07 💜 Felicidad en mayúsculas.

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El brillo de su sonrisa

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Dos días después de su último encuentro —no el del capítulo anterior—, en la fresca mañana de un día jueves, el eco de un estornudo resonó en los oídos de sus vecinos y amigos, quienes viéndola frente a la puerta de su hogar se preocuparon de que haya enfermado.

—Tienes que estar bromeando —gruñó su subconsciente mientras sorbeteaba.

—Parece que no —se burló en un tono débil.

Habían pasado cerca de dos semanas que no comía absolutamente nada y su estómago rugía sin control muchas veces al día, los retorcijones dolían a horrores. No es que no encontraran nada para alimentarse, pero la poca que lograban conseguir era repartida en los pocos niños que allí habían, eran la prioridad.

—¿Aun así iremos a verlo? —preguntó.

—Le prometí que lo haría —respondió encogiéndose de hombros.

Salió de su hogar para encontrarse con su fiel amigo, el anciano del barrio. Desde que llegó a esa ciudad fue el primero en recibirla, le enseñó muchas cosas sobre el lugar y de unas cortas reglas que tenían entre ellos, los pocos que vivían allí.

—Estás pálida, no deberías salir —aconsejó con su típica sonrisa amable acompañado de sus achinados y viejos ojos.

El cuerpo senil de ese pobre hombre estaba cubierto por un grueso abrigo que ella había encontrado para él, el constante temblor que daba el cuerpo del anciano no era a causa del aire fresco, sufría de artrosis y la costaba lo suyo moverse largas distancias. La chica le pedía constantemente que si caminaba que no lo hiciera temprano en la mañana o muy tarde en la noche, aunque lo último no ocurría con mucha frecuencia. Sufrió algunos problemas para obtener ese abrigo, pero como el anciano nunca se había enterado era feliz de usarlo cuando hacía frío.

—Solo será un momento, trataremos de no tardar tanto —dijo mientras se alejaba unos cortos pasos.

Él negó ante lo terca que ella era, y sin querer gastar más tiempo de la apresurada chica asintió, esperando que ella supiera cuál era su límite o que su subconsciente le hiciera saber de ello.

Fue todo el camino mirando con algo de envidia a la gente que paseaba sin una pizca de frío, vestían gorros de lana, bufandas largas que cubrían todo su cuello, acogedores abrigos y guantes para las manos. Un completo lujo a la vista de la gente como ella.

Pasado un rato llegó a la casa que tanto quería visitar, subió al techo y esperó en la pared trasera del segundo piso como lo había hecho las veces anteriores. Escuchó tres golpes rápidos a la pared, luego dos lentos. Gateó hasta la ventana y se asomó con la mejor sonrisa que pudo en ese momento, ahí estaba Ichimatsu con Gin en sus manos. La idea de la señal fue suya pero no había pensado que la ocuparía después de habérsela dicho, eso fue un detalle muy importante para su corazón.

—Esta más grande —comentó tratando de que Gin prestara atención a su dedo sano.

—Ha crecido bien —dijo Ichimatsu acercando el minino hacia ella.

Gin tenía que aprender a convivir con la chica en algún momento y eso ambos lo sabían, Ichimatsu intervenía cuando este le iba a hacer daño, algo que la alegraba al igual que las cortas charlas que podía mantener con él últimamente.

—Me alegro, ¿cómo lo tratan tus hermanos? —preguntó acariciando la pequeña cabeza del minino.

—No me gusta que jueguen tanto con él —se sinceró frunciendo el ceño.

Las 2 Colas Del Gato Perdido「Ichimatsu x Lectora」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora