Capítulo 37

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Se escuchan mis tacones cada que doy un paso, se escuchan más mis pasos que los de los italianos, pero yo casi no los oigo, yo escucho mi propio grito dentro de mi cuerpo y siento como este tiembla. Es casi increíble como en un par de segundos todo mi animo cambió. No puedo ver a Asaiah más y sé que la próxima vez que lo haga será cuando comience la pelea y él se vuelva un saco de boxeo para su contrincante, pero hubo algo en su despedida que me dio seguridad. No me iba a detener y aunque estuviera sola, haría lo que tuviera que hacer para mantenerlo seguro a él.

Sigo a Pablo y a su padre por un pasillo frío e impoluto. De pronto este pasillo se abre a un cuarto más grande, el cielo raso se alza dramáticamente a diferencia del pasillo y cuelga un pequeño candelabro que parece totalmente fuera de lugar. Puedo ver una imagen mía reflejada en el reluciente piso y cuando alzo la vista encuentro un detector de metales y un par de hombres parados a los lados de este.

Llego hasta al costado de Pablo, quien esta detrás de su padre y antes de que si quiera pudiera pensarlo, él toma una enorme arma plateada de una funda especial que llevaba atada a sus pantalones, después se desprende de un enorme reloj dorado. El arma está llena de ornamentas plateadas que me recuerdan a un marco antiguo, algún marco que resguardara una bellísima obra de arte del barroco italiano. Casi como si la pistola fuera una obra de arte por si sola y en ese instante lo único que pasa por mi mente es cuantas personas ha disparado con esa arma.

La pistola es resguardada por el personal en una caja de seguridad y le entregan la llave a otro hombre que venía siguiéndonos de cerca. Marco Bianchi sonríe y pasa por el detector de metales. Pablo me hace un ademan con sus manos como indicación para que imite a su padre. Yo trago saliva y le rezo a todos los dioses que los aparatos que llevo prendidos a mi cuerpo no disparen las alarmas del aparato.

Doy un paso y mi poca practica con los tacones provoca que mi tobillo se tuerza y me tambalee. Trato de estabilizarme al dar otro paso, pero eso solo lo empeora aun más y puedo ver la inminente caída, solo que alguien me toma de los brazos antes de que pueda caer.

Marco Bianchi evita que mi cuerpo de contra el suelo y en algún momento algo hizo que el detector comenzara a chillar. Puedo sentir mis mejillas tornarse color rojo, todo el mundo comienza a caerse en pedazos. Habíamos hecho todo bien, incluso con el cambio de planes y mis pies deciden arruinar todo.

- Está bien. — Les dice Marco a los gorilas que ya estaban abalanzándose sobre mí. — Es mi reloj, ¿en serio creen que pueda llevar algo? — Les regaña y posteriormente ayuda a que me ponga de pie, lejos del detector y este deja de sonar. Yo no soy capaz de decir si este sonó por mí o por su reloj, pero tal vez mi torpeza haya sido quien me salvó.

- Lo siento. — Digo con voz baja, como si no fuera capaz de contener mi vergüenza. De milagro mi vestido no se movió cuando caía, eso me hubiera dejado totalmente expuesta, no solo hablando por los micrófonos y todo lo que llevaba escondido, sino que mis pechos hubieran quedado a la vista de unos totales extraños. Y maldigo a Pablo por haberme obligado a usar esa estúpida prenda. — De verdad lo siento. — Incluso mi voz suena más aguda, como si eso hiciera que diera una impresión más inocente. — No soy muy buena con los tacones...

- No te preocupes, Christina. — La voz de ese hombre es suave, casi aterciopelada y sus ojos pardos no se separan de los míos, ofreciéndome una sonrisa reconfortante. — Supongo que también debes de estar un poco nerviosa. — No puedo describir lo que me provoca. Se porta con tanta gentileza que rápidamente podría envolverte con esa calidez falsa. Sabía que si Pablo le temía a ese hombre solo podía significar que había un verdadero monstruo debajo de sus canas y arrugas.

Cuando era niña y quería conseguir algo de mi padre siempre hacía un gesto en el cual fruncía ligeramente las cejas, alzándolas también para hacer que mis ojos parecieran más grandes, juntaba mis labios y hacia lo posible por suavizar mi mirada. Mi madre siempre decía que era mi rostro de ángel y siempre mi padre sucumbía a ella. Claro, que en esos años lo más que me interesaba era conseguir un balón o algún dulce, sin embargo, eso no me evitaría intentar usar esa expresión.

Ángel - (Tercera parte de Bestia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora