I

2.6K 103 2
                                    

El sol de después de mediodía llenaba el ambiente de aire denso y caliente. La tranquilidad de la calle se fue poco a poco acabando al tiempo en que los zagales volvían del colegio, en grupos de dos o tres, incluso más haciendo todo el ruido posible, charlando, riendo y echando bromas, cotilla: el último día de clases y el inicio del verano. Es curioso ver tal evento desde fuera y no desde el epicentro donde todos se dicen los planes y se ríen y se prometen hablar todos los días; donde se acuerdan quedar después para la primera salida de amigos fuera de la escuela.

Suelto un suspiro.

Nunca he sido muy popular y supongo que tampoco lo suficiente raro para encajar ni siquiera en un grupo de marginados, situación que se ha mantenido hasta mi último año de bachiller, por eso quise ir hoy. Doy vuelta a la página del último número de la GQ que repaso esperando que suceda algo, el viernes siempre es un día flojo para la tienda. Vuelvo a mirar el reloj, echo un vistazo a mi alrededor; todo en orden. La última donación estaba recién acomodada y en ella había encontrado un disco de un cantante francés: Sebastien Izambard que justo sonaba de fondo y me acompañaba.

- ¡Te voy a matar!

Salto de un brinco del taburete y me oculto detrás del mostrador tras oír tal afirmación. No sé cómo su voz y su andar se pueden oír desde fuera. La campanilla del local suena. Ella mira dentro y da un par de pasos cerca de los armarios portátiles llenos de ropa y entonces se para frente al mostrador principal y ve la revista que estaba leyendo.

- ¡Sé que estás ahí! - me dice -, sal ahora o yo... - haciendo un gesto furioso.

- ¡Vale! Disculpa - poniéndome de pie tratando de contener una risa, sí que era intimídante pero era gracioso verla enojada.

Amanda, mi primera y mi única amiga en Málaga desde hace ya un año era algo intimidante cuando se enojaba —que era extraño como ahora— y más sí usaba sus tacones. Su cabello rubio estaba contenido en una trenza francesa que caía en su hombro derecho. Llevaba un vestido con falda tulipán y cuello a la caja sin mangas en crepé azul francés brillante y un par de piezas de bisutería que ella misma había hecho.

Se veía bien.

- ¡Sabes el gran ridículo que he hecho esta mañana?

Lamentablemente, no me había hecho amigo de ella por mi cuenta. Era hija del mejor amigo del colegio de mi padre, quién tuvo la amabilidad de presentarme con ella y ella a su vez me presentaría al resto de sus amigos, todos mayores como ella claro y habíamos quedado esta mañana para ello.

- Sí. Lo sé y lo siento pero... Lucio ayer se fue de marcha y alguien tenía que abrir la tienda para que padre no se enterara... - me excuso mordiendo mi labio y torciendo mis dedos.

- ¿De qué no me iba a enterar? - preguntó mi padre con su voz aguda entrando por la trastienda con algunos papeles en la mano. Es tremendamente joven y todavía bien parecido que fácilmente podría iniciar de nuevo su vida con una mujer -, ¿de que saliste temprano de casa cuando tu móvil sonó y que a penas has tomado algo de desayuno? - lo miro nervioso, siempre que mentía lo hacía por mi hermano - ¿Crees que no vi que dejaste el atuendo que combinaba con el de ella, sólo para encubrir a tu hermano irresponsable? ¿O el hecho de que no has ido al Instituto?

Bajé la mirada. Ellos con la mirada se saludaron, él había visto crecer a la niña y ella le tenía el afecto digno de un tío. Nos conocíamos claro, íbamos al cumpleaños del otro cuando críos, pero hasta que no se vino a Málaga a estudiar no habíamos hecho migas.

Sus miradas hacia mi eran iguales. "¿Qué vamos a hacer contigo?" Eran un exceso de preocupación por mi, porque Lucio siempre conseguía que le sacara las castañas del fuego.

Mírame: te quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora