página.
Hay unos trazos rápidos e improvisados en tinta azul. Solo hay un par de palabras que se han desvanecido un poco en las hojas ya amarillentas. Se lee, "para mi ángel, Asaiah." No tengo que pensarlo demasiado para darme cuenta que quien lo había escrito fue la madre de Asaiah. Tal vez por eso escogió este libro para leerme. Porque se sentía cerca de su madre, la otra mujer que ha amado.
Comienzo a pasar las páginas y me pierdo leyendo los poemas. Verso tras verso, me puedo imaginar a Asaiah de niño, escuchando a su madre recitarle poemas que él probablemente no entiende, pero simplemente se queda para hacer feliz a su madre, pues finalmente, es lo único que le queda.
No puedo imaginarme el tiempo que me quedo sentada ahí, leyendo cada poema. Pero cuando la espalda baja comienza a dolerme, decido que es momento de volver a la cama. Vuelvo a guardar el libro en su lugar y me recuesto detrás de él, abrazándolo por detrás. Mi boca roza su nuca y dejo un beso en su lugar. Él ni se inmuta, solo sigue durmiendo.
Asaiah me despierta con un beso en la frente. Miro al reloj de al lado y noto que son las seis de la mañana. Yo me siento cansada y como si hubiera dormido por apenas quince minutos. Me levanto con pesadez y tomo un café con Asaiah en la cocina.
- ¿Ya estás más tranquilo? — Susurro mientras le doy un sorbo a mi taza, cuidando de no quemarme la boca.
- Un poco. — Suspira y me mira. Baja la taza y lleva su mano derecha a mi mejilla. Sé que no dice la verdad, sus ojos lo delatan, pero no quiero que él sepa que yo me doy cuenta. Al menos hace un esfuerzo y eso me basta. — ¿Tú estás tranquila?
- Yo estoy tranquila mientras tú lo estés. — Me regala una media sonrisa y yo le respondo con otra.
Después de terminar con los cafés, salimos de la casa en un taxi y al cabo de unos cuantos minutos llegamos a la estación de autobuses. Aunque San Francisco queda relativamente cerca de la ciudad, ambos acordamos que sería mejor ir en autobús. Yo me siento del lado de la ventana y Asaiah al lado mío. Él también se encuentra cansado, pues al momento que arrancamos, él cae dormido.
Pero su rostro es diferente, tiene su ceño fruncido a pesar de estar dormido. Mi corazón se encoge dentro de mi pecho. Una rápida ráfaga de miedo me atraviesa, ha vuelto. Sat ha vuelto, su padre lo trajo de nuevo, pero Asaiah lucha por alejarlo.
La oscuridad regresó a nuestras vidas y ahora la única pregunta que tengo es; ¿en algún momento podremos ser felices?
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Ángel - (Tercera parte de Bestia)
Teen FictionYa ha pasado el peligro. ahora Asaiah y Christina pueden estar juntos. O al menos eso piensan. No pasa mucho tiempo cuando su felicidad se ve de nuevo interrumpida por otro personaje del pasado turbulento de Sat. Y Christina otra vez tiene que lucha...